El tema de la cultura exige de una discusión, en este momento histórico, por lo menos, en dos aspectos: la dimensión cultural de una revolución y el papel en la formación del hombre nuevo en el marco de una formación económico-social capitalista. Una revolución tan característica y específica como la que experimenta el país, desde lo telúrico hasta lo cotidiano, exige grandes cantidades de reflexiones, permanente crítica y acusada autocrítica.
Tiempos de transformación convocan a un análisis descarnado sobre el papel de la cultura en el siglo XXI. Los gerentes públicos culturales, en particular, y los creadores y trabajadores culturales, en general, están llamados a empoderarse, resueltamente, de una concepción y de un conjunto de preceptos epistemológicos que orienten la práctica cultural, en términos de gestión pública y logros gerenciales, y que tiene que ser una praxis revolucionaria. ¿Cómo se puede ser revolucionario desde una militancia- teórica y práctica-cultural?
Se requiere de una gestión cultural de nuevo tipo que signifique una revolución cultural expresada en resistencia cultural, militancia de la cultura residencial popular y elaboración de una teoría cultural revolucionaria, la cual pudiera ser un componente de la teoría del socialismo del siglo XXI.
Ahora bien, “…toda consideración teórica se entenderá como subordinación a las recomendaciones concretas para una práctica cultural revolucionaria. Esto supone una tensión peculiar entre teoría y práctica: si bien una práctica cultural carente de directrices teóricas está condenada al caos y al gasto inútil de energías, también es cierto que ninguna directriz teórica- como ninguna teoría en general- adquiere su desarrollo y su perfeccionamiento reales más que como resultado de una práctica cultural…” (Silva, 1975: p 152).
Es indudable que la Constitución Cultural Bolivariana incorpora un conjunto de categorías inéditas en la historia del constitucionalismo cultural de Venezuela y tales preceptos podrían formar parte de una teoría cultural revolucionaria que brinde luces no sólo a la una gestión cultural de nuevo tipo sino que oriente nuestra práctica cultural diaria con un claro carácter revolucionario. Desde la Constitución de 1999, en materia cultural, es posible ampliar significativamente el análisis epistemológico. Ello implica crear o elaborar una teoría cultural revolucionaria.
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