Si algo caracteriza abiertamente a una guerra revolucionaria es la alegría. Alegría que la mueve y alegría hacia la que se conduce, hacia la cual apuntan sus fines.
Cuando decimos guerra lo hacemos en su doble sentido, real o metafórico. Y cuando lo expresamos en el sentido real nos referimos a las tradicionales guerras de carácter cruentas, en las que hay uso explícito de armamentos o éstas que ahora se denominan "de baja intensidad" o de "cuarta generación" por cuanto -al menos en sus primeras fases- no hacen uso directo de armas de destrucción o no lo hacen en el sentido convencional de su uso en combates.
Para hablar de alegría en los combatientes revolucionarios, los ejemplos dentro de la humanidad abundan y en Venezuela es emblemático el caso de nuestro Argimiro Gabaldón quien dijera "que nuestra lucha jamás vaya asociada a la tristeza".
En Carabobo, hace 191 años, nuestros lanceros patriotas se movilizaron por la alegría. Alegría de desafiar y vencer al imperio que nos oprimía desde la conquista y colonización europea. Por la alegría combatieron y por la alegría vencieron a la Corona española.
Hoy, por la alegría, un ejército de revolucionarios del amor recorre el país en patrullas de vanguardia que forman, agitan, propagandizan y organizan al pueblo para una nueva Batalla de Carabobo que tendrá que sellar nuestra independencia, ahora del imperio estadounidense, del dominio del capital.
Y la victoria del 7 de octubre será una victoria de la alegría, una victoria de la luz, una victoria del amor, una victoria del pueblo convertido en gobierno y dándose la mayor suma de felicidad, tal como ha venido ocurriendo desde que la Revolución Bolivariana es gobierno conducido bajo el liderazgo del Comandante Hugo Chávez.
Por la alegría vivimos, por ella luchamos y por ella venceremos. Que jamás la tristeza esté asociada al nombre de esta revolución que construye su independencia definitiva y la Patria socialista.
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