En el caso de la situación presente en Haití, no se puede hablar de las fronteras calientes a las cuales nos referimos cuando tratamos los casos de Colombia y las Antillas Neerlandesas. En Haití esta presente el típico “juego de la gallina” que se desarrollo durante la guerra fría, Cuando un actor arribaba primero a un punto donde la interacción amenazaba con una escalada, el contrario se retiraba. Los riesgos de un holocausto nuclear eran mucho mayores a una aparente derrota. Se consideraba que siempre había oportunidad para un nuevo juego, en el cual se revirtiera el resultado del anterior. Perennemente había espacio para la maniobra, aun cuando este fuese limitado en términos cronológicos y geográficos.
En nuestro caso la situación es similar. Los primeros en arribar al sacrificado país fueron las fuerzas venezolanas, junto con las cubanas, desarmadas, a las cuales se le agregarían las de la ALBA, y en general las iberoamericanas, con el mismo riesgo de escalada, pues cuentan con apoyo chino y ruso. Ante ese cuadro, el escenario más probable sería él de un enfrentamiento de sus fuerzas convencionales, ocupantes del país, en el marco de una guerra irregular prolongada. Existiría una situación que en el corto plazo se hallaría repudiada por el propio pueblo estadounidense, quien pone los muertos y paga los impuestos. De modo que lo que lógicamente se debe esperar es un retiro de esas fuerzas en un relativo corto plazo. Ya el propio pueblo usamericano ha empezado a inquirir a su gobierno en relación con el pago de este esfuerzo.
Este cuadro no impide una indagatoria sobre la orientación política del Presidente de Haití, René Preval, a quien las normas del derecho internacional, y la buena práctica política, nos obligan a respetar y apoyar. Aparece éste como un personaje representativo de la elite social haitiana, de origen pardo. Personalmente es un Ingeniero agrónomo, un grado universitario, que como todos los demás, incluyendo el sacerdocio y la carrera militar, son sólo accesibles a los miembros de ésta “aristocracia”. Su padre, de su misma profesión, fue Ministro de Agricultura, por lo que él es la expresión pura de un burócrata.
Nadie se puede dejar confundir por su retórica engañosa, mediante la cual se coloca como heredero de Jean-Bertrand Aristide. En contraste con este, Aristide es un miembro de una familia humilde de campesinos, quien por su inteligencia tuvo la oportunidad de ingresar a un seminario católico, y allí ordenarse como sacerdote. Pero en tal condición, no siguió la línea de sus colegas pardos. Asumió la Teología de la Liberación, que practicó en todos sus sentidos en la Parroquia de San Juan Bosco, uno de los barrios más empobrecidos de Puerto Príncipe. Allí, como obra perdurable, estableció un orfanato para recoger los niños de la calle. Una actividad similar a nuestra Misión Negra Hipólita, que ha permitido la inclusión de tantos excluidos de nuestra vida social. Así Aristide es líder revolucionario de Haití. Ese pobre país, casi condenado a la miseria por el capitalismo.
* amullerrojas@gmail.com