Las embajadas son por definición clásica, el conjunto de personas que integran la representación diplomática de un país, con la misión de representarlo ante otro. Pero también se puede definir a la embajada, como la residencia desde la cual, un cuerpo diplomático encabezado por un embajador destacado en otro país, despacha, gozando de esta forma, del estatus de extraterritorialidad, lo que implica que a pesar de estar asentadas en los territorios de otras naciones, las mismas no están sujetas a las leyes del país en donde se encuentran, en consecuencia, derecho internacional de por medio, son consideradas y tratadas como parte del territorio al que pertenecen y responden.
Dada esta sencilla definición, han de destacarse, tres aspectos fundamentales: El factor humano (el embajador y su cuerpo diplomático), constituyen el personal especializado, ligado íntimamente a los círculos diplomáticos o a las relaciones internacionales, ya sea por experiencia o por formación académica, y que están al servicio de la patria a la que representan. Segundo: El marco legal, es decir, El Derecho Internacional, la normativa que contempla la regulación de la relaciones entre los estados que componen la comunidad mundial. Y tercero: La Sede, el espacio físico desde donde se defienden los intereses y se desarrolla parte de las relaciones entre dos estados, encontrándose uno en el territorio del otro, y viceversa.
Los dos primeros aspectos de este sistema, han sido ampliamente contemplados por el ala internacional del derecho (Convención de Viena), pero el ultimo, el tema de las sedes, en donde se patentiza con mayor rigor el carácter extraterritorial, y el que desarrolla en lo concreto, el vértice más delicado, lo más civilizado de estas relaciones, el que despliega la posibilidad real de inmunidad e inviolabilidad de la integridad física, tanto de personas como de bienes muebles e inmuebles en territorio extranjero, no ha sido examinado con la suficiente cobertura como para precisarlo en términos específicos, dejando lagunas en su aplicación que solo las normas del derecho internacional consuetudinario, resuelven. Por ejemplo: el tamaño y la estructura física de las embajadas.
USA es el país que más territorio diplomático ostenta, haciendo del arte de la estrategia de la paz, un perfil muy agresivo, no solo porque ejerce presencia, a través de sus embajadas, en casi la totalidad de los países del mundo, sino porque estas, superan en muchos metros cuadrados a la capacidad de cualquiera de sus pares de la comunidad internacional. He allí uno de los rasgos, en la dimensión política, que lo definen como un estado imperial, lo cual es digerido por la comunidad internacional como algo normal, cuando no lo es.
El imperio, y por lo tanto el imperialismo, son una aberración del oscurantismo que logró colarse a los tiempos del tercer milenio. Son un ilícito o un delito internacional, como lo son los monopolios, los oligopolios, la delincuencia organizada, las conductas mafiosas y muchas otras manifestaciones violatorias del derecho y la justicia a lo interno de un país. Por lo tanto deben ser combatidos y execrados de todos los ámbitos de las relaciones entre países y tratados como los peores delitos que un estado pudiera perpetrar en contra otros. Debe ser execrado incluso de la nomenclatura política, a no ser que se utilice para juzgar y someter a la justicia a quien lo practica. Cosa contraria a lo que ha venido sucediendo con el discurso de los líderes políticos del mundo, sobre todo los de las potencias occidentales, quienes se refieren a la condición de imperio del estado norteamericano, con un desparpajo que raya en lo cínico. Ya se habla en los foros internacionales, sin ninguna vergüenza, del Estado Imperial de Norteamérica, como si se tratara de la denominación que antecede al nombre de algunos estados para definirlos con mayor exactitud en sus fundamentos: los estados federativos, los cooperativos, las repúblicas, o los reinados que aun existen etc., dándole de esta manera una legitimidad al imperio que jamás podrá tener.
Las monarquías, a pesar de ser expresiones políticas incongruentes al grado de conciencia, libertad e independencia conquistado por el sentido común del pensamiento del siglo XXI, no lo son al interior de los acuerdos nacionales de los estados que las soportan. Por fortuna hasta allí llega su accionar. Ninguno de estos reinados tiene, hoy en día, poder de ninguna especie, para someter como súbditos a ciudadanos de otros pueblos, y menos si estos están constituidos como republicas independientes. No así los imperios, cuyos emperadores necesitan gobernar con mayor fuerza en el exterior que en sus propios feudos, pues la lógica del crecimiento desmesurado y sin límites, les obliga. Es decir, el imperialismo es una expresión inmoral, brutal, que empieza por ofender y denigrar la inteligencia, la dignidad, la espiritualidad de los individuos y los pueblos del mundo para terminar por devastar su integridad física.
Tanto es así, que si pudiésemos ubicar el impulso político que motiva la unión de la mayoría de los habitantes del planeta, mas aun, la definición de la amenaza que pende sobre los estados y pueblos sin excepción, o el peligro letal que sentencia la extinción de la especie humana, sin duda que el imperialismo, encarnado por el estado norteamericano, ocupa el primer lugar en los grados de preocupación y angustia que padece la gente cuando no la sufre bajo los bombardeos e invasiones de la guerra global. Los últimos acontecimientos de agresión en contra de las embajadas de las potencias occidentales, sobre todo las representaciones del imperio norteamericano, así nos lo confirman. Si bien somos del pensar que tales instituciones deben gozar de la inmunidad y la inviolabilidad absolutas, para que jamás sucedan actos como los acontecidos a la embajada de Cuba en Caracas en el 2002 en el marco del golpe de estado contra el comandante Chávez, o como la amenaza sufrida por la embajada de Ecuador en Londres, en ocasión del otorgamiento de asilo a un periodista australiano perseguido por el imperio, también creemos que tales herramientas, insignes para el desarrollo y fortalecimiento del humanismo en el mundo, deben ser catalizadas por el sentido de igualdad y reciprocidad del derecho internacional.
Necesario es pues, que todos y cada uno de los estados de la comunidad mundial, desarrollen un sistema de leyes antiimperialista, destinado a legislar, en procura de combatir el flagelo que para la humanidad significa el imperialismo. Así como se ha legislado en contra del narcotráfico, el terrorismo, el lavado de capitales etc., que ahora deben trascender en un órgano mayor de leyes antiimperiales, deben nacer en el seno de todos y cada una de los pueblos y sus estados, la respuesta jurídica de derecho y justicia que le haga imposible al imperio avanzar como en estos momentos lo hace: como pez en el agua. Y bien se podría empezar, no solo por limitar normativamente, el escandaloso número de funcionarios destacados en ellas, sino sus dimensiones, que en algunos casos pasan de ser exageradas, a groseras expresiones consulares, tanto por la envergadura que lucen, como por la arquitectura que desarrollan. En muchas oportunidades llegan al descaro de armar auténticos bunker que ni los propios países en donde los levantan, tienen la capacidad de hacerlo, significando de hecho, no solo un agravio diplomático, es decir una vulgar descortesía, sino una monstruosa forma de demostración de fuerza, en un terreno vetado a ello: el diplomático.
La Revolución Bolivariana, no solo es antiimperialista por naturaleza, por fundamentarse en los cimientos del pensamiento del Libertador Simón Bolívar, y porque además, así la ratificó su líder fundamental, El Comandante Chávez, el 16 de mayo del 2004 en la Av. Bolívar de Caracas en su estructural discurso cuando la bautizó antiimperialista, encarrilándola sobre el único camino hacia la verdadera liberación, sino porque la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, así lo demanda en todo su espíritu, esbozado a lo largo de su contenido. Falta, a las y los revolucionarios, construir el cuerpo de leyes antiimperialista que defienda al pueblo bolivariano de las amenazas del imperio, sea este el que fuere, y venga disfrazado del internacionalismo o la injerencia ramplona que sea.
Hacia el 7 de octubre en el curso imbatible de la Revolución Bolivariana.
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