Fungieron de colonizadores, de alfabetizadores, todo a su paso por todo el territorio transmediterráneo hasta las costas mismas de Gran Bretaña. Solían canjear acabados por materias primas, pero fundamentalmente se limitaban al tráfico productos terminados de una región hacia otra.
Luego del siglo XVI de la presente era cristiana nos hallamos con una clara separación funcional entre capitalistas dedicados a la fabricación de mercancías, en régimen industrial o mecanizado, y comerciantes de las terminadas y semiterminadas. Las cadenas de intermediarios no tienen coto alguno y prueba de ello es la venta ambulante en los centros de las principales ciudades, como un buena parte de la “economía informal” que ora reemplaza al asalariado disconforme, ora es la respuesta a la inzanjable incapacidad de la economía formal para dar empleo a toda la población económicamente activa.
El comercio pasa a ser una actividad expedita para cualquier desempleado, en especial para los “sobrantes” demográficos y desempleados de aquellos países industrializados que buscan aliviar sus economías con la exportación de, no sólo mercancías, sino de sus propios habitantes. Es así cómo algunos países importan hasta los comerciantes más cercanos al consumidor final.
La actividad comercial, hoy por hoy sigue representando la forma más elástica para la alteración de los precios, para su aparente deslinde del costo de fabricación original, y, particularmente, como mecanismo para favorecer grupos de socios y amigos que extraeconómicamente también forman parte de la clase burguesa. Nos referimos a que es perfectamente fácil introducir eslabones sobre eslabones en cualquier cadena de distribución del comercio internacional, segmentar y cabalgar rutas, diversificar las presentaciones, sobrecalificar mercancías, etc., todo con la finalidad de dar empleo al capital ocioso que no cesa de acumularse.
Tal es el caso de una Venezuela que además de importar cuanta bisutería y productos de tercera calidad[2] nos ofrezcan de los países imperiales, importa también las correspondientes cadenas de intermediarios. Aquí han llegado los representantes de firmas transnacionales, se instalan con licencias de importación y luego dan prioridad comercial a sus compatriotas. La mano de obra empleada por el comercio de extranjeros responde a disposiciones legales, a una imposición gubernamental, y para nada a una coordinación técnica entre mano de obra extranjera y la criolla. Si por los comerciantes fuera, sólo emplearía a sus connacionales.
La
actividad comercial, además, se halla a la orden del día porque
evidentemente es más fácil comprar y vender mercancías terminadas que
fabricarlas. Venezuela, pues, importa mercancías, sus cadenas de
distribución y además parte de los pobres que esos mismos intermediarios
y comerciantes representan. Cabe preguntarse: ¿qué necesidad tenemos de
valernos de extranjeros de todas partes para vender cerveza, pizzas,
pan de trigo, para expender mercancías al detal? No se justifica que,
teniendo nosotros tantos damnificados y necesitando tantos técnicos que
reemplacen la piratería, no importemos a estos en lugar pobres, de
intermediarios quincalleros y bodegueros, cosas así.
[1] “La cultura fenicia es una civilización antigua que no dejó firmes huellas físicas de su existencia. Su lugar geográfico en la historia, es la actual República Libanesa, y el crecimiento desproporcionado de las ciudades, así como los frecuentes enfrentamientos bélicos del pasado, han dificultado el hallazgo de restos que revelen su cultura material. Sin embargo, a diferencia de otras, dejó un importante legado cultural a las civilizaciones posteriores, entre ellas crear un importante vínculo entre las civilizaciones del mar Mediterráneo, los principios comerciales y el alfabeto.” Cónfer: http://es.wikipedia.org/wiki/Fenicia#Pueblo_fenicio