Me aficioné al fútbol con dos partidos irrepetibles, los dos en el mundial España 82. Uno fue el Alemania-Francia y el otro el Brasil-Italia. Como es práctica habitual en la vida ganaron aquellos que no debían ganar. Alemania ganó a Francia, después de clasificarse en la primera vuelta amañando un partido con Austria en el que vergonzosamente y ante los silbidos del público no jugaron y se dedicaron a pasarse la pelota unos a otros sin atacar. Brasil perdió con una Italia que no le llegaba ni al tacón al Brasil de Zico, Sócrates, Junior, Eder; el goleador italiano, Paolo Rossi, que vapuleó a Brasil venía de cumplir una pena por aceptar sobornos en la liga italiana… pero la vida y la historia está plagada de perdedores y entre los perdedores de ese histórico partido de Brasil por 2-3 estaba Sócrates.
El doctor Sócrates, era pediatra, no fue un jugador más, uno de esos que hoy salen en revistas con modelos, metrosexuales, multimillonarios, vacios y hueros. Modelos de una sociedad en crisis porque precisamente éllos son los modelos a seguir.
Sócrates se implicó en la lucha por la libertad de la sociedad brasileña. Después de 21 años de dictadura fue uno de los principales opositores públicos al gobierno de Figueiredo desde su equipo el Corinthians, equipo que simbolizó la revolución brasileña contra de la dictadura. Pancartas con la palabra «Democracia» daban la bienvenida a los jugadores de esta pequeña cédula de libertad en el Brasil de la época dictatorial comandada por Sócrates. Marxista, admirador de Guevara y Fidel, uno de sus hijos lleva su nombre, fue un hombre honesto y bueno.
«Para mí, lo ideal sería un socialismo perfecto, donde todos los hombres tengan los mismos derechos y los mismo deberes. Una concepción del mundo sin poder» decía Sócrates.
Como anécdota decir que fue contratado en Venezuela, por una tarjeta de crédito, para realizar un comercial a mediados de los años 80. Una vez en Caracas pidió ver al comunista gallego, que fuera condenado a muerte, conmutada por 30 años en las cárceles franquistas, Alberto Puente. A su casa fue a conocerlo, con una guitarra, para cantarle en signo de admiración. Se nos fue Sócrates pero nos queda su recuerdo.
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