Pavese tenía un humor romántico pero vapuleador: dijo a quienes cambiaron al PCI por el esplendor de la Dolce Vita de la Vía Veneto, (esa misma que inspiró a Fellini), que la fuerza de la interioridad del Hombre de su tiempo contenía el peligroso germen de hacer estallar una revolución humana y estrafalaria en lenguajes colectivos no sujetos a nada; que se fueran a gozar, a irrigar sus sesos con espumantes romanos, porque los vocablos de la poesía, el arte y el Ser Revolucionario, entendidos como bienes humanos cotidianos, libres de cualquier factoría manoseada por un elitismo bobo, sea de izquierda o nostálgicamente progre, sobreviviente gracias al conservadurismo que al parecer no alcanza el descanso eterno, eran la fuerza y el ser de nuestra chifladura.
Ese es nuestro caso. Ese es Hugo. El Niño Cadete. El Gallo Chávez que canta al amanecer. El Presidente vergatario que nos ha puesto a construir un país y un socialismo sin par.
Chávez es la expresión mutante, desbordada y psicodélica de este reventón que ha puesto en movimiento a la historia (con H) de un país contrapunteando sus nuevas esencias éticas y estéticas con los modelos rancios que aún proyectan, metamorfoseados, la ambición de la tragedia del capitalismo caníbal, mediante un discurso mefistofélico que pretende acorralarnos con la oferta de que “todo puede salir magníficamente mal”, pero siempre será mejor que lo existente.
No hay metáfora aunque dan ganas: el Mal quiere que su orden se mantenga. Para eso inventó la naftalina. Sino recuerden y fijen bien los pucheros de Nitu Pérez Osuna en Diablovisión por los 57 de Chávez, o lean en alta voz a Petkoff, o, quizás sea ésta una manera infalible de comprender el fenómeno: lean El Universal.
Los que no saben reir, que se retiren.
Los que quieran Patria, juntémonos.
El surco por donde transitamos realmente, y que prosigue en su noción de lirismo, es el de esta Barca de Noé que hace medio siglo salió de Sabaneta con sus animales, paloma con espiguita incluida.
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