En el imperio
romano, los proletarii eran los ciudadanos de la clase más baja
que no tenían propiedades y cuya única utilidad para el Estado era
generar proles para engrosar los ejércitos del imperio. La única
riqueza del proletariado moderno, los que no tenemos más remedio que
trabajar para otros para poder subsistir, son también nuestros hijos.
Pero resulta
que tener hijos ahora es un lujo que una gran parte de los proletarios
no se puede permitir. La mitad de los jóvenes no tiene trabajo. La
otra mitad lo que consigue son empleos temporales, en precario. Nada
que les permita planear un futuro, disponer de una vivienda, ir a vivir
en pareja. Y para la escasa minoría que lo consigue, tener un hijo
supone unos gastos que sobrepasan lo que pueden asumir con sus salarios.
Y eso si, en el caso de las mujeres, no se ven el paro por quedarse
embarazadas.
Por mucho que
nos bombardeen a propaganda sobre la “compatibilidad de la vida laboral
y familiar”, cuidar de un niño es incompatible con las exigencias
del trabajo asalariado. Hay que tirar de los abuelos –si viven–
como cuidadores sin remuneración. Y disponer de grandes sumas de dinero
para alimentación, ropa, libros, etc. Si, por lazos de destino, la
niña o el niño necesita cuidados especiales, la situación es entonces
insostenible.
Y si se hace
imposible para la inmensa mayoría de las y los proletarii tener
un hijo, imagínense tener dos, tres o cuatro. Eso es un dispendio que
sólo se pueden permitir los que disponen de tiempo libre y mucho dinero.
Precisamente, los que nos sermonean sobre familias tradicionales, aborto,
métodos anticonceptivos… Y los que ponen a sus hijos en carísimos
colegios privados, a ser posibles subvencionados con dinero público.
Los que se
quedan con el fruto de nuestro trabajo, los que se enriquecen pagándonos
salarios de miseria, los que pueden permitirse el lujo de tener todos
los hijos que quieran, que para eso pueden contratar servidumbre que
los cuide, son los mismos que imponen su moral, sus modelos familiares
a través de sus grandes medios de comunicación, las políticas económicas
y los recortes sociales a través de sus políticos au sueldo, sus valores
que incluyen, cínicamente, la abstinencia sexual, y su hipocresía.
Condenados
a no tener hijos ni futuro, estamos asistiendo a la paradoja de toda
una generación de proletarios condenados a no tener prole. Y como eso
“pone en peligro el sistema de pensiones”, pues ni prole ni jubilación.
A vivir en el valle de lágrimas, o a hacerse cura.
Esto del capitalismo
es lo más pasado de moda que hay. O sea.
(*) Miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
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