Vargas Llosa, el peor

En mi pueblo había dos hermanos cuya impronta familiar era la maldad y su relajo moral y total ausencia de principios de bondad o solidaridad hacían imposible distinguirlos. La necesidad de diferenciarlos de alguna manera llevó a la gente a referirse a ellos como “Pérez, el malo” y “Pérez, el peor”. Una distinción así vale para los Vargas Llosa, padre e hijo, correspondiéndole al hijo el de “Vargas Llosa, el peor” porque sin tener el talento del primero tiene toda la inquina, la frustración política, el rastacuerismo y atraso de pensamiento que caracterizan al padre.



Alvaro, el auténtico idiota latinoamericano, ha escrito un artículo deleznable contra el Ché Guevara, símbolo de la moral revolucionaria y de la entrega sin restricciones a la causa de los pueblos. Acudiendo a una banda heterogénea conformada por desertores de las filas de la revolución y por agentes de la CIA, a quienes sin ningún prurito califica “sus amigos”, teje una maraña de mentiras, citas fuera de contextos y medias verdades con la pretensión de destruir la imagen del glorioso revolucionario. No alcanza, por supuesto, tal cometido –la infamia nada puede contra la verdad-; pero, sí logra despertar indignación en quienes hemos apreciado en la vida y en la acción histórica del Ché la identidad ética del constructor de una sociedad nueva y la posibilidad de que el hombre alcance niveles superiores de realización y de solidaridad.



En este artículo, -cuatro en realidad, ensamblados por los medios de la reacción en uno solo-, Vargas Llosa, el peor, despliega una terminología de marketing que revela su verdadera estrategia y a la cual aspiro que no le hagan el menor caso los jóvenes que asisten al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se realiza actualmente en Caracas. La verdadera intención es, aprovechando que el Ché Guevara es un símbolo sensible para la juventud, agredir su figura para por esta escabrosa vía incitar la indignación y el rechazo de los jóvenes y conviertan a Vargas Llosa en el centro de la polémica y, quien quita, de acuerdo a sus deseos, hasta se apruebe una resolución de condena que lo proyecte ante sus amos como el más audaz combatiente contrarrevolucionario. Para decirlo con sus palabras, el tiene “un espectacular sentido de la oportunidad”.



¿Qué dice sobre el Ché Guevara? Dice que es un símbolo del consumismo y de la violencia. Lo acusa de ser un asesino y un megalómano con ansias insaciables de poder. Señala que Bahía de Cochinos no fue una invasión gringa sino un pretexto del gobierno cubano para ejercer la represión contra sus opositores políticos y que las dificultades económicas de Cuba no tienen nada que ver con el brutal bloqueo al cual ha sido sometida durante todos los años de Revolución sino que se deben a la ignorancia de los revolucionarios, quienes -Che, el primero-, no saben economía. ¿Qué tal?



El consumismo y el uso que hace el capitalismo de la figura del Ché tienen tanto que ver con Ernesto Guevara de la Serna como tiene que ver Jesucristo con la Santa Inquisición. Con lo que si tiene que ver es con la pretensión imperialista de banalizar su figura, de quitarle carga revolucionaria, de hacerla inofensiva y no la fuerza de rebelión que encarna en el alma de los pueblos. Es, por cierto, la misma pretensión de Vargas Llosa, el peor. La exhaustiva enumeración del uso que hacen del Che personas de diferente factura moral y humana –reseñadas hasta la nimiedad en sus artículos- deja por fuera, sin embargo, la figura del Che encabezando las marchas por la paz, por la justicia, por la igualdad, por la defensa del planeta de los ecocidios imperialistas, por el derecho a un mundo mejor, por los sueños de la juventud y la aspiración de redención de los pueblos oprimidos. En fin, la representación del coraje y de la rebeldía ante un mundo decadente y una sociedad putrefacta.



Son numerosas las agresiones de los Estados Unidos hacia la Revolución Cubana. Han recurrido a todas las formas imaginables de la conspiración y del terrorismo. La invasión a Bahía de Cochinos pretendía establecer una cabeza de playa imperialista sobre los cadáveres de miles de combatientes cubanos. El pueblo sepultó esas pretensiones momentáneamente; pero, no estaba ni está hoy exento de una agresión continuada y tenaz. Cuba ha luchado a lo largo de su historia revolucionaria para ponerle freno a grupos de agresores financiados desde los Estados Unidos. Vargas Llosa, el peor, hubiese preferido que los cubanos dejasen asesinar a Fidel, que se instalaran en el poder los lacayos del imperio y transformaran a Cuba en otra colonia gringa.



Las crueldades de la guerra son hechos verificables a lo largo de la historia. No hay historia de país alguno en el cual pueda constatarse su ausencia o que sus líderes más preclaros no se hayan visto en la necesidad de acciones terribles. En Venezuela, Bolívar se vio obligado a firmar el célebre Decreto de Guerra a Muerte. Pero de no haberlo hecho la independencia latinoamericana hubiese sido más cruenta y alcanzarla hubiese demorado mucho más. Los líderes hubiesen preferido que España hubiese aceptado el nuevo estatus declarado en el Acta de Independencia. Pero no fue así y no quedó otro camino que empuñar las armas y luchar. No me cabe duda que los líderes cubanos hubiesen preferido que Fulgencio Batista abandonara su régimen de terror ante el rechazo abrumadoramente mayoritario del pueblo. No hubo más remedio que desalojarlo a plomo. El Ché decía que el verdadero revolucionario estaba guiado por profundos lazos de amor. Igual agregaba: “El verdadero revolucionario debe ser capaz de tomar decisiones dolorosas sin que se contraiga un músculo”. Tal capacidad de entrega, tal capacidad para superar el estrecho egoísmo que impide ver en las acciones de hoy el futuro de toda la humanidad, está fuera del alcance y de la comprensión de los Vargas Llosa.



Por supuesto que el Ché ni los cubanos manejan la economía que domina con maestría Vagas Llosa, el peor. Esto es, la economía de la explotación, del sacrificio de los pueblos para ajustarse a las directivas del Fondo Monetario Internacional, de la indiferencia del Estado para que los imperialistas devoren a placer los recursos del país y los capitalistas criollos ejerzan su derecho de abusar sin restricciones de los oprimidos. De lo que si saben los cubanos es del desarrollo social y humano por encima de la voracidad capitalista, de la conservación de la naturaleza, de la integración y la solidaridad de los pueblos, del desarrollo pleno del hombre. El cooperativismo que hermana los hombres en el trabajo y en el usufructo de sus productos. La conciencia de que el esfuerzo individual contribuye al bienestar de todos y no a la satisfacción de los caprichos de los explotadores.





Vargas Llosa, el peor, está ubicado en las antípodas del Che. El mundo al que pertenece es el de la deshonestidad, del egoísmo, de la inconsecuencia, de la sinuosidad moral, de la superficialidad y del culto al capital. En su país ha sido perseguido por la justicia no por combatiente de la libertad sino por difamador, acusado de plagiar un trabajo de investigación de la historiadora María Rostorowski, de prohijar candidaturas presidenciales teñidas de corrupción y luego abandonar el barco deshaciéndose de responsabilidades, de confesar sin vergüenza los dólares recibidos de millonarios norteamericanos para intervenir en la política interna del Perú. Tal mundo no admite comparación con la dignidad, el heroísmo y la ética que representa el escenario vital y humano de Ernesto Ché Guevara.



Vargas Llosa, el peor, ha venido haciendo esfuerzos en estos últimos años para desacreditar el proyecto revolucionario en América Latina. Agotados sus argumentos a favor del neoliberalismo ramplón, la arremete contra un ejemplo de dignidad y de heroísmo. Su misión es asesinar los sueños y condenar a los pueblos a la resignación. Su método es el escándalo y su recurso la mentira. Pero este pueblo empeñado en hacerse dueño de su destino aprendió a reconocer las imposturas, a desenmascarar a los farsantes y a identificar sus enemigos. Los Vargas Llosa, malo y peor, se agotan proclamando la muerte de la revolución y pronosticando un pretendido final de la izquierda latinoamericana. No logran percibir la extraordinaria fuerza de transformación que se despierta como un volcán desde México a Argentina. En Venezuela, esta incapacidad para percibir la realidad la llamamos disociación psicótica.



Caracas, 05 de agosto de 2005.


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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

 rhbolivar@gmail.com

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