(Cuarta Parte)
Como hemos afirmado en entregas anteriores, se ha obviado su carácter multidimensional; así como también, se ha ocultado el carácter controvertido que tiene la democracia. Hay quienes han pretendido presentarla como distante de la realidad que viven nuestras formaciones sociales, con la intención de separarla de la crisis de la modernidad capitalista en la región (y el universo), para lo cual han recurrido -de manera maniquea- al carácter “perfectible de la democracia”, cuando la verdad es que la crisis de dicha modernidad es la crisis de una forma, de una lógica, de hacer política. No han querido entender que el hecho político, no puede ser una metáfora de la sociedad.
Los venezolanos, conscientes de esta situación, aprobamos en el año 1999 un nuevo texto constitucional: la Constitución Bolivariana. Primera Constitución -en nuestra historia republicana- que es elaborada a partir de un largo y amplio debate, que contó con la participación de los más diversos sectores de la sociedad venezolana. Constitución con la cual nos hemos propuesto edificar un nuevo modelo de sociedad.
En el Artículo 2, se define al nuestro como un “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. Y, ésta no es una definición menor. Los mismos son principios fundamentales en la construcción de un nuevo Estado, verdaderamente democrático.
Definición esta que rompe de manera radical con la concepción capitalista del Estado de Derecho. En su devenir histórico, el capitalismo ha adecuado el funcionamiento de la sociedad a sus intereses particulares.
El Estado de Derecho en el capitalismo, cuyos valores originarios eran el de enfrentar a la naciente burguesía con la clase dominante absolutista de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, se convirtió en un Estado negador de sus principios espirituales originarios, expuestos en las ideas liberales de la Revolución Francesa.
El establecimiento de ese falso dualismo Estado-Sociedad, hubo de ser el mecanismo del cual se valió el capitalismo para ejercer su dominio sobre la sociedad toda. Edifico un Estado gendarme y atomizo la sociedad. Privilegió el “privatismo cívico”, para desvalorizar la importancia de la comunidad política. Prefirió el representativismo, antes que la participación. Estableció una democracia de élites, antes que una democracia popular. En definitiva, edificó una democracia no democrática. Sin pueblo no hay democracia.
Nuestra América Latina es un buen laboratorio para estudiar las salidas a estas aberraciones sociopolíticas. Venezuela, y algunos otros países del área, hemos emprendido esta marcha. Difícil, pero no imposible.
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