A todas estas,
me refiero a Manuel Caballero, así como puedo referirme a Diego
Bautista Urbaneja o a Elías Pino Iturrieta, porque forman parte de
la bibliografía esencial que dio cuerpo al texto de ensayo de Ana Teresa
Torres “La herencia de la Tribu” (Caracas, Ediciones Alfa, 2009,
287 págs.). El libro nace con la intención de delinear una historia
entre el pasado y el presente, significando que todo parte de la concepción
de héroes que se le dio a los próceres de la independencia y al calificativo
de mito que ésta adquirió con el tiempo y que ha marcado el cuadro
de valores pintorescos que hoy retrata la Revolución Bolivariana. No
se critica que la autora haya tomado referencias con tan poca sensibilidad
social para entender las transformaciones que el pueblo y su proceso
de cambio significan para el país y para Latinoamérica; es válido
valerse de esta óptica, lo que si hizo falta fue involucrar un pensamiento
de avanzada, que existe, el cual retrate las verdaderas intenciones
que detrás de cada evento histórico hubo a la hora de alcanzar el
poder. En este sentido, el estudio de Torres no es equilibrado, y si
un calificativo general pudiese dársele, es que pertenece a ese tipo
de estudios que hay que leer entre líneas para apartar la carga ideológica
que hace que se aprecie como un discurso crítico posicional y no un
discurso crítico reflexivo. Aquel, es manipulado y subjetivo; éste
es interpretativo y categórico.
Ana Teresa
Torres comienza su ensayo describiendo el sentido de los héroes; los
identifican como el germen espiritual que perviven en el imaginario
del pueblo: “los héroes venezolanos no descansan en el Panteón Nacional;
por lo contrario, andan sueltos. Saltan de sus lienzos y aterrizan en
el asfalto, sortean los automóviles, se introducen en Internet, protagonizan
la prensa y la televisión, y nos amenazan con su omnipresencia. Todo
indica que son muchos, quizás millones. No moriremos -parecen
decir-. No importa lo que hagan para desaparecernos, ni cuánto haya
corrido el tiempo; resistiremos…” (pp. 11-12) Desde esta idea la
autora avanza simplificando el proceso político venezolano, no sin
antes hacer ver, entre líneas, que Bolívar era un plebeyo, que la
postura del Libertador y el grupo de patriotas que lucharon por nuestra
libertad, lo hicieron ante la realidad de no tener otro camino, puesto
que el declive del Imperio Español venía desde sus raíces y no precisamente
en el contexto de la América que aún no tenía conciencia acerca de
qué caminos recorrer. En este pequeño aspecto (¡ni tan pequeño!)
no estoy de acuerdo, pienso que sí hubo una conciencia clara y que
no por casualidad, desde Miranda hasta la hazaña de Carabobo, el moviendo
independentista asumió un carácter de interrelación con los valores
autóctonos del suelo americano.
En otro aparte,
la autora se refiere a la libertad como el valor máximo; expone que
las ilusiones propuestas “…en 1810 no se cumplieron, los valores
civiles a que se aspiraba se disolvían en la frustración y el desánimo,
la soledad histórica y la indefensión (ideas que toma de Graciela
Soriano de García Pelayo). La disolución de los valores de la civilidad,
que, en última instancia, constituían la aspiración republicana,
deja como saldo único los valores de guerra…” (p. 23) Pero esa
concepción de libertad no estaba nada clara. Para Bolívar significaba
la “gloria y reunificación”; para los criollos terratenientes,
el libre comercio, la apertura de un mercado naciente que les hiciera
aumentar sus capitales; para las castas y clases dominadas, alcanzar
la autonomía y la igualdad (p.24). Como puede apreciarse, las diferencias
no sólo estaban entre los criollos y el Imperio Español, sino entre
los propios criollos y en la forma cómo ellos veían el proceso de
independencia. Sin duda, estas posturas rinden un buen espacio para
repensar los caminos andados y los del porvenir.
El resto del
libro aborda uno que otro aspecto histórico trascendental en la vida
republicana venezolana, claro está, persiste los puntos de vista de
referentes bibliográficos y testimoniales, cuya credibilidad ha estado
sujeta a cuestionamientos serios (por nombrar una perla, los testimonios
de Pablo Medina en razón de los fundamentos que dieron cuerpo al grupo
de militares alzados en el 92), por la actuación de estos autores e
informantes claves, en conspiraciones golpistas.
El texto de
Ana Teresa Torres tiene una prosa elegante y suave; que permite leer
sin aburrimiento y siempre conducidos por el hilo de una historia que
uno piensa tendrá un final apasionante. El problema de la obra
es su sesgo político; hay una clara postura ideológica que tinta las
imágenes bajo el lente cuestionador, reduccionista de la duda razonable.
Es quizás la inmensa viga que nos obstaculiza ver la realidad en el
escrito, pero si leemos el texto con criterio, y entendidos de esta
realidad, de seguro podemos sacarle provecho a alguno que otro de sus
párrafos, porque el buen lector no puede tener prejuicios, a pesar
que desde aquella experiencia con Manuel Caballero, nunca más me he
atrevido a leerlo porque temo terminar convertido, como él, en un
intelectual elegante.