El tema de la democracia del pueblo es algo complejo. Al igual que el Derecho, la Democracia es una ficción que el capitalismo ha erigido dentro del Estado burgués para contribuir a ejercer la dominación que, desde la esfera de la producción, se hace obvia mediante las relaciones de explotación.
El explotado se relaciona en su condición de tal con el explotador, porque este último es dueño de los medios de producción. Al primero, que no es poseedor de ninguna riqueza sólo le queda convertirse, él mismo, en una mercancía, venderse o vender su fuerza de trabajo que es, en última instancia, lo único que posee para entrar en un intercambio de “igual” con el explotador. “Iguales” porque ambos poseen una mercancía para cambiar: el explotador, sus medios de producción y el explotado “su sudor”, su fuerza de trabajo.
Esa “igualdad” que no es tal, constituye una ficción que el capitalista hace derecho de iguales y, en el papel, establece leyes que los equiparan solo en esa instancia. El explotado y el explotador, esos irreconciliables enemigos de clase, existen en una realidad que los distancia, que los desnivela, que los opone. El uno es negación del otro y no su igual.
Por eso, el derecho burgués –que es el único que conocemos y padecemos hasta el presente- está basado en la ficción de igualdad que falsifica la realidad verdadera de explotación.
Y la democracia, por su parte, fundamentada en el mismo derecho burgués de la ficción igualdad, se reduce a “procesos electorales” en los que, aparentemente, el voto del explotador tiene el mismo valor que el voto del explotado. Cuando la realidad distancia radicalmente a electores de una y otra clase social que casi siempre termina siendo víctima de una voluntad que le es ajena.
En el caso de la Revolución Bolivariana, el compromiso de eliminar la ficción del Derecho y la ficción de la Democracia es algo que se ha emprendido con firmeza. Pero alcanzar esa meta es algo complejo, ya que eliminar esas ficciones sin eliminar las relaciones de explotación que las generan, es prácticamente imposible.
Después de las elecciones de 1998, la democracia burguesa venezolana comienza a recibir transformaciones y se logra dar un paso muy radical cuando ésta, sin dejar del todo de ser democracia burguesa, se hace participativa y protagónica y abre espacios para que el poder popular comience a tener nuevas expresiones de equidad en sus decisiones. Podría decirse que una democracia de nuevo tipo, más popular, comienza a perfilarse. Y, con ella, comienza a perder terreno hegemónico la concepción burguesa de la misma. Es decir, a debilitar la ficción sobre la cual aquella se levantaba.
En algún momento volveremos sobre la ficción del derecho. Sobre la ficción de la democracia debemos decir que es necesario profundizar en los pasos de avance que se han dado. Los espacios de reto para ello son las comunas, las organizaciones populares, los consejos comunales y, sobre todo, el partido como vanguardia de clase.
Ahora, no olvidemos que, por ahora, la única forma de hacer democrática nuestra participación en la escogencia de los 23 gobernadores o gobernadoras de las distintas entidades, es alargando, extendiendo, prolongando la democracia popular por la que elegimos al líder Hugo Chávez, y respetando su decisión de gobernar con aquellos y aquellas con quienes tiene la confianza de hacer equipo.
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