La súbita investidura de Elías Jaua como Canciller y Vicepresidente Político, la derrota opositora en la calle y en la diplomacia el 10 de enero, la asamblea del PSUV con centenares de cuadros militares del Estado Vargas el 16, seguida por el acto nacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana con Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y el Alto Mando Militar, por otro lado, los pequeños focos de violencia antichavista en dos ciudades que no logró romper una sensación de sosiego transitorio en la mayoría de la población, compusieron un escenario inesperado.
Las noticias desde La Habana, que hablan de una lenta recuperación de la salud presidencial, completan un cuadro tan dinámico como perturbador. Sobre todo para quienes suponen que desde una encrucijada compleja puede haber una transición confortable.
Desde que el presidente Hugo Chávez se internó para su cuarta cirugía de cáncer, el escenario político se plagó de las hipótesis más diversas. Estas ocuparon un menú con casi todas las opciones que la humanidad practica desde que hace política.
El gobierno asegura que puede sostener la gobernabilidad basada en la continuidad del mandato presidencial y en la unidad cívico-militar, mientras que la oposición apuesta a la vieja táctica del “vacío de poder”, algo que les funcionó por 47 horas en abril de 2002.
Entre una y otra opción, Caracas fue ocupada por rumores fabulosos. Unos aseguraron que Miraflores sería asaltada el 10 de enero por fuerzas militares a la orden de Diosdado Cabello para desalojar a Nicolás Maduro, o que no saldrá del Palacio cuando lo ocupe por vacío presidencial. En los restaurantes del este de Caracas se habla de que Rosa Inés Chávez, la hija mayor, sería investida como figura transitoria en nombre de su padre ausente.
También aparecieron cálculos más terrenales. María Corina Machado, alta jefa de la MUD, habló de un “un caos en el chavismo cuando el cacique no esté”. Y no faltaron los sigilos conspirativos más tradicionales como el de “tocar la puerta de los cuarteles”, sólo que esta vez con celulares y mensajitos de texto. Uno se extravió entre en las redes y sirvió para develar las intenciones. Fue transmitido a la 11,37 de la noche del día 9 al Capitán Iván Mayorga, del Cuartel Páez de Maracay, desde el móvil de un tal Gerardo Gutiérrez, un empresario de la misma ciudad: “Tu no te preocupes, yo te llamo al cuartel si la vaina se pone fea”.
La vaina no se puso fea, y Mayorga ya no es militar activo, o sea, el destinatario real de ese mensaje era otro oficial.
Esta anécdota, de apariencia inofensiva, ilustra sobre la inevitable densidad de la transición en Venezuela. Muchas cosas son posibles, como en casi todas las transiciones políticas de la historia, pero hay una de escasísima probabilidad: un zarpazo militar de derecha. No porque falten deseos, como en Leopoldo López, el joven y aguerrido dirigente del pequeño partido derechista Voluntad Popular. Simplemente no pueden.
Eso explica la fractura de la MUD entre “duros” y “blandos”, un anuncio de nubarrones. Capriles eligió ser de los segundos porque sueña con ganar las presidenciales de 2017.
La colocación de Jaua en una posición decisiva del sistema político venezolano, resolvió de un plumazo el acople de otra de las fuerzas principales en la urdimbre del poder bolivariano. Elías Jaua es un joven cuadro del equipo presidencial, destacado desde 2009 por su capacidad de gestión, casi en paralelo a los lustres revelados por Maduro en las relaciones externas.
En la base chavista sienten a ambos personajes como herederos confiables del líder postrado, aunque les critiquen su incondicionalidad pragmática.
Al igual que Nicolás Maduro, y la mayoría del equipo gubernamental, Elías Jaua se formó en la izquierda radical de la década de los 80. Sus relaciones fluidas con los cuadros de los movimientos sociales, posibilitarían una continuidad del carácter independiente del gobierno surgido el 14 de abril de 2002, cuando las masas irredentas y los soldados bolivarianos derrotaron por la fuerza a los golpistas.
Para cualquier chavista más o menos avisado, los capitalistas pueden merodear Miraflores, pero no ocupar sillones, pueden aprovechar contratos pero soportando las condiciones de un pueblo rebelde, incluso pueden vestirse de rojo-rojito sin que ello los habilite a participar en sus órganos de poder popular. En pocos términos, los empresarios disfrutan de un Estado burgués anormatizado por un Ejecutivo de izquierda.
Las matrices mediáticas de Madrid, Miami, Bogotá y Buenos Aires, no soportan tanta ruptura de la norma dominante. Atacan y pegan por todos los flancos, sabiendo que toda transición es como un río revuelto.
La embestida del embajador de Panamá en la OEA no tuvo eco y le costó el cargo, pero al día siguiente el Departamento de Estado se pronunció: “La subsecretaria adjunta de Estado de EEUU, para América Latina, Roberta Jacobson, reveló en Madrid que su Gobierno y otros del continente americano han entrado en contacto para analizar la situación de Venezuela. La funcionaria explicó que mantiene contactos con "muchos" de sus colegas latinoamericanos en las últimas semanas para hablar sobre la situación en Venezuela, citó Efe” (Aporrea, 16/01/13).
Superada la primera crisis, la transición busca consolidar por arriba lo ganado por abajo. Y Nicolás Maduro superó la primera prueba.
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