Lo común extraordinario (y el trabajador socio cultural)


 
No pocas veces, el militante de base, se pregunta sobre lo que realmente define al revolucionario en su trasiego ¿Qué hace? mas allá de los discursos, los análisis, las consignas, en fin, lo panfletario, que por lo general, caracteriza al grueso de nuestro voluntariado, a pesar de las buenas intenciones. Una revolución emerge de lo más profundo de un pueblo, no como respuesta fatalista a una crisis, a una situación coyuntural, ni siquiera a una crisis sistémica (que aun sería temporal), como suele percibirse el actual colapso del capitalismo, no. Irrumpe con violencia como respuesta política indubitable a la ruina de la idea hegemónica imperante, que al final morirá entre bastidores, mientras se cuece el nuevo sistema de ideas que proporcionará el poder. Por supuesto, esta idea, para que acrisole en revolución, debe ocuparse de lo fundamental de un pueblo, con la convicción de manejar lo radical para su transformación, es decir, el rumbo y el ritmo de los intereses vitales de ese pueblo, deben cambiar, si no diametral, si radicalmente.

La violencia es inherente a la revolución, ya que esta debe sorprender y trastocar el movimiento y el espacio del sistema de valores que transformará. No necesariamente debe ser una violencia cuerpo a cuerpo, la cual no se descarta, dada la calidad del enemigo, pero si debe ser impactante por la naturaleza del cambio. Este no es temporal ni superficial, ha de ser tan ágil e inteligente que evidencie, en el acto, la obsolescencia del poder reinante. Contundente como aquella potencial violencia contenida en “La otra mejilla”, respuesta a corta distancia, a la agresión cotidiana, pero trascendente en su acción transformadora. He allí, una idea revolucionaria de alto vuelo, aun no entendida en su extraordinaria sencillez.

Uno de esos temas fundamentales, es la cultura (quizá sea nuestro único tema fundamental). El objetivo de una revolución es cambiar la idea que desata la acción. La acción es todo aquello que abunda en el bien común y que acumula hacia la culminación humana. Para que ello suceda, esa idea debe acceder a un tiempo, es decir, para que tenga espacio y movimiento, debe convertirse en un proceso. Claro, esto tendrá su oposición: la contrarrevolución. Pues entonces, es necesario conquistar el poder que permita el transcurso de ese proceso. En otras palabras: anterior al poder hegemónico que implantará la revolución, sucederá la conquista de un poder que permita la transición al estado revolucionario.

En ese transitar nos encontramos en la Revolución Bolivariana. Gústenos o no, somos los picapedreros de este umbral. Es nuestro papel histórico.

Gústenos o no, estamos destinados a sacrificarnos. Esto no necesariamente quiere decir que debemos conquistar a sangre y fuego una colina. Inmolarnos en medio del parque enemigo, ante la inminencia de este. No nos ha tocado, por ahora ahora, la estrategia de la milicia, pero nos ha tocado como trabajadores de la cultura, transitar por el ojo del huracán en la guerra mayor: la cultural.

Volvamos a la pregunta: ¿Qué debe hacer, el promotor, el animador, el operador cultural, que en esencia es el trabajador del revolucionario ministerio para el poder popular de la cultura? Lo primero es concebir que su tarea principal es la de contribuir a la transformación de nuestra cultura (estilos, formas, usos, modos, costumbres, hábitos, tradiciones), en algo útil para el logro de la emancipación, la libertad, la soberanía, la inclusión, la justicia, la paz y la felicidad de nuestro pueblo. Pero para ello es menester una condición sine qua non. La transformación empieza por casa. Habría que comenzar el trabajo revolucionario por transformarnos a nosotros mismos. Desprenderse de tal cantidad de adefesios. Desaprender de tanta cosa inútil, incubada en nuestra formación que a la postre, es el primer gran enemigo de la revolución.

Sabemos lo que aspiramos como combatientes y defensores de los postulados revolucionarios. Discurrimos en el discurso sobre la solidaridad, el amor, la justicia, la equidad. Pero ¿Realmente lo profesamos? ¿O dentro del discurso nos convencemos de serlo, con solo la etiqueta? La transformación va por dentro. Si fumamos debemos dejar de hacerlo. Con ello dejamos de financiar al enemigo, no pagamos por el deterioro de nuestra propia salud (aunque parezca absurdo, tiene un costo oneroso), la de un potencial soldado de la libertad, ni contribuimos con la muerte de este, y por el contrario, servimos de ejemplo a nuestros congéneres, entre otros nobles resultados. Igualmente si consumimos licor. En el fondo es un ejercicio de voluntad y determinación hacia la liberación, lo demás es puro mito y culebra que nos atolla en la esclavitud. Cada vez que te tomamos una polar, le entregamos dinero a nuestro verdugo, el que no necesitará cortarnos la cabeza, sino que paulatinamente nos consumirá (paradójicamente el consumidor termina consumido), pero sin duda ejecutará a nuestros hijos, y esclavizará a nuestros nietos. Amen de ese triste espectáculo de los corredores de toma de aguardiente, generadores de prostitución, inseguridad y violencia, demoledor de la vida espiritual y material de nuestros jóvenes. 

Si somos machistas, volvamos la mirada hacia nuestras mujeres: madres, hermanas, primas, tías, novias, esposas, suegras, amigas, hijas, compañeras, nietas; y preguntémonos: ¿Si tanta barbarie no fue suficiente a la luz del siglo del socialismo? Hurguemos y liquidemos a ese racista agazapado que se esconde detrás del humor, la ironía iracunda, y que emerge en nuestros desafectos hasta xenofóbicos. Espantemos con la luz del saber, los prejuicios que nos impiden debatir sobre la justicia hacia la diversidad sexual. Desenganchémonos del dinero, el inorgánico que nos hace competitivos, desconfiados y traidores. Nos envilece al punto de antagonizar hasta con nuestros seres amados. Agudicemos el sentido de la oportunidad, siempre para el otro o la otra, la oportunidad para obtener una vivienda, un financiamiento, una beca, un crédito, con el convencimiento de que la oportunidad llegará con mayor facilidad, cuando la presión sobre esta, no esté cargada de disputa y rivalidad. Confiemos en el otro y la otra, aun cuando nos traicione, es la única forma de vencer la felonía domestica, para que aflore la confianza entre iguales. Conozcámonos los unos a los otros con la facilidad con que se oye, con todos nuestros vicios y virtudes, es la gran posibilidad para amarnos, cumbre de la sociedad socialista.

Nada de lo dicho con anterioridad, es fácil de realizar, sobre todo porque nadie querría dar el primer paso y recibir la respuesta del pendejo. Nadie querría quedarse solo en el mundo del romanticismo y la candidez, mientras todos corren vertiginosos, al disfrute de los placeres de la vida. Pero la respuesta es esa, así de sencilla: el primer paso lo da el revolucionario, y ha de ver hasta con desazón, como el contrarrevolucionario se burla de él. Mas el triunfo le sonreirá porque estará sembrando el paradigma del hombre y la mujer socialista.

En fin, nuestra cotidianidad debe estar llena de sacrificios e invenciones extraordinarias. Estamos destinados a plagar de acciones heroicas este preámbulo para signar lo sucesivo por lo excepcional. El trabajador cultural deberá convencerse de que la respuesta que de al acontecer diario, por muy insignificante que parezca, no ha de ser igual a lo habitual. Deberá estar cargada de la sencillez de lo creativo, de la interrogante generadora, de las propuestas novedosas. El papelito en medio del piso, el desequilibrio en la pared, la mancha en el cristal, el niño en la cercanía, el indigente en la acera, la palabra mal dicha, mal escrita, la desorientación huérfana, el saludo, la despedida, el ruido, el caos envolvente. A todo debemos tratarlo como si lo estuviésemos inventando, llamarlo por su verdadero nombre, su verdadera denominación, que lo diferencie del mundo de las simulaciones que creó el capitalismo, para no tener que señalarlas con el dedo del enemigo.
 
 

Hacia el 7 de octubre en el curso de la revolución.
 

miltongomezburgos@yahoo.es
 


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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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