El pueblo que salió a las calles desde la madrugada del 23 de enero del año 1958, celebraba, con verdadera euforia y optimismo, el final de un régimen militar oprobioso que gobernó para complacer los intereses imperialistas, en contra siempre de los más pobres, mientras fabricaba “espejitos”, es decir, algunas obras públicas que ocultaran -especialmente hacia fuera del país- el terror, la persecución política, las torturas, desapariciones y muertes que ocurrían sistemáticamente.
Aquel pueblo esperanzado llegó a ilusionarse con la conformación de la Junta Cívico-Militar que encabezó el gobierno de transición, que duraría muy poco en sus funciones ya que en un llamado a elecciones, que prometía democracia (por supuesto, representativa), de inmediato se instalaría en el poder una nueva y particular dictadura, con la que el Departamento de Estado y el Pentágono comenzaba a ensayar una “forma de gobierno” que permitiera la más descarada explotación y el dominio imperialista, mediante el consenso de los votantes, a quienes se concedía la oportunidad quinquenal de escoger sus verdugos.
Lo que sí es muy importante destacar, tanto en la fecha del derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez, como en todas las luchas posteriores, de resistencia al oprobio, a la extrema miserabilización de los pobres, a la represión, las torturas, la persecución, las desapariciones y asesinatos, es que el pueblo siempre tuvo la calle como su lugar permanente de combate.
“¡Las calles son del pueblo y no de la policía!”, se gritaba frente a los uniformados, quienes no tenían ningún reparo en “disparar primero y averiguar después”, tal como la había ordenado Rómulo Betancourt, el mismo traidor que, desde el, para entonces, llamado “partido del pueblo”, Acción Democrática (AD), pactó con el imperialismo estadounidense para entregarle las riquezas y las vidas de Venezuela a cambio del ejercicio del poder.
40 años de indetenibles e indómitas luchas del pueblo venezolano, expresadas de distintas maneras, se hicieron sentir, desde 1958 hasta 1998, fecha esta última cuando, haciendo uso de los aparatos electorales creados por la burguesía para mantener su dominio político y social, el pueblo logró vulnerarlos y elegir a la Revolución, en la persona del líder y candidato de Hugo Chávez.
La victoria popular frustrada, que se celebró el 23 de enero de 1958, quedó diferida cuatro décadas para tomar de nuevo las calles y esta vez gritar y defender la consigna: “¡Las calles son del pueblo y no de la oligarquía!”. Mucha agua -y, lamentablemente también, sangre- ha corrido bajo el puente de nuestra historia patria.
En este 2013 el pueblo revolucionario defiende su largo proceso de luchas que, para ser justos, se remonta a 200 años de enfrentar traiciones, para reivindicar y llevar a feliz término, nuestra independencia. Lo hace celebrando en la calle. Celebrando y vigilando, porque la exigencia de defensa de nuestra revolución, es cada vez más enorme y compleja. Lo hace, especialmente, en esa emblemática y combativa urbanización caraqueña que lleva por nombre, precisamente, el de 23 de Enero.
La calle debe seguir siendo el espacio para asentar definitivamente la Revolución Bolivariana, como camino auténtico para la construcción del socialismo. Cuanto hoy hemos alcanzado, bajo el liderazgo del Comandante Chávez, se mantendrá en peligro mientras el imperialismo siga en asecho y cuente con las acciones de la derecha apátrida que contra ésta conspira. Nuestro deber: defender la Revolución andada desde los tiempos del gran Libertador Simón Bolívar y profundizar hoy la construcción de la Patria socialista.
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