No se lo digas a nadie

Cuando Julio Borges habló de que la oposición para poder crecer tenía que enamorar a los chavistas, entendí tal afirmación como una metáfora. Se trataría de mostrar a la gran mayoría del pueblo las virtudes y los atractivos que ellos creen forman parte de su pensamiento y su actuación política. Nunca imaginé que la recomendación la hacía y se la tomaban con la seriedad de un plan. Aunque asumiera en la práctica la forma menos santa del enamoramiento: La seducción.

Es decir, no es la expresión transparente de los afectos, de las virtudes y de los defectos. Ni tampoco la declaración sin medias tintas de las ideas y los principios. Nada que ver. Se trata de seducir, de encandilar, de distraer la atención sobre asuntos que desvíen la mirada de cuestiones medulares e importantes. La táctica es ocultar las verdaderas intenciones, exaltar virtudes inexistentes, engañar. El estilo donjuanesco desplegando sus maniobras sobre las obnubiladas doncellas: “obrar peor, con mejor fortuna”.

El primer paso es lograr la complicidad de la víctima y hacerla partícipe de sus tropelías fuera de la vista pública. “No se lo digas a nadie. Esto es entre tú y yo”. No es un amor casto y auténtico que se proclama con dignidad a los cuatro vientos. No. Es un amor bastardo que requiere de la obscuridad, de las palabras en voz baja, de los papeles cifrados, etc. Para decirlo con Aquiles Nazoa en la seducción de Eva:

“No le hagas caso, mujer,
Si quieres comer manzanas
No te quedes con las ganas
Que nadie lo va a saber”

La oposición no fomenta la valentía ciudadana: Yo, ciudadano de este país, de manera clara y firme expreso mi opinión. La oposición fomenta la cobardía: Yo, que tengo una opinión sobre lo que ocurre en mi país, la expreso de manera anónima. ¿Puede ganar confianza entre el pueblo una corriente política que lo primero que le pide es que no asuma la responsabilidad de lo que piensa? A diferencia del amor, la política siempre debe ser pública.
Aunque a decir verdad las posiciones políticas que asumen estos sectores no son precisamente para exhibirse. No es para sentirse orgullosos ser defensor de los explotadores. Ni resulta exultante mostrarse descaradamente partidario de los intereses del imperio. Se requiere, entonces, de la simulación. Ocurre lo que algún religioso llamaría la conciencia del pecado: Saben que están obrando mal y conviene mantenerse alejados de la luz.
En el caso de los cuadernos de votación, utilizados en la consulta electoral para escoger candidatos, esta conducta resulta obvia. La oposición necesita mantener el miedo. Crea fantasmas para aterrorizar a sus partidarios. Y explotando el terror, refuerzan su liderazgo e influencia. Dicen: “El gobierno perseguirá a quienes voten en las primarias de la MUD… Pero, no se preocupe, usted está seguro. Nosotros ocultaremos su identidad. Nosotros destruiremos los cuadernos de votación”.

Como el comportamiento de las instituciones del Estado ha sido ejemplar, respetuoso y colaborador, hay que concluir que esa conducta de la MUD tiene otras intenciones. No están protegiendo la identidad de quienes votaron: Están ocultando toda traza que permita establecer el número real de votantes, toda huella que permita dilucidar si en el proceso hubo irregularidades, todo elemento que pueda conducir a la protesta de algún competidor defraudado o estafado. ¿Y el elector? Responden: “No se preocupe. Nosotros lo defendemos. Nosotros pensamos por usted. Nosotros comprendemos sus temores y le defenderemos. Nosotros decidimos por usted”.

rhbolivar@gmail.com


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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

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