Me enamoré de la Caracas
que nunca conocí,
la de los techos rojos,
la de los bulevares bohemios,
trincheras de lucha,
la que guarda historias
entre sus esquinas,
la cómplice de amantes de la noche,
la del Río Guaire cristalino,
la de las calles caminables,
la de poco humo y concreto,
la sucursal del cielo,
la verde, la habitable, la humanizada.
La que hace que sienta nostalgia
por una ciudad que nunca habité.
No puedo amar
esta Caracas que vivo,
no ahora, no ahora.
No la de las máquinas
que avasallan a la gente,
la que apesta a humo,
la dividida en cumbres y lomas,
la que está rodeada de ranchos de lata
que están por caerse con una brisa,
la que asfixia al Guaraira-Repano,
la que le cuesta descansar
porque está ocupada,
la que espera días libres
para escaparse,
la que almacena más
cosméticos que comida,
la del Wiski y sardinas en lata,
la violenta, la estresada,
la pretenciosa, la petulante,
la estrepitosa, la convulsionada,
la superpoblada, la decadente.
La Caracas que grita,
que no discute si no te mata,
la de las rejas y el miedo.
Donde:
"al menos la miseria es divertida".
No es tu culpa Caracas,
eres el saldo de una capital petrolera
prototipo del capitalismo;
hecha para el consumo,
no para el disfrute.
Algunos dicen amarte,
quizás es cierto,
quizás es para convencerse
de que quieren estar donde están,
quizás porque les da miedo
descubrir que viven en la incuria,
quizás porque da miedo descubrirse,
cuestionarse da miedo.
Recién estamos salvándote,
la revolución nos está salvando.
Hay esperanzas, hay esperanzas,
al ver un viejo sentado en la Plaza Bolívar
dando de comer a las palomas
sin lidiar con la desidia,
niños que corren por Sabana Grande
sin esquivar mercancías,
jóvenes que cantan y bailan
en el rescatado casco central.
Recién te estamos salvando Caracas,
falta, pero estamos salvándote...
adaleduardo@hotmail.com