La llegada al poder de Hugo Chávez está marcada por una serie de hechos que se conjugaron en el seno de la sociedad venezolana. El deterioro de los partidos tradicionales (los cuales fungían como vínculo entre el gobierno y la ciudadanía), la “intoxicación” del modelo rentista petrolero y sus diferentes aspectos que penetraron todo el aparato productivo de la nación creando una economía mono-dependiente por la generación de ingresos casi exclusivamente a través de la exploración, explotación y venta de este recurso energético; además, la ineficiencia de un Estado, el cual, por más que haya tratado de impulsar la institucionalidad, la separación de poderes y el estado de derecho; no logró consolidar un modelo político a través del cual todos y cada uno de sus ciudadanos y ciudadanas se sintieran identificados. Por otro lado los niveles de exclusión social (al final de la década de los 90 (1998) la pobreza general en Venezuela estaba en 50,40 % y la pobreza extrema en 20,34%, según el Instituto Nacional de Estadística) socavaron las bases de credibilidad y filiación de los ciudadanos con la democracia representativa. Los contrastes entre los venezolanos, más allá de un elemento propio de nuestra cultura caribeña, se profundizaron en el campo de lo económico estableciendo un nivel de desvinculación entre los mediadores de la acción política gubernamental y sus representados. Frente a este panorama las condiciones se estaban conjugando para que se planteara un giro en la lógica y dinámica social del sistema político venezolano.
La vinculación entre: pobreza, “Caracazo” y ascenso de Hugo Chávez al poder es parte de una correlación de factores y hechos interdependientes que nacieron de un clima político conectado a la globalización de los años 90 en Latinoamérica, y a la vez está en correspondencia con la reducción del Estado en Venezuela producto de las políticas neoliberales condicionadas desde los multilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial; principalmente). Algunos foros nacionales e internacionales hacen un ejercicio de mea culpa en la actualidad por asumir en la década del 90 como una figura absoluta e ideal, los lineamientos emanados desde el Consenso de Washington y al neoliberalismo como el deber ser de la economía y la política. La concepción de “movilidad social”, “ascenso social”; se ubicó en Venezuela como formas legítimas de desarrollo individual y colectivo. La clara inclinación de un Estado en la década de los 80 y 90, permeado por imperativos sustentados sobre la base del mercado, generó no sólo en este país sino en otras naciones de América Latina, el cuestionamiento del modelo de democracia establecido; el cual, en la mayoría de los países, se manejaba sobre los patrones axiológicos de la representatividad. Las coyunturas, los hechos sociales que derivaron en cambios sustantivos en los gobiernos latinoamericanos de ese entonces, provinieron en su mayoría de reacciones en los estratos bajos y medios de la población, a los programas económicos impuestos por los gobernantes que se inclinaron hacía el neoliberalismo. Se estaba frente a una nueva geometría del poder post-Guerra Fría; la cual, ameritó el reordenamiento de la estructura del Estado para cumplir con la dinámica política y económica imperante en el mundo. El sistema pasó a sostenerse básicamente sobre la economía del libre mercado y un marco de relaciones internacional que apuntaba hacia los Tratados de Libre Comercio (TLC) entre naciones. El principio fundamental de estos hechos se hizo en el contexto de un profundo e irreversible -en algunos casos- deterioro de la estructura de partidos políticos tradicionales en Latinoamérica.
Las clásicas formas de participación ciudadana e instancia de intermediación social entre el poder constituido y constituyente, asumieron en su mayoría los lineamientos neoliberales sin la fuerza en el seno de la sociedad latinoamericana para hacer las correcciones y advertencias necesarias hacia los gobiernos que asumieron el Consenso de Washington como razón de Estado. La aplicación de medidas según este patrón capitalista para la consolidación en América Latina de una nueva arquitectura financiera basada en el neoliberalismo, generó nuevas formas de movilización social, de reunificación del sentido de resistencia social y produjo en el núcleo de los partidos de izquierda y las Fuerzas Armadas venezolanas, un replanteamiento de sus formas de lucha para hacer frente de lo que ya era para ese momento definido como el triunfo de los mercados sobre el Estado benefactor o en el caso venezolano, el Estado rentista petrolero keynesiano.
(*)Periodista
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