Y es
que, también, las lluvias han permitido descubrir el verdadero rostro
de indignidad y la podredumbre de muchos. La
Iglesia Católica, hoy más desprestigiada
que nunca por su historial de abusos y mezquindades, tiene su parte
en el show. Las últimas revelaciones hechas por Wikileaks sobre
la solicitud hecha por el Arzobispo “venezolano” Baltazar Porras
al imperio norteamericano para que intervenga directamente en Venezuela
y contenga a Chávez, este hecho, sumado a la indiferencia de la Iglesia
Católica ante la tragedia natural que vive el pueblo de Venezuela por
las lluvias, y que afecta a los más pobres; a los parias; la clase
más golpeada por la miseria que engendra el capitalismo que ellos defienden,
ha terminado por desnudar las verdaderas intenciones esa cúpula eclesiástica
y su total desprecio por el pueblo.
¿Y
cómo catalogar, sino de bandidos, a los jerarcas de la iglesia católica
venezolana que se prestan a desestabilizar la revolución?
¿Y cómo catalogar, sino de ignorantes, a quienes,
todavía, hoy profieren respeto a los jerarcas de esa
institución? No podría ser para menos.
Pues, la reputación de los jerarcas de la Iglesia
Católica, al igual que muchos curas yace
fluyendo libremente, mezclada con las aguas servidas,
entre las calles de los barrios y pueblos afectados por las lluvias,
minando la salud de nuestro pueblo. La inmoralidad de la cúpula
eclesiástica es tan grande como el oro y las riquezas que guarda el
Vaticano; con el que se lucra esa misma mafia anticristiana; dinero
suficiente para calmar el hambre de millones en el mundo.
A ellos se refería la eterna Rosa de Alemania (Rosa Luxemburgo) cuando decía que “muchos Obispos y Curas no pregonan la enseñanza cristiana: adoran el becerro de oro y el látigo que azota a los pobres e indefensos”. La indigna cúpula eclesiástica acostumbrada a vivir entre las aguas servidas nunca entenderá que al pueblo le deben respeto. El deslave de la ética se llevó consigo también a la Iglesia.
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