La Historia de la Economía Clasista[1] nos indica que el progreso de las sociedades ha caminado a la par con el desarrollo de los medios de producción, de los instrumentos trabajo, la obtención de nuevas y más abundantes materias primas y la multiplicación de la productividad de la mano de obra[2].
Ciertamente, el desarrollo de las fuerzas productivas = los medios de producción y los trabajadores, mide el potencial de producción de una economía, pero sólo cuando se hace abstracción de las clases sociales. En ese caso, pareciera que tal desarrollo favoreciera a todos las personas. Nada más falso porque en concreto el desarrollo de esas fuerzas sólo ha beneficiado a los explotadores, vale decir, a los capitalistas o empresarios burgueses.
“En los Estados Unidos y tras un largo periodo en la oposición, en 1933 subió al poder el Partido Demócrata. Fue consecuencia del desfonde total del Partido Republicano, que había pregonado desaforadamente a la llamada “prosperidad” de de los Estados Unidos. Esta “prosperidad” se tradujo durante la crisis económica (año 29) en una pavorosa miseria de las masas populares, en 16 MM de parados, en la ruina de centenares de miles de granjas. Franklin Roosevelt, candidato del partido Demócrata, venció porque se proclamó partidario de imprimir un nuevo rumbo a la política. Dictaba esta necesidad, ante todo, el hecho de que el capitalismo norteamericano se hallaba en una situación extremadamente delicada y que la burguesía pudiera esperar acciones peligrosas para ella de unas masas populares conducidas a la desesperación (Ejemplo, El Caracazo venezolano) [3]. Paréntesis míos.
Allí hay una poderosa razón para convalidar la afirmación recogida por Carlos Marx en su “Contribución a la Crítica de la Economía Política”:
“En un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas de producción materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción (inmateriales) existentes o con lo que no es otra cosa que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. Hasta ayer formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas condiciones se transforman en pesadas trabas. Se inicia entonces una era de revolución social. Paréntesis mío.
Marx discernió más o menos así: Si la mano de obra se halla desarrollada suficientemente y mejora los medios de producción ajenos, al punto de que con su uso se reduce el tiempo de trabajo necesario para el reintegro del valor del salario, y en consecuencia se agranda la plusvalía del capitalista, entonces, no hay otra salida que enfrentar políticamente la propiedad privada de dichas fuerzas productivas.
Ese enfrentamiento ha tenidos variadas manifestaciones, desde las pacíficas del reclamo sindical y legalista, hasta la violencia callejera con muertes inclusive, pasando por huelgas que más perjudican al trabajador que al patrono.
Resulta evidente que las mejoras salariales que pudiera recibir el trabajador, a cambio de su mayor productividad, en términos de mayor plusvalía relativa lograda durante una mayor cantidad de trabajo realizado en un mayor tiempo de trabajo excedentario y sin alargar la jornada, esas mejoras salariales, decimos, las toma para sí el patrono por considerar que el desarrollo de la productividad (rendimientos, en la terminología burguesa) responde al capital suyo invertido en los medios de trabajo.
Como si fuera poco, un patrono que considera suyas las mejoras productivas facilitadas con “su” capital, también integra al precio de venta el coste de esas inversiones, y lo hace sin mayores consideraciones. Cuando calcula la ganancia, la reduce contablemente en la medida del valor de los medios de trabajo usados y consumidos para ese período, pero la retoma en dinero en el precio de venta.
Ese desequilibro en la distribución del valor agregado por el trabajador, que se hace más notorio mientras más sofisticados son los medios de trabajo (buenos para el patrono pero no tanto para el trabajador) provoca pérdidas de interés en el trabajo, la producción tiende a estancarse, sobrevienen los despidos, cierres de fábricas, desempleo y un lógico malestar general en la sociedad. Tales medios de trabajo terminan subutilizados en medio de un mayor desempleo, la tasa de ganancia tiende a bajar, los precios suben por contracción de la oferta, se reduce la inversiones en nuevos y mejores medios de producción, todo lo cual desencadena declives de producción rumbo a un caos laboral que, groso modo, se conoce como “crisis” del capitalismo o, con propiedad, un “conflicto” entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de propiedad sobre los medios de producción.
Porque lo que desarrolla la industria capitalista es la productividad del trabajador para crear más plusvalía relativa, un desarrollo propiciado por mejores instrumentos de trabajo y materias primas de primera calidad, mismo que arroja una sobreganancia burguesa que muy poco favorece a los trabajadores activos y por el contrario propende a su desempleo.
Pongamos por caso el siguiente: Supongamos que la misma ayuda productiva que dan las herramientas de trabajo se lograra con el empleo de más asalariados, que en lugar de máquinas se empleara más trabajadores. En este caso, el coste salarial se cargaría al costo de fabricación sin mayores dudas ni improcedencias contables. Es lógico pensar, entonces, que cualquier mejora productiva tendría su fuente en la mano de obra o en la máquina que la reemplaza.
Luego, sigamos esa política y vayamos reemplazando progresivamente la fuerza de trabajo hasta minimizarla. Ciertamente, con máquinas se puede fábrica mercancías automáticamente mediante un proceso de trabajo que terminaría cuando la máquina ceda toda su utilidad: días, semanas, meses, años, lustros, etc. De esta manera se borra la división de la jornada en tiempo de trabajo necesario y t. excedente, pero esa máquina jamás podrá ceder al coste de fabricación más valor que lo que haya costado, nueva o usada.
Por esta razón no habrá explotación, pero, entonces, el fabricante sólo llevaría al mercado justamente el valor de su capital consumido durante el proceso de trabajo automático. Sólo así podríamos pensar en ganancias procedentes del mercado, pero, entonces, ¿a quién se le va vender?, habida cuenta de que no hay renta salarial, en lo que a esta fábrica respecta, y si los que operen en otras fábricas menos automatizadas le compran a este fabricante, lo harían sacrificando parte de sus salarios y dejarían de comprar otras mercancías.
Un mecanismo así es insostenible, como lo es la ausencia de mercado para la plusvalía, salvo que se invierta en el agrandamiento de las fábricas con nuevos y más medios de producción. Esta acumulación exigirá nuevos y mayores mercados, y así hasta nunca acabar hasta que estallen las crisis que hemos mencionado.
Porque el desarrollo industrial burgués es desarrollo para alcanzar las crisis, es desarrollo del conflicto entre una tecnología socialmente estéril y una mano de obra asalariada que por bien educada que sea jamás podrá hallar empleo satisfactoriamente remunerado o sin ser explotado.
[1] Por Economía Clasista entendemos la pseudociencia elaborada y defendida por los epígonos de la clase social dominante.
[2]Carlos Marx, El Capital, Cap. XII.
[3] A.A. Guber; I.B. Berjin, &, Historia Universal, Tomo II, Academia de de Ciencias de la URSS, Instituto de Historia.
[i] Hemos venido creando la serie de entregas virtuales sobre Economía Científica Política, y sobre Economía Vulgar, bajo la envolvente denominación de: “Conozcamos” y afines. Su compilación posterior la llamaré. “Conozcamos El Capital”, un proyecto de literatura económica cuya ejecución se mueve al ritmo y velocidad de los nuevos “conozcamos” que vamos aportando y creando con la praxis correspondiente. Agradecemos a “aporrea.org”, a su excelente y calificado personal, “ductor” y gerencial, toda esa generosa puerta abierta que nos vienen brindando, a mí, y con ello a todos los lectores virtuales del mundo moderno.
marmac@cantv.net
21/07/2011