Un capitalino, cansado de pasar sus vacaciones en el extranjero, decide descansar en un pequeño pueblo del interior cargado de tradiciones. Al no más llegar, quedó sorprendido por una cortesía de la que jamás había sido objeto como turista en el norte. Las atenciones de los pueblerinos le hicieron meditar sobre las erradas decisiones que algunas veces tomamos al despreciar permanentemente lo nuestro por las vanas ilusiones temporales que nos promete lo ajeno. Lo que jamás había logrado durante tantos años en el extranjero, lo alcanzó el mismo día de haber llegado: ¡pronto conversaba amablemente con un gran número de lugareños, en la plaza principal del pueblo! La conversación se extendió hasta las once de la noche, hora en que todos decidieron marcharse a sus hogares. Al preguntar sobre la causa del retiro masivo, la última de las personas le respondió: "Es que a las doce se aparece El Descabezado y le arranca la cabeza al primero que encuentre. ¡Mejor váyase a dormir!" .
Ante la aparente ingenuidad del pueblo supuso que tal vez por esta característica prefería el extranjero donde no se creía en nada y decidió permanecer en el sitio, a pesar de la advertencia. Cuando el reloj de la iglesia tocó la última campanada de las doce, una sensación de pánico lo invadió y pretendió dirigirse a la posada. Al tratar de tomar la calle que lo conduciría hasta ella, observó que El Descabezado la obstaculizaba. Buscó una vía alterna; pero éste lo seguía implacablemente, sin darle oportunidad de pensar en una salida adecuada. Pronto se vio atrapado en una calle ciega y debió enfrentar a su enemigo. Desprovisto de un arma adecuada, tomó dos piedras que se encontraban a la orilla de la acera y, presa del terror, decidió vender caro su más preciada posesión: "-Descabezado; ¡no permitiré que te lleves mi cabeza! -le gritó en actitud de abierto desafío-; porque la voy a destrozar".
La actitud irracional tomada por el personaje de nuestro cuento, admisible por la circunstancia que la determinaba, es comparable a la asumida frente a Chávez por la oposición (cuya existencia se requiere como medio regulador; no entorpecedor, ni negociador, ni defensor de privilegios grupales obtenidos en detrimento de la mayoría), que al considerar perdida "la cabeza del país" prefieren destrozarla sin importarle el grave daño que le ocasionan al pueblo. El extremo de esta irracionalidad se alcanza con el acuerdo, supuestamente secreto, de un grupo empresarial que, aun requiriéndolo, reducirá en un diez por ciento el número de sus trabajadores; con la única finalidad de elevar el índice de desempleo en la misma proporción y acusar a Chávez de ser el culpable, por su "errada política económica". Lo que no explican es la razón por la cual empresarios extranjeros continúan invirtiendo en el país; tal vez porque en algunas de esas inversiones regresa el dinero que el gobierno les concediera en préstamo para ampliar sus empresas y fuera utilizado para adquirir dólares y contribuir a "despreciar" nuestra moneda; mientras ellos continúan obteniendo beneficios por sus depósitos en los bancos de aquellos países para los cuales son sólo un número de cuenta.