Con estas palabras resumió Chávez la trascendencia del ingreso de Venezuela al MERCOSUR. Lo definió como “un nuevo mecanismo de integración que va más allá del comercio”… El golpe de estado en Paraguay nos dio la oportunidad. En política, los golpes del enemigo deben responderse con golpes de mayor intensidad. Fidel ha sido maestro en ello. El Senado paraguayo, el último obstáculo, dejó un flanco descubierto y por allí se le dio el zarpazo…
Con la entrada de Venezuela, el MERCOSUR adquiere una dimensión mucho mayor de lo que significa la inclusión de un nuevo miembro. Ahora dejará de ser un mero acuerdo de libre comercio como lo fue con relación a su objetivo de origen, para constituirse en una fuerza estratégica de carácter político. En este sentido, los análisis de algunos expertos en comercio exterior son limitados y reducen la concepción de fondo cuando desconocen el parámetro político.
Llama la atención, como bien lo afirmara el Presidente Chávez, que aquellos que hoy critican la entrada de Venezuela al MERCOSUR, son los mismos que apoyaban el ALCA. Hoy hablan de las asimetrías con las economías de Brasil y Argentina, cuando antes no lo hacían con la de los Estados Unidos. Alguien pudiera argumentar razonablemente, aunque equivocadamente como lo explicaremos más adelante, que nuestras débiles industria y agricultura no están preparadas para competir con las más desarrolladas de los dos países de América del sur, de la misma manera que con la gringa. Esto pareciera ser cierto y darle validez al planteamiento de las asimetrías…
¿Dónde está el error de análisis? Que nos estamos ubicando sólo en el andén económico, el único que existía en el ALCA y el MERCOSUR de antes. Ahora estamos hablando de un acuerdo que tiene carácter comercial pero también político, social e histórico. ¡Es imposible comparar el ALCA con el MERCOSUR por vía de las asimetrías! Alguien más pudiera también señalar que esta es una apreciación idílica de un acuerdo de integración. Que subestimamos el mayor desarrollo industrial y agrícola de Brasil y Argentina, que el sector privado de estos países es claramente capitalista, que la mayor parte de la agricultura de estos países está controlada por transnacionales agroalimentarias como Bunge, Cargill, Dreyfus, Danone, Fonterra, Nestlé y algunos grandes grupos económicos locales. Todo esto es implacable y lamentablemente cierto. La diferencia radica en que Dilma, Cristina, el Pepe Mujica y Chávez no son Barack Obama y compañía. En los primeros predomina la amistad, valor extraño en la política, la responsabilidad histórica, la conciencia, el amor hacia sus pueblos que los ha llevado a pensar en un paradigma distinto de integración basado en la solidaridad. En los segundos prevalece lo que ya todos conocemos, lo que ya es historia de sangre y dolor, y lo que no es necesario recordar. Acertadamente advirtió el Presidente de Uruguay que “nuestra propia formación cultural nos puede hacer trampa”, al igual que “los intereses de clase y los quintacolumnas”. No estamos diciendo, y no podemos ser ingenuos, que la tarea es sencilla. No, no lo es pero el camino es el correcto…