"Cuando la intentona militar del 4F de 1992, el país habló. El golpe no prosperó, pero hubo un cambio en el pueblo. Cambio que venía madurando desde el Caracazo. Pero en la Cuarta República no entendieron el mensaje, se siguieron comportando de la misma forma e incluso la radicalizaron. Ignoraron la señal popular exigiendo mayor participación, el combate a la corrupción, una democracia distinta".
Anímese, haga la prueba: lea el breve párrafo entre sus allegados y pregúntele
de quién se trata. Yo mismo hice el ejercicio y la respuesta fue invariable:
debe tratarse de algún analista del chavismo. José Vicente Rangel, quizá,
Alberto Müller Rojas o algún otro. Ciertamente, buena parte de los tópicos del
discurso chavista están concentrados en esas líneas: algunos de sus hitos
históricos (4F del 92, 27F del 89), el cambio, el pueblo, la Cuarta República,
"mayor participación", "combate a la corrupción",
"democracia distinta".
Puede que todavía le sorprenda saber que no es un chavista el que habla, sino
Carlos Ocariz, Alcalde del municipio Sucre del estado Miranda, y militante de
Primero Justicia. ¿La circunstancia? Una entrevista concedida a Roberto Giusti,
de El Universal, titulada "Chávez actúa como la cuarta república
luego de la derrota", publicada el 10 de octubre de 2010.
Si todavía nos sorprendemos, es porque nuestros análisis tienen más de tres
años de retraso. Urge actualizarlos. Para hacerlo, es necesario remontarse
hasta 2007, cuando se produce un notable giro táctico en el discurso opositor.
No es un hecho casual que este giro táctico se produzca justo después de que el
chavismo alcanzara su pico
electoral (7 millones 309 mil 080 votos frente a 4 millones 292 mil 466
votos, el 3 de diciembre de 2006). Entonces, las fuerzas opositoras atravesaban
por una severa crisis de polarización: su discurso confrontacional (¡Chávez
vete ya!) y sus reiteradas e inútiles tentativas de disputarle (con inusitada
violencia, en muchos casos) la calle al chavismo, las habían conducido a una
derrota tras otra, incluida, por supuesto, la debacle electoral de diciembre de
2006. En lugar de sumar apoyos y crear consenso mayoritario en torno a su
estrategia (la derrota de la revolución bolivariana), su táctica
confrontacional y violenta había generado el amplio rechazo de la población, y
en particular de las clases populares, bastión del chavismo. Para el chavismo
popular resultaba claro que la oposición no sólo pretendía el derrocamiento
violento de un gobierno legítimamente constituido, sino además que ésta estaba
empeñada en obstaculizar el trabajo de un Presidente cuya intención era
gobernar en beneficio de las mayorías.
¿Cómo encaró la oposición esta crisis de polarización? Abandonando
progresivamente su discurso confrontacional y sus tácticas de violencia
callejera. En artículos previos he intentado hacer visibles los signos de este
giro táctico: el remozamiento de los actores políticos, vía el desplazamiento
de la vocería de la vieja partidocracia y la
entrada en escena del autodenominado "movimiento estudiantil"
(sobre todo a partir del anuncio de la no renovación de la concesión a RCTV,
pero también durante la campaña previa al referéndum por la reforma
constitucional); la defensa
a ultranza de la propiedad privada, supuestamente puesta en riesgo con la
propuesta de reforma; la crítica de la gestión de gobierno (el verdadero pivote
de este giro táctico, y el centro del discurso opositor desde entonces); y la
progresiva mimetización
o reapropiación
del discurso chavista (significantes, prácticas, estéticas y afectos propios
del chavismo
originario).
Es mi hipótesis que durante estos tres años (y un poco más), la repolarización
antichavista perseguía no tanto el reagrupamiento de las fuerzas opositoras,
sino la progresiva desmovilización y desmoralización de la amplia base social
del chavismo. Ante todo, era fundamental contener y si fuera posible disminuir
el poderoso arraigo popular que la revolución bolivariana había alcanzado en
diciembre de 2006.
En junio de 2009 escribía:
"Si lo que estaba por constituirse o consolidarse... era un tipo de gobierno
socialista... era
preciso demostrar todos los límites y el caudal de defectos de una
institucionalidad cuando mucho incipiente que, por demás, amenazaba con
combatir al capitalismo vernáculo en todos los frentes. Lo que la oposición
comenzaba a denunciar, y muy pronto lo hizo de manera sistemática, era lo que
juzgaba como un 'exceso' ideológico: un discurso oficial completamente alejado
de los 'problemas reales' del pueblo venezolano y, por supuesto, una gestión de
gobierno que, inspirada en ese discurso, resultaría incapaz de resolverlos.
Esta 'despolitización' del discurso opositor, que reclamaba menos 'ideología' y
denunciaba la mala gestión gubernamental, fue respondida por una suerte de
'gestionalización' de la política: desde entonces, el gobierno nacional dedica
buena parte de su empeño en 'demostrar' que, contrario a las consejas
opositoras, realiza una buena gestión cuando, por ejemplo, sanciona a los
especuladores y combate el desabastecimiento inducido, garantizando que a la
mesa del pueblo venezolano llegue la comida que la oligarquía le niega".
Como consecuencia de esta "gestionalización" de la política que hizo
suya el chavismo oficial, "sucedió
lo que muchos de nosotros considerábamos un imposible: la siempre virulenta
propaganda opositora logró establecer alguna relación de equivalencia con las
demandas y el malestar de la base social del chavismo". Concentrados
exclusivamente en difundir los logros de la gestión gubernamental, los medios
públicos dejaron de ser concebidos como el espacio natural para que el chavismo
popular expresara sus demandas, expusiera sus problemas, ejerciera la
contraloría social, debatiera públicamente y sin chantajes sobre el curso de la
revolución bolivariana, protestara contra la mala gestión y denunciara a los
corruptos y burócratas. De esta manera, el chavismo oficial ponía seriamente en
entredicho lo que había sido una de las principales banderas del chavismo: la
democracia participativa y protagónica. Mientras tanto, los medios opositores
se abalanzaban a recuperar, sin disparar un solo tiro, el terreno del que se
retiraban atropelladamente los medios públicos. No está de más decirlo: el
terreno donde se hace la política, donde se ganan y se pierden las batallas
políticas.
Si a esto le sumamos el progresivo proceso de burocratización de la política
que ha supuesto la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria, con el
saldo de disciplinamiento forzoso del espíritu bravío e irreverente del chavismo
popular, con el aplanamiento de las múltiples subjetividades políticas que lo
conforman (inexplicablemente, abrazando la causa de la profecía autocumplida
opositora: convertir en "oficialismo" lo que una vez fue un torrente
indomable), no es difícil entender el por qué de la "arritmia
electoral" del chavismo, mientras el
voto opositor crece lenta pero sostenidamente.
La crisis de polarización chavista es el resultado, también, de nuestra
incapacidad para reconocer los efectos y las implicaciones de este giro táctico
del discurso opositor. Durante todos estos años, el antichavismo viene
empleando eficaces tácticas orientadas a la desmovilización y a la
desmoralización de la base social del chavismo. Mientras tanto, el chavismo
oficial no sólo ha mordido el anzuelo de la "despolitización" del
discurso opositor, recurriendo a la "gestionalización" de la política
(asumiendo,
de hecho, la defensa de un Estado esclerosado, al que se supone debíamos
combatir), sino que ha perdido tiempo y esfuerzo valiosos en la "pequeña
batalla", olvidando lo estratégico:
"Hemos puesto tanto esfuerzo al servicio de informar de la pequeña batalla,
que nuestros sentidos se han venido atrofiando: con nuestros ojos pegados a las
pantallas y nuestras manos saltando de primera página en primera página,
nuestro olfato político ya no nos alcanza para percibir que el hastío por la
política, y en particular por los políticos, afecta a parte considerable de lo
que durante todos estos años constituyó la base social de apoyo a la
revolución. Hastío por los políticos que, por momentos, nos hace recordar a la
Venezuela que hizo posible la insurgencia del chavismo. Si el chavismo
significó la progresiva politización del pueblo venezolano, fue porque hizo
visible a los invisibles y dio voz a los que nunca la tuvieron. Allí radica su
grandeza. De la misma forma, el hastío por la política y por los políticos
tendría que ser la medida de sus miserias. Porque hay hastío allí donde el
chavismo no se siente visibilizado, cuando su voz no es escuchada, cuando sus
demandas son ignoradas. Si el chavismo significó la quiebra histórica de la
vieja clase política, mal haría prolongando una batalla cuya victoria tenía
asegurada, empeñándose en subirse al ring para disputarse el título con
rivales de poca monta, gastando pólvora en zamuro, perdiendo el tiempo en
disputas verbales con dirigentes de partidos casi inexistentes, mofándose de
sus sandeces, respondiendo a sus insultos y provocaciones. ¿Todavía tienen algo
que decirnos un Ramos Allup o un Óscar Pérez? ¿O un Luis Ignacio Planas o un
Andrés Velásquez o un Antonio Ledezma? Cierto, allí está Ledezma como Alcalde
Mayor. ¿O es que acaso construimos adversarios a nuestra medida? ¿Quién era
Julio César Rivas antes de que apareciera en las
pantallas de nuestras televisoras? Mientras nos empantanamos en las trincheras
de la pequeña batalla, ¿quién muestra el rostro del chavismo descontento?
¿Quién escucha su voz? ¿Quién atiende sus demandas? ¿O es que acaso hay algo
más subversivo que el mal gobierno, que el político que roba o que mucho dice y
poco hace? ¿Cuántas insurrecciones populares comandará Roderick
Navarro?".
Distraído y entumecido por los rigores de la pequeña batalla, el chavismo
oficial fue creando las condiciones para el surgimiento del discurso de la
"despolarización", en el que la "encuestología" ha
desempeñado un papel crucial (y como he intentado demostrarlo en una serie
de artículos). Un discurso que adoptaron por igual tanto antiguos aliados del
chavismo (el PPT
y la "izquierda" antichavista), como Venevisión
o Televen. A mi juicio, la tentativa del PPT de presentarse, en ocasión de las
elecciones parlamentarias del 26-S, como una alternativa electoral real, como
una "tercera vía", adoptando un discurso que se abriera paso entre el
chavismo y la vieja partidocracia, estaba de antemano condenado al fracaso. En otra
parte afirmé que el discurso de la "despolarización", que
pretendía recuperar parte de los símbolos del "chavismo originario",
constituía tan sólo un momento de un proceso incipiente de recomposición de la
clase política opositora, y que enfrenta a actores políticos emergentes con la
vieja partidocracia. En su concepción, se trata de un discurso de elites, o de
un sector de ellas. El PPT (y quienes lo acompañaron) no fue más que un peón de
un juego estratégico que lo trasciende, y que estaba muy lejos de controlar.
En mayo
de este año me parecía claro que Leopoldo López (y su Voluntad Popular) era
quien reclamaba más firmemente su derecho a asumir ese liderazgo opositor
emergente. Sin embargo, fue el partido Acción Democrática (y su desprendimiento
directo, UNT) el que terminó capitalizando el esfuerzo unitario opositor (UNT,
16 diputados con 998 mil 606 votos; Acción Democrática, 14 diputados, con 924
mil 339 votos; Primero Justicia, sólo 6 diputados, a pesar de haber alcanzado
974 mil 358 votos). He allí el sentido de lo que escribía en mi análisis
preliminar sobre las parlamentarias: "Cantarán victoria, sin lugar a
dudas, pero la procesión va por dentro (un proceso incipiente de recomposición
de su clase política)".
Es desde esta perspectiva que hay que interpretar las palabras de Carlos
Ocariz, en la entrevista concedida a El Universal: "Creo que de
esto va a surgir un nuevo liderazgo que ya se está comenzando a ver. Ese
liderazgo emergente es el llamado a construir la nueva Venezuela y ojalá no
caiga en la tentación de hacerse el sordo ante el mensaje popular". Ese
"liderazgo emergente" necesita coexistir, por ahora, con la vieja
partidocracia, puesto que lo contrario implicaría poner en riesgo el objetivo
estratégico: "La construcción de concepciones distintas no implica,
necesariamente, partidos nuevos. Eso puede ocurrir en partidos que existían,
que existen, capaces de sintonizar con el mensaje que el pueblo quiere
escuchar. No tengo prurito en sentarme con quien sea si estamos viendo el país
de la misma manera. No creo que estemos en disonancia con la Mesa. Todo lo
contrario. La Mesa no es una necesidad, sino una esperanza para el país,
siempre y cuando comprendamos que lo que está pasando no puede ser para
mantener este presente ni para regresar al pasado. Se trata de construir un
futuro distinto, con base en nuevas propuestas ante nuevas realidades".
Pero he aquí lo más relevante del discurso de Ocariz: por un lado, expresa que
en las parlamentarias "hubo dos derrotados: el sector radical del gobierno
y el de la oposición. El radicalismo fue el gran derrotado". Más adelante
afirma: "Por ese camino, distinto al del enfrentamiento y la polarización,
la gente comprendió que construimos entre todos, no para un solo sector y
también que no se trata de 'ustedes contra nosotros', sino de todos juntos...
Hay la convicción, incluso entre gobernadores y alcaldes oficialistas, que
(sic) la polarización no conviene a nadie". Es preciso leer entre líneas:
no se trata, realmente, de un discurso contra el "radicalismo", sino
de la radicalización del mismo discurso que viene empleando la oposición desde
2007. Y la radicalización de ese giro táctico del discurso opositor ahora
adopta, pero sobre todo resignifica, los contenidos del discurso de la
"despolarización": "entre todos", "todos juntos".
En otras palabras, no es un discurso contra la "polarización", sino
clara expresión de la forma que adopta, en el actual momento político, la
repolarización antichavista.
Si desde 2007 la repolarización antichavista perseguía, principalmente, la progresiva
desmovilización y desmoralización de la base social del chavismo, y si
adicionalmente ha conseguido
reagruparse en una plataforma unitaria, a partir del 26-S su objetivo es
más ambicioso: ganarse el apoyo de parte del chavismo. De eso se trata la
radicalización antichavista: de movilizar, a su favor, parte del voto chavista.
En palabras del propio Ocariz: "el camino para la reconstrucción de una
mayoría, al lado del pueblo, con un trabajo de hormiguita, ganó un
espacio". En eso consiste la repolarización antichavista: en granjearse el
apoyo de las mayorías populares, tarea imposible sin el apoyo de parte del
chavismo.
Esta repolarización antichavista que encarna el discurso de Ocariz continua,
sin duda, con la línea de crítica de la gestión pública: "El gobierno
habla de socialismo, pero en Petare las escuelas públicas no tenían ni baño,
estaban destruidas, carecían de programas sociales. Los docentes, al igual que
los policías, eran los peores pagados de Caracas. Los ambulatorios no tenían
medicinas. ¿Eso es socialismo? No lo es". Pero sobre todo profundiza en la
reapropiación del discurso chavista. El resultado es el siguiente: "No soy
un alcalde socialista, sino con una visión profundamente social. Así como no
tengo complejo de trabajar con la empresa privada, tampoco lo tengo para
transferir poder al pueblo, que lo hace mejor que el Estado. Entonces, hay una
diferencia ideológica. Mientras yo practico la transferencia de poder al
pueblo, el gobierno piensa que el Estado debe ser más grande porque ya no puede
transferir más nada a la comunidad. El poder popular de que habla el gobierno
es pura paja. Hipocresía. Ahora, tampoco creo en la tesis, capitalista, según
la cual el Estado debe ser más pequeño para transferir poder al sector privado.
En Primero Justicia creemos en una sociedad civil más fuerte, que haga
obras". Ni socialismo ni capitalismo: poder popular.
Atrás quedaron los tiempos en que Ocariz "denunciaba" (¡apenas diez
días después del golpe de Estado de abril de 2002!) que
"francotiradores" apostados en "edificios del gobierno"
habían asesinado a manifestantes de la oposición: "Cada instante siento el
palpitar de los cientos de miles de corazones que caminábamos hacia Miraflores
con alegría y esperanza por una Venezuela distinta, moderna, libre, de
primera... Y recuerdo las respiraciones agitadas, los gritos, el miedo
traducido en carreras por las calles del centro de Caracas, mientras de los
edificios del Gobierno veíamos a los francotiradores ensayando tiro al blanco
con los manifestantes que caminaban en busca de la esperanza" (Justicia. El
Nacional, 21 de abril de 2002). El mismo Ocariz que, después del criminal lock
out empresarial y sabotaje de la industria petrolera (diciembre de 2002 y
enero de 2003), y que costó la vida de venezolanos y llevó a la quiebra a la
economía nacional, solicitaba la renuncia del Presidente Chávez (Coromoto y la
fe. El Nacional, 3 de febrero de 2003). El mismo personaje que una
semana después de la estrepitosa derrota opositora en el referéndum revocatorio
contra Chávez, denunciaba (junto a otros dirigentes de Primero Justicia) un
supuesto fraude, y se negaba rotundamente a la posibilidad de
"diálogo" con el Presidente (Primero Justicia rechaza diálogo con
Chávez y desconoce auditoría. El Nacional, 22 de agosto de 2004).
Los tiempos han cambiado. En entrevista concedida al diario Últimas Noticias,
el 10 de octubre de 2010, Julio Borges se manifiesta "a favor del
entendimiento, del diálogo y la concertación". Ensaya de diversas formas
el mismo estribillo: "el país, mayoritariamente, no está alineado con el
gobierno. Eso nos convierte a nosotros en una mayoría. Pero el gobierno, en
lugar de buscar un centro democrático y de entendimiento, que es lo que fortalece
cualquier sistema político, lo que ha dicho, claramente, es que ese centro no
va a existir. El gobierno les ha negado a los venezolanos la posibilidad de que
exista un espacio de diálogo y convivencia". Coherente con el propósito de
resignificación de los contenidos del discurso de la
"despolarización", insiste en el tema del "equilibrio":
"vamos a sentarnos a ver cómo equilibramos el juego en Venezuela, donde
haya un reconocimiento mutuo, como paso previo a la construcción de una
agenda"; "los venezolanos, intuitivamente, buscamos ese equilibrio el
26-S"; "El mandato popular, tal como se expresó el 26-S, es una tarea
que la oposición debe encausar como una presión social para que logremos
construir el equilibrio"; "al gobierno le tocaría reconocer que hay
un espacio enorme, que a mi juicio es mayoritario, que quiere un
equilibrio"; "Éste es como un último experimento de equilibrio".
Al igual que en el caso de Ocariz, mediante su discurso contra la
"polarización" disimula el propósito de la repolarización
antichavista, que no es otro que sumar apoyos en la base social del chavismo:
"La clave está, y yo lo viví en carne propia en mi campaña en Guarenas y
Guatire, localidades que siempre se han vendido como un bastión oficialista, en
que el país entero está listo para una nueva generación con nuevas ideas y con
una nueva visión del país. Para mí fue muy impactante hacer campaña en la
urbanización Menca de Leoni, llamada también 27 de febrero, tocar la puerta del
apartamento de una familia que tenía la foto del presidente Chávez, que quizás
el año pasado no me hubiera invitado a pasar a su casa, pero esta vez lo hizo,
que a lo mejor no votaron por mí, pero me escucharon, que tal vez no
compartieron todo lo que yo les dije, pero se quedaron pensando en lo que les
dije, eso... es un cambio sustancial de un país que estaba polarizado y que en
las bases advierte: 'no queremos enfrentamientos, queremos ideas y la
posibilidad de que puede haber un futuro compartido por todos'". Nótese,
adicionalmente, cómo subraya la necesidad de un liderazgo opositor emergente.
Algunos días antes, el 4 de octubre, en una entrevista
concedida también al diario El Universal, Henrique Capriles Radonsky,
Gobernador del estado Miranda, desarrollaba una línea expositiva en perfecta
sincronía con los personajes ya citados. Idénticos tópicos están presentes en
su discurso: necesidad de un liderazgo opositor alternativo ("Hay quienes
quieren volver al pasado, a las viejas políticas, a las roscas, a los acuerdos
entre mesas y creen que el país no ha cambiado. Otros, como Chávez, quieren
mantener el presente. Pero estamos quienes miramos hacia el futuro");
crítica de la gestión ("Al Gobierno se lo tragan la ineficacia y la
corrupción"); una apuesta por el diálogo, la reconciliación y una crítica
de la "polarización" ("si miras las encuestas verás la
aprobación, hacia nuestra gestión, por parte de los simpatizantes de Chávez. Eso
demuestra que se puede construir para todos. El país de Chávez, sumido en la
división, cada vez se parece menos a lo que quiere la mayoría"); y
reapropiación del discurso chavista ("sí creo en la necesidad de construir
una democracia con profunda visión social. Y quien no entienda eso debe tomar
rumbo hacia otro lado porque 70% de la población es pobre"). La
orientación es la misma: radicalización del giro táctico del discurso opositor
de 2007 y resignificación del discurso sobre la "despolarización". En
dos palabras: repolarización antichavista.
En definitiva, la oposición (o más precisamente, el conjunto de fuerzas
políticas herederas de la partidocracia, pero que pugna por desplazar a los
viejos partidos) ha levantado las banderas del "diálogo", y con este
discurso pretende revertir los efectos negativos de la lógica de la pequeña
batalla. Le habla a la oposición que vota disciplinadamente contra Chávez, pero
no por la vieja clase política. Más aún: le habla al chavismo. Pretende
convertirse en una "alternativa democrática", y cada vez parece más
claro que cuenta con el apoyo decidido de los medios, del grueso de la
oligarquía y del gobierno de Estados Unidos.
Frente a este discurso, resulta completamente inoportuno plantearnos el falso
dilema: "diálogo" o "polarización". Tampoco se trata de
optar entre "radicalización" o "despolarización". La
apelación al recurso del "diálogo" es, en sí misma, la más clara
expresión de una radicalización de la táctica que la oposición viene empleando
desde 2007 (abandono del discurso confrontacional, crítica de la gestión de
gobierno, reapropiación del discurso chavista, etc.), y es el resultado de una
resignificación del discurso sobre la "despolarización". Si la
oposición habla de "diálogo", es porque previamente ha radicalizado y
resignificado. "Diálogo" es repolarización antichavista.
Pretender que el chavismo elija un camino distinto a la impostergable
repolarización, que abandone el horizonte de la radicalización democrática,
resulta no sólo ingenuo: equivale a capitular sin haber peleado, o peor aún,
después de haber peleado tanto. La crisis de polarización chavista no es, como
pudiera pensarse, resultado de los excesos del antagonismo y el conflicto
políticos, sino todo lo contrario: de la atenuación del conflicto y del
disciplinamiento del antagonismo que supuso la burocratización de la política.
Frente al "diálogo", lo que corresponde es recuperar los mecanismos
de interpelación mutua entre Chávez y la amplia base social del chavismo, pero
también entre el partido, el gobierno y el chavismo popular. Pero es poco lo
que se ha logrado avanzar en esta dirección. Por un lado, buena parte del
chavismo oficial luce confundido y aturdido. No logra interpretar el alcance de
esta radicalización del discurso opositor: está persuadido de que la oposición
en pleno acudirá a la Asamblea Nacional a "sabotear", cuando,
insisto, la táctica apunta al "diálogo", y está orientada a mostrar
al chavismo como enemigo acérrimo del "equilibrio" necesario (o como
partidario de la "polarización", según la versión vulgarizada del
sentido común antichavista). Por el otro, preocupa la inercia del chavismo
oficial, la escasa voluntad demostrada hasta ahora para abrir los espacios de
deliberación entre revolucionarios, indispensables para avanzar en las 3R²; la
apuesta por el silencio como vía para neutralizar el llamado de Chávez a
revisar, rectificar, reimpulsar, recuperar, repolarizar y repolitizar; la
tendencia a concebir la convocatoria a un Polo Patriótico como una nueva
alianza entre partidos (exactamente lo contrario de lo expresado por Chávez:
"más allá de los partidos hay un país social que no milita y no tenemos
porque aspirar a que milite en ningún partido y es una masa muy grande... la
solución va más allá de los partidos, pasa por los partidos, pero no puede
quedarse en los partidos").
Pero la pelea es peleando.
reinaldo.iturriza@gmail.com
http://saberypoder.blogspot.com/