Las crisis financieras propiamente dichas no existen mientras el capitalismo rija, se amolde a nuevas circunstancias y siga navegando a favor del curso de las semovientes aguas burguesas. Lo que se conoce y pretendido cuantificar con aproximaciones matemáticas son simples ciclos de sobreabastecimiento, estancamiento por invendibilidad y recuperación, una dinámica ínsita del propio sistema que las engendra.
En este sistema, todo comienza con un apuñado de dinero hecho capital. Este se transforma y se nos presenta como fuerzas productivas activadas, listas para el procesamiento de mercancías que llevan la porción de los asalariados competentes o creadores de capital y “pluscapital” (léase plusvalor).
Tales mercancías se “truecan” luego por dinero, por un monto que lo determina el aporte del capital inicial, consumido y “vendido”, más el regalo de “capital” fresco que durante cada segundo de su vida laboral les entrega el trabajador quien, luego de pocas décadas “sale del juego” cual chatarra con bajo valor de uso, según la limitada vida útil para la creación de valores de cambio, misma que se le va escapando de sus manos con su uso, con su explotación a favor del patrono que luego lo abandona a sus suerte.
Lo que hizo el capitalista Barak Obama durante el primer asomo de bancarrota bancaria en los principales bancos del mundo residenciados en EE UU fue cumplir con la sagrada y legal obligación de todo Estado burgués, esto es: Servir con prioridad al grupo más poderoso de la economía con mayor peso impositivo, que sostiene al Estado, aunque lo haga gracias a la riqueza creada y arrancada a los asalariados del mundo que incluye, al parecer, hasta el “inhóspito” Chaco Paraguayo ya penetrado por capitales canadienses, alemanes o lo que es igual, por la alta burguesía mundial.
DIGRESIÓN epilogar e importante: Es conveniente ir dilucidando por qué la Economía Científica conceptúa al comerciante de mercancías convencionales, y al comerciante en dinero o banquero, como trabajadores que sólo reproducen su valor de uso (su trabajo) sin crear ni añadir nuevo valor alguno.
Efectivamente, el comerciante funciona con mucha e innegable utilidad dentro el proceso productivo general. Es el intermediario en las cadenas de distribución mercantil, el puente humano trazado entre la fábrica y el consumidor final. Pero esa actividad sólo lo acredita como un trabajador que podría recibir como paga justo el valor correspondiente al valor de su trabajo necesariamente invertido y consumido, término medio, y que, en consecuencia, como trabajador que es no tiene argumentos sólidos para justificar el “billetote” que le queda y lo saca de la pobreza a cambio de nada adicional, por lo que se infiere que ese comerciante y ese banquero terminan tomando algo que no les pertenece. Toman parte de la ganancia ilícita del citado “regalo” que los asalariados les van entregando a las capitalistas fábricas adentro.
[1] Bajo su mandato se aprobó la ley que terminó prostituyendo la ya deficiente función burocrática que hemos tenido después de Juan Vicente Gómez. Efectivamente, la Ley de Inamovilidad del funcionario público, que RC rubricó muy enorgullecidamente, fue vendida y aplaudida como una gran reivindicación laboral, cuando lo cierto ha sido que ella permitió la validación de esa pésima y ya irreversible calidad que muy promiscuamente sigue ofreciendo una administración pública en la cual sus funcionarios están y permanecen tan fraccionados, tan desorganizados, tan divorciados, y tan incapacitados técnicamente, como partidos diferentes han ido pasando por las Arcas Públicas nacionales (eufemismo de Miraflores).
Una administración pública en la cual todos los “jefes de personal” (RR PP) son simples formalidades corruptas de los verdaderos jefes de personal que despachan desde las sedes de las organizaciones políticas vigentes. La primera carta de admisión y aprobación la expiden, con sellito y todo, los secretarios de esos partidos, y los peleles de “jefes de personal” locales se limitan a refrendar tales mandatos, independientemente de que el nuevo funcionario público, por ejemplo, sea designado para firmar cheques bancarios aunque no sepa distinguir, por ejemplo, entre un banco financiero y una entidad de las extintas “Entidades de Ahorro y Préstamo”.
También se encargó o fue encargado para que aprobara la reducción de la mayoridad etaria de los venezolanos, por conseja de Arturo Úslar Pietri, insigne literato y representante de la más pura ranciedad oligárquica nacional, con lo cual se incrementaba la oferta proletaria económicamente activa y apta para ser explotada con toda la legalidad y parafernalias del caso.
Es
que muy cristianamente, con el manto vaticanizado, se aprobó la primera
devaluación oficial el bolívar fiduciario, luego de que un gobierno
adeco ya lo había hecho con el “cambio de espejitos por oro” que
significó la sustitución del bolívar de plata por un piche bolívar de níquel.
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