Intoxicados, hasta en lo que ni imaginamos, vamos con nuestras “prácticas comunicacionales” repitiendo manías y vicios burgueses a granel. La andanada descomunal de ilusionismo, fetichismo y mercantilismo con que nos zarandea diariamente la ideología de la clase dominante, nos ha vuelto, a muchos, loros empiristas inconscientes capaces de repetir modelos hegemónicos pensando, incluso convencidos, que somos muy “revolucionarios”. Salvemos de inmediato a las muy contadas excepciones.
Tan delicado como imitar contenidos es imitar formas. Las formas no son entidades a-sexuadas o inmaculadas, quien lea información seria, pero al estilo de los noticieros burgueses, deberá someter su esquizofrenia al veredicto de algún tratante especializado. Al menos, claro, que lo hiciere con ironía intencional y entendible. Quien redacte, hable o actúe, incluso sin darse cuenta, como redactan, hablan o actúan los referentes mercantiles de los “mass media” burgueses, con el pretexto de que “eso si llega”, de que “así la gente entiende”, de que “esto vende”… repite una trampa lógica en la que se corren riesgos de todo tipo, comenzando por legitimar el modo burgués para la producción de formas expresivas. No quiere decir esto que no se pueda expropiar (consciente y críticamente) el terreno de las formas para ponerlas al servicio de la Revolución, sólo que se debe tener muy en cuenta, qué realmente es útil y por qué no somos capaces de idear formas mejores. Hay que estudiar cada caso minuciosamente y eso es algo que muy poco se hace.
Todavía somos víctimas del individualismo burgués y no logramos construir la Unidad de clase que nos permita aliar nuestras fuerzas comunicacionales en torno a un programa revolucionario y socialista. Muchos se sienten “genio único” y “gurú” revelador de verdades mesiánicas. Uno de los cercos mediáticos más duros de romper está en la certeza soberbia e individualista del que se piensa genio comunicacional poderoso. Por eso nos derrotan con toda facilidad mientras las oligarquías se organizan y se reordenan para atacarnos. No es que seamos incapaces de lograr metas magníficas, el problema es que estamos desorganizados y no logramos concretar la dirección revolucionaria que nos haga entender el lugar que tenemos en la batalla comunicacional, unidos.
Todavía somos víctimas de la improvisación empirista. No pocos padecer alergia al estudio y no pocos sufren mareos sólo de pensar en planificar racionalmente las tareas que nos tocan. Por eso muchos repiten y repiten errores que no se cometerían con sólo abrir las páginas de algún libro medianamente especializado y serio o con trabajar en colectivo con las bases. Por eso no pocos salen a filmar documentales, a garbar programas radiofónicos, salen a escribir reportajes o entrevistas… sin saber, siquiera, el nombre de sus interlocutores. Por eso muchos camaradas se sienten frustrados por los magros resultados, cuando el problema está en el método y en su praxis.
Todavía perdemos horas y días y semanas y meses buscando desesperadamente a quien echarle la culpa de nuestras “desgracias”. Hay camaradas que se resisten a entender que sólo la fuerza organizada de la clase trabajadora podrá generar las transformaciones revolucionarias que necesitamos y que de nada sirven las rogativas a las puertas de las burocracias burguesas ni de las sectas iluminadas. Todo funcionario que se oponga al desarrollo de las fuerzas comunicacionales revolucionarias, que honestamente luchan por la democratización de los medios y la liberación de los caudales expresivos, debe ser sometido a la crítica abierta y científica de las bases. Porque la revolución, y especialmente la revolución comunicacional no puede detenerse a las puertas de los ministerios ni de lo sectarismos.
Nos equivocamos si creemos que “nos las sabemos todas”. Nos equivocamos si pensamos que nuestros diagnósticos inventados en noches diletantes son la “verdad revelada”. Nos equivocamos si no trabajamos en un frente de base al lado de los trabajadores que luchan por emanciparse. Nos equivocamos si creemos que todo se logra saliendo en la tele o siendo famosos. Nos equivocamos si abandonamos la militancia directa en las organizaciones revolucionarias. Nos equivocamos si creemos que los medios de comunicación lo “arreglarán” todo. Nos equivocamos si creemos que con “mensajes” ultra-revolucionarios se logra mágicamente el avance de la conciencia. Nos equivocamos, en fin, si nos contentamos con repetir fórmulas y especialmente las fórmulas que la burguesía ha ideado para someternos y no nos damos cuenta. Es verdad que ellos generan efectos poderosos en nuestra contra pero nada serían si no dominaran, primero, la base económica y política desde donde financian sus máquinas de guerra ideológica.
Ninguno de nuestros errores borrar los aciertos magníficos que siguen siendo orientadores e inspiradores. Pero no olvidemos que la primera de las manías, primera en importancia por su carácter dañino, es la carencia casi total de auto-crítica y que somos víctimas de una especie de soberbia voluntarista plagada con empirismos de todo tipo. Hoy cualquiera se siente “genio de la propaganda”, cualquiera se siente habilitado para improvisar estrategias y campañas basadas en una lógica salivácea y en algunos girones de realidad sancochados con “márquetin” de bolsillo. La revolución es otra cosa que comienza por no ser todo eso que nos impide la unidad revolucionaria contra el capitalismo y hacia el socialismo. Hablémoslo claramente, nos hace mucho bien. “Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.” Lenin