Ya sabemos que las “Ferias” de libros, controladas por los monopolios editoriales, son teatros de operaciones comerciales plagadas con todo tipo de vicios, intereses mercantiles y tráfico de influencias publicitarias que, en tanto mercados capitalistas de productos editoriales, están determinadas por las leyes de los monopolios y de la acumulación de ganancias. Casi siempre salen perdiendo los autores y los compradores. Ya sabemos que las “Ferias”, manipuladas por la farándula libresca, sirven para que la burguesía exhiba a sus payasos intelectuales de moda, vestidos con oropeles mediáticos o nobeles, para que salpiquen idiotez a los cuatro vientos. Ya sabemos. Ya sabemos, y también sabemos que hay excepciones.
Ya sabemos que los libros, es decir buena parte de su producción, distribución y consumo… están, hoy, infestados por la lógica de la mercancía capitalista. Ya sabemos que hay autores, voluntariosos, dispuestos a escribir, en géneros diversos, aquello que complace a las casas editoriales y a los “targets” que la mercadotecnia de cada empresa define como su comprador, asegurado o potencial. Ya sabemos que hay autores que, a cambio de su obra, limosnean “publicidad” que luego cambian por cátedras, conferencias, cursos o palmaditas en la espalda de sus cuentas bancarias. Ya sabemos que hay autores chantajeados. Ya sabemos que el concepto libro no es sinónimo de calidad ni de verdad universal y que toda reverencia y misticismo cultural, en torno a los libros, puede pecar de ridiculez y falacia de, acaso, raíz publicitaria.
La ideología de la clase dominante, sus libros y sus “Ferias” editoriales.
Sabemos, también, que no son las clases trabajadoras, los campesinos ni los obreros, ni la mayoría de los seres humanos, los destinatarios de los paquetes culturales burgueses que, disfrazados de “Ferias” de libros fijan precios, delinean rutas de distribución, imponen cánones estéticos y temáticos y deciden a quién, o quienes, bendecir en sus templos de papel monopolizado para mantener el objetivo mercantil de “dar a conocer” las novedades de la industria editorial.
Las “Ferias” de libros burguesas, son templos del comercio editorial sustentado por impresores, inversionistas, intermediarios, especuladores del papel y de la tinta, mercadólogos, publicistas, agentes comerciales en busca de mercados potenciales, distribuidores de libros… autoridades civiles, bancarias y eclesiásticas, censores… son una fiesta de la parafernalia que exige un consumo galopante, incentivado por cualquier medio. Son una borrachera de espejismos para marear al consumidor entre pócimas de sacrosanta cultura libresca. Pachanga y juerga de bullicio chillón en el que luchan por destacarse las “novedades” de siempre… es decir, los nuevos latifundios editoriales que ahora campean también en los supermercados.
Los libros, emancipados de todo chantaje comercial, deberían ir, principalmente, a las plazas como en una biblioteca fenomenal que ensanche las lecturas que, ahora, deberían hacer los pueblos liberados, por fin, del analfabetismo. Por ejemplo: son millones y millones los libros editados por Venezuela para ser distribuidos, incluso, gratuitamente. Eso es ya es un ejemplo mundial. Es una de las tantas maneras en que se expresa un compromiso revolucionario pactado democráticamente por un pueblo. Hay que romper los cercos y los bloqueos mercantiles que han secuestrado a los libros para ponerlos en manos de millones no como producto de una transacción mercantil y sin trampas pergeñadas por mafias editoriales.
Libros no para llenar sólo bodegas o para adornar la “currícula” de algún santón intelectual. Libros en manos de mujeres, hombres y niños que tengan en su poder condiciones nuevas para ser libres porque serán cultos. Como, por ejemplo, en las plazas de Venezuela donde suele verse a las madres y padres que llevar a su casa libros que son un patrimonio valiosísimo para sus hijos. Democratización de la producción editorial donde suelen verse niños hojeando libros con las inteligencias nacientes llenas de letras libres y socialistas… con la mirada puesta en el futuro. Los libros deben ir a las plazas, es decir y emanciparse... a los espacios públicos liberados de las corporaciones editoriales burguesas. Ponerlos a la mano y liberarlos de la ideología de la clase dominante para dejarlos garantizarse su derecho de organizarse y dar la batalla de las ideas. Y, por si fuese poco, regalarnos el ejemplo de ser cultos para ser libres. Y viveversa.
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