En la transición concurren elementos del viejo y el nuevo sistema. En nuestro caso, del capitalismo y el socialismo. Precisemos cuáles elementos de este último están presentes en la Venezuela actual. Políticamente, la existencia de un gobierno que no está al servicio de la burguesía y, sobre todo, de la burguesía financiera imperialista; tiene su base de apoyo fundamental en las masas populares, incluyendo la Fuerza Armada, el pueblo en armas; gobierna para la sociedad en su conjunto y no para una minoría privilegiada; actúa a favor de los desposeídos a través de las Misiones; impulsa la reforma agraria, lucha contra la pobreza, acomete un gigantesco plan de viviendas y proclama el socialismo como su proyecto, es la demostración de la voluntad de igualdad, solidaridad y justicia social, fundamentos morales y políticos del socialismo. También jurídicos, porque están consagrados en la Constitución.
En lo económico, las cooperativas, unidades de producción y distribución socialistas, prefiguran la perspectiva del futuro. El Presidente Chávez ha dicho que el cooperativismo es el socialismo del siglo XXI. Los recursos y las empresas básicas, especialmente los recursos energéticos, en manos del Estado y puestos al servicio del pueblo, nos conducen al modo de producción socialista. En un proceso y un gobierno revolucionarios el capitalismo de Estado es la antesala del socialismo. La alianza entre cooperativas y capitalismo de Estado el camino a la meta perseguida.
Sin embargo, carecemos del elemento fundamental, el más importante. El socialismo no puede realizarse sin una poderosa clase obrera organizada, ya que ese es su proyecto específico, susceptible de ser asumido por otras clases o sectores de clase porque es una verdad científica que propugna el desarrollo de toda la sociedad. Pero, vivimos la trágica situación de una clase obrera que, dividida por el imperialismo y sus servidores criollos, ha caído en la postración. Mientras los obreros, individualmente, apoyan el proceso revolucionario, sus organismos de clase están ausentes. No hay otra razón como no sea que la atomización condena la clase a la impotencia. Su unidad está planteada con dramática urgencia.
La unidad sindical es una necesidad que impone la lucha de clases. La organización sólo se consigue con la unidad. El proyecto revolucionario está en juego si la clase obrera continúa como hoy. Lo afirmamos rotundamente porque el asunto es de trascendencia nacional e internacional. La responsabilidad ante la historia es inmensa. ¡Asumámosla!.