**** A pesar de la presencia de un servicio exterior desactualizado, la acción diplomática venezolana puede considerarse como exitosa.
Se oyen críticas al “chavismo” sobre el desmantelamiento del Servicio Exterior venezolano y su relevo por un funcionariado improvisado extraído del “sequito” del líder. Aquí hay el mismo simplismo que se le aplica al examen de otros temas relativos a la gestión pública. Toda falla real o supuesta tiene una causa: Chávez. A nadie se le ocurre razonar sobre las variables que hacían de los sectores funcionales del gobierno, entes no sólo ineficientes sino ineficaces ya para la década de los 80. Específicamente, en el área diplomática, la cacareada profesionalización, sostenida en una meritocracia, nunca se había concretado. El servicio exterior, o era refugio para “amigos” del gobierno y “enemigos” que había que alejar del país o, era espacio para premiar servicios o favorecer familiares. Y, los llamados “diplomáticos de carrera veían sus oportunidades de promoción supeditadas a la incondicionalidad, no a los partidos, sino a las mafias que se disputaban su control. En ese contexto les resultaba imposible – como también le sucedía a los centros encargados de su formación - percibir los efectos de los cambios científico-tecnológicos en el ejercicio de su oficio. Unas modificaciones muy bien descritas por estudiosos del tema entre quienes resalta Sir Geoffrey Jakson, quien para la década de los 80 había escrito una valiosa obra sobre el cambio de los papeles del Servicio Exterior en el mundo de hoy. Un ámbito donde la negociación en el campo internacional es directa entre los decisores políticos y en el cual la llamada “diplomacia pública” ha sustituido lo que podríamos denominar “diplomacia enclaustrada”.
Lo cierto es que si las políticas públicas se miden por su impacto en términos de apoyos a los gobiernos, nuestra actual política exterior no puede calificarse de otro modo que exitosa. Es indiscutible el aumento de los apoyos internacionales hacia el gobierno venezolano, no sólo desde la perspectiva oficial de los gobiernos que controlan el poder de los estados con los cuales nos relacionamos, sino, mas importante aún, desde la perspectiva del suministrado por la opinión pública de significativos sectores de su población. Esto en una realidad en la cual el modo de hacer política permutó del ejercicio de la autoridad practicada a partir de un poder concentrado, al logro del “plácet” de un poder difuso disperso en múltiples y variadas organizaciones, en muchos casos transnacionalizadas, que permiten la marcha del gobierno. Se trata de un aumento sensible de la eficacia, sin que ello haya implicado un incremento del gasto. Esto a pesar de la inoperancia de nuestras representaciones diplomáticas originada, entre otras cosas (en donde no escapa su partidización), por la falta de actualización profesional de nuestros funcionarios de carrera. Por ello hay que admitir cierta improvisación en esta área, entendiendo la obsolescencia de su praxis debido a la desidia de los gobiernos y de los profesionales del ramo.