Un ejemplo históricamente vivo de que rendirse no siempre es un fracaso, lo constituye el 4 de febrero del año 1992. La rebelión encabezada por jóvenes militares venezolanos que se propusieron derrocar la dictadura representada por Carlos Andrés Pérez, en la presidencia de la República, no llegó a lograr su objetivo.
El comandante de aquella acción rebelde, el teniente coronel Hugo Chávez, con gran arrojo y la frente en alto, conminó a sus compañeros a la rendición “para evitar mayor derramamiento de sangre”. Por ahora no lo habían logrado, pero el país se encaminaría por nuevos rumbos, tal como lo profetizó ante los medios de información, el comandante Chávez.
El mismo joven militar se encargaría de hacer cumplir su palabra empeñada de buscar un destino mejor para la patria. Este líder revolucionario, junto a un considerable número de militares y organizados civiles, comenzarían a impulsar un movimiento de gran envergadura, que contaría con la credibilidad que despertó en el pueblo venezolano, la palabra comprometida y serena de aquel hombre, rendido y hecho prisionero.
Al poco tiempo de recobrar su libertad, gracias a las múltiples presiones que ejercía de manera constante, el pueblo en la calle, el comandante Hugo Chávez se colocaría al frente, como organizador y conductor de un proceso que, por la misma vía electoral propia del puntofijismo, lograría romper con ella y todo lo que representaba, hasta conquistar la Presidencia de la República e iniciar un proceso constituyente de cambios que daría paso a una nueva Constitución, a la refundación de la Patria, a la profundización de nuestra independencia y ahora y para siempre, a la construcción del socialismo.
Hoy, a los primeros 14 años de ejercicio revolucionario del Gobierno Bolivariano, para proveer a todo el pueblo venezolano, de su mayor suma de felicidad. Hoy, a los 21 años de aquella gran clarinada rebelde el 4 de febrero, el desafío de vencer no es una opción sino la necesidad y el compromiso hasta alcanzar la Patria socialista.
¡Qué viva Chávez!
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