Esta visión
cruda de la realidad Latinoamericana hace centra el interés en una
interrogante urgente: ¿a quién le interesa si hay o no desarrollo
en América Latina? Los habitantes de este hemisferio se han vuelo indiferentes
a lo que pudiese ser el aseguramiento de nuestro futuro. Se acepta de
forma indómita que hay un índice desfavorable para el bienestar y
se toma como garantía de que siempre seremos inferiores y que no hay
manera de cambiar esta realidad. El latinoamericano se ha cimentado
en el conformismo y por ende no tiene caminos alternativos ni creativos
para inducir nuevas fórmulas que le permitan ver la realidad de la
región de una manera más generosa con la sapiencia que en ella existe.
Esto lleva
a otra interrogante: ¿qué futuro aguarda? El capitalismo salvaje
será responsable de millones de muertes infantiles en un futuro próximo,
así como el hambre y desnutrición de grandes masas en el mundo. Como
de costumbre, explotará y oprimirá a innumerables hombres y mujeres.
Para combatir esa peste no basta tomar conciencia, es indispensable
tomar las riendas de una nueva cultura democrática, en donde lo
fundamental no sea imponer un orden autoritario nacionalista, sino
una auto gestión laboral, bregar por las autonomías indígenas,
paliar la explotación si no es posible erradicarla totalmente, combatir
la opresión en todas sus formas. En este sentido el modelo político
socialista se impone sobre las premisas individualistas y sectarias
del liberalismo económico.
El proceso globalizador y la revolución tecnológica ya no produce sólo explotación sino también exclusión. Los excluidos aumentan. Se trata de aquellos que no logran trabajo por mucho tiempo y que sólo pueden sobrevivir de la caridad. No lograron ni siquiera entrar a la cola del cambio técnico. Esta categoría se aprecia en aumento también en los países desarrollados, masificando la figura de algunas personas que al perderlo todo terminan siendo indigentes, es decir, aquellos que la sociedad no necesita de ellos. Si se me perdona la crueldad de la expresión, el resto podría (y querría) vivir sin ellos. En consecuencia, ellos no pueden ayudarse a sí mismos y muchos quieren terminar con todas las instituciones de la solidaridad. Más aún, la exclusión no abarca a aquellos que se encuentran en la base de la pirámide de la estratificación social. La cuestión es que sus miembros no pueden siquiera alcanzar a poner sus pies en el primer escalón.
Esta realidad
lleva a los países de América Latina a enfrentar los problemas del
subdesarrollo, que están íntimamente relacionado a las necesidades
básicas de cada uno de sus habitantes, partiendo de la unidad de esfuerzos
desde finales del siglo XX, para determinar un enlace favorable en las
condiciones imperantes dentro del sistema capitalista mundial, del que
forman parte los países latinoamericanos, pero que se distancian en
la concepción endógena de ese capitalismo mundial.
A esa búsqueda
de salidas, apreciando el esfuerzo de los países del Sur, Centro América
y del Caribe, le asigno la concreción de un Modelo Alternativo de
Desarrollo Continental (MADC). Dicho Modelo ha partido de la tesis
de que las propuestas constituyen reacciones del sistema frente a las
situaciones de crisis, mediante los cuales se intenta lograr reacomodos
para enfrentar las dificultades en los planos económicos, políticos,
sociales e ideológicos. Se combate desde el cambio del paradigma individualista
por el integral-colectivista, cuatro aspectos, los cuales son los que
hacen manifiesta la crisis dentro del mundo capitalista: 1. Disminución
significativa en los niveles de empleo, tanto de materia prima, como
de fuerza de trabajo; 2. Contracciones de las tasas de ganancia que
pretenden lograr los empresarios; 3. Bajos niveles de productividad;
y 4. Niveles profundos de deterioro de las condiciones de vida de la
mayoría de la población de los países, tales como salud, educación,
vivienda, alimentación.
En definitiva,
la consumación de una política de desarrollo alternativo (llámese
bolivariano o emergente), es el objetivo de todos los países de la
naciente América Latina integrada y racionalmente humanista y solidaria,
ofreciéndose una visión renovada de la doctrina política de autodeterminación
que los pueblos han asumido como camino y trayectoria hacia nuevos valores
de unidad continental; por ello no hay que perder el Sur, porque es
en medio de las crisis que las sociedades comienzan a mirarse críticamente
a sí mismas, en su conjunto, en su contexto internacional y en su trayectoria
histórica de largo plazo, edificando su verdad y su progreso.