Hay fantasmas extraños. Algunos efímeros, otros tercos y persistentes. Espectros que asaltan la calma de la cotidianidad reclamando otro modo y otro mundo. Aquí y allá, de Chile a New York, de África a Europa, se desparraman festivas y desafiantes banderas rojas, esta vez enarboladas por lo que podría ser el nuevo acontecimiento de las ciencias sociales; una subjetividad vagabunda e itinerante, que desde Seattle se hace incesante. Red horizontal de indignados, desposeídos, desesperanzados, jóvenes, viejos, mujeres, hombres, consternados, anarquistas, feministas, ecologistas, homosexuales, heladeros, desocupados; en fin, aquellos excluidos y sometidos por la dictadura del capital. Los que se revuelcan y resisten a su lógica, un nuevo proletariado, multiplicidad de multiplicidades, cuya dimensión es su espesor biopolítico. Movimiento que crece y se articula más allá de dogmatismos y gastadas consignas; sujeto contestatario, resistente y soñador; horizontalidad creadora que caracterizamos como intelectual colectivo o “general intelecto”, a preferencia de Marx. Un programa mundial también comienza a tomar forma, respetando la heterogénea diversidad: democracia directa, libertad y participación, nuevo modelo económico, nueva socialidad, son algunas de sus demandas. Signifiquemos algún nombre: Multitud, es un concepto fuerza que asimila al movimiento, al tiempo que lo diferencia del primer proletariado industrial. Los partidos progresistas y de las izquierdas, aun desconcertados, se suman, apoyan, ayudan, articulan, aportan, pero son las decisiones colectivas las que cuentan. Señal de los tiempos que corren, fenómeno que recoge el impacto cultural de las nuevas tecnologías al interior de la subjetividad general; momento que debe ser considerado en profundidad y no despachado a la ligera y subestimado. Es decir, el espectro no ha podido ser conjurado y de nuevo un fantasma recorre al mundo, de muchas novedosas maneras; el fantasma del comunismo resucita repotenciado, explotando y proliferando desde inusuales confines, y con el, doblando la esquina, se ve acercarse un Marx inesperado. Uno también renovado y desconocido. Diría Derrida, “de cuando en cuando insurge un Marx que aún no ha sido recibido”, uno que ha vivido clandestino como un inmigrante en las prácticas secreta de las masas. Uno disolvente. Corrosivo de toda burocracia, un Marx maldito, incluso para cierta izquierda. Pertenece a un tiempo de disyunción fuera de quicio. Un Marx que reclamándose de una tradición de luchas, se autocritica y refunda dolorosa, trágica, heroicamente, desde la resistencia Palestina o Mapuche. Lo que existe en todo aquello que en el mundo se niega a ser neutralizado, desterrado, borrado, descalificado, reducido, asimilado o domesticado. Pensamiento de las fronteras y de los nuevos experienciarios, espectro vivo que se repliega en combate para habitar los rincones de la bloquera y la panadería de mis camaradas del Alexis Vive en el 23 de Enero; trinchera y barricada caraqueña de sueños y esperanzas. Este espectro toma la calle y confronta al capital usando su propia teatralidad, colocando a la mediática fuera de sus goznes. No se trata de un Marx cualquiera. Es una criatura hoy resucitada por la acelerada mundialización del capital, predicha por el genio dos siglos antes que ocurriera; anunciándonos que las crisis cíclicas de carácter global también fueron descritas en su obra. Eso nos hace pensar que hay una deuda con ese espectro, uno de los nuestros. Derrida evoca a Shakespeare: “alguien se adelanta y dice, quisiera aprender a vivir por fin”. Y allí esta él, acechando al porvenir de un tiempo desquiciado, resignificando y desordenando con su “sabiduría práctica” a esta gran puesta en escena. Enseñando desde Las Multitudes.
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