Uno de los temas que más ocupa centimetraje en la prensa nacional e internacional, es la salud del Presidente Hugo Chávez; y es un tema que debe ser abordado con sentido común: “Chavéz es un gran líder/ los líderes son hombres; /los hombres se enferman/; Chávez es un hombre”. Simple lógica. Y como tal debe ser abordado: la salud del Presidente es un aspecto circunstancial en el proyecto de construcción del Estado Socialista venezolano, no determinante. Hay una conciencia nueva institucional, ideológica y política; el líder es importante, pero no determina los acontecimientos. El Presidente Chávez saldrá de esta, quizás de otras, y nadie podrá opacar su lugar en la historia. Nada traiciona más que la antipatía del “ego proclamado”. Carlos Andrés Pérez (ex presidente de Venezuela, 1922-2010), en su tiempo, dijo que “a él lo que le interesaba era pasar a la historia en los hombros de su pueblo”; la historia no fue tan benevolente con él: pasó por la historia, pero no en hombros de su pueblo. El Presidente Chávez ha propuesto un modelo para enmarcar en la historia ese pueblo que lleva en hombros al líder. Esa es una realidad que ya se presenta real, palpable; trascendente y sobre todo, humana, propia de un tiempo que busca rescatar en la fragmentación un vestigio de humanidad, de sensibilidad humana.
En este sentido surge una pregunta interesante: ¿cómo ha influido la salud de los líderes en la consecución de sus proyectos políticos? En un extenso ensayo, publicado en “El Diario de América”, que circula en Miami, EE.UU., el periodista Orlando Ochoa Terán, en el 2011, esgrimía algunas ideas para enmarcar lo que ha sido en la historia las enfermedades y dolencias de los líderes. Decía Ochoa Terán que es tan común la tentación de ocultar la enfermedad de un líder en ejercicio del poder que pareciera que la práctica formara parte de un manual universal del encubrimiento político. La epilepsia ha sido uno de los males que han aquejado a los líderes mundiales como Julio César, el Papa Pio IX, Hitler y a Lenin, de quien se asegura, fallece en status epilepticus. En 1919, el presidente Woodrow Wilson de EE.UU, sufrió un infarto que lo incapacitó mentalmente hasta el fin de su período en 1921; en ese tiempo se ocultó al público y a la mayoría de sus colaboradores. Otra perla en este aspecto, citados por Ochoa Terán, es que antes de ser electo primer ministro por segunda vez en 1951, Churchill, primer Ministro de Inglaterra, había padecido dos ataques cerebrales, de problemas en el tracto intestinal, de los pulmones, sufría además de ataques de neumonía y de una intermitente depresión; cuando su incapacidad se hizo evidente y lo exhortaban a renunciar solía decir que lo haría “cuando las cosas mejoraran o se pusieran peor”. En 1893, el presidente Grover Cleveland (EE.UU), fue operado de cáncer en un yate mientras navegaba por el Hudson, a fin de asegurar el secreto incluso de su propio entorno, sobrevivió 15 años y la causa de muerte no estuvo relacionada con el cáncer. De la enfermedad que sufrió por años el presidente George Pompidou, de Francia, solamente se conoció detalles después de su muerte; por su parte el presidente Eisenhower fue tratado de un primer infarto en su residencia particular, a fin de ocultarlo a la opinión pública y a su gabinete. El disparo que recibió Ronald Reagan en 1981, en un intento de asesinato, lo incapacitó mucho más y por más tiempo de lo que el gobierno admitió públicamente. Franklin D. Roosevelt, sufrió de poliomielitis que le hizo perder el control de su cuerpo. Bajo esta traumática condición y en silla de ruedas fue electo presidente cuatro veces consecutivas. En una palabra, los líderes y las enfermedades han estado siempre juntos, el tanteo, el secreto es lo que ha variado, pero es un asunto de escamoteo infantil porque a la final la verdad sobrevive con los hechos.
Destaca igualmente la obra titulada “Cuando la Enfermedad ataca al líder”, de Jerrold Post y Robert Robins, quienes responde al por qué de tanto misterio, aludiendo a que la majestad del enfermo trasciende al individuo; en cierto modo el líder es la creación de sus seguidores, la personificación de un deseo colectivo de ser protegidos, dirigidos y orientados, una súbita enfermedad debilita ese símbolo de fortaleza y crea en el colectivo un sentido inmenso de indefensión.
Ahora bien, esas enfermedades han llegado, en algún momento, a doblegar proyectos políticos importantes. Por ejemplo, el cáncer sufrido por Mohammed Reza, Shah de Irán, en 1974, que truncó de plano el proceso de modernización de Irán llamado la Revolución Blanca; con la oposición de clérigos, se vio comprometida obligándolo a acelerarla con graves repercusiones que conducirían a la revuelta popular que lo desaloja del poder. La dolencia del Shah se ocultó a la opinión pública nacional e internacional hasta su defenestración en 1979; el servicio de inteligencia francés conocía su estado de salud, lo cual explica la generosa atención que el gobierno galo le proporcionó al exilado ayatolá Ruhollah Jomeini, futuro sustituto del Shah.
A todas estas, la enfermedad del Presidente Chávez se ha presentado con sus lados blandos y sus lados duros, propios de un mal que va ocupando su espacio lentamente y de manera absoluta. Es posible que el Presidente llegase a fallecer de cualquier cosa menos del cáncer que lo aqueja, pero el ahora histórico devela que esta condición delicada lo coloca en un extremo de vulnerabilidad para el ejercicio del poder, pero en otro extremo de posicionamiento moral y político incuestionable, donde su liderazgo ha trascendido la habitación de convalecencia y se ha unificado con el de los líderes regionales que hoy toman partido en todo el territorio nacional de una sola presencia de proyecto político bolivariano. Mucho queda aún por decir, pero tal cual Fidel Castro lo expresara en los momentos difíciles de su juicio por el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953: “la historia me absolverá”; la historia se encargará en decirnos si lo que está padeciendo el Presidente cambiará el camino emprendido hacia la independencia e identidad nacional. Lo que sí es una verdad inexpugnable es que, hoy día, la democracia venezolana goza de buena salud.
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