Es un elixir (aditivo-adictivo) con que se empapan muchas de las estratagemas narrativas burguesas para traficar ideología chatarra en las cabezas de los pueblos. Las creencias más intragables se vuelven digeribles con una inyección generosa de sensiblería.
Así, el saqueo bancario mundial remojado en emociones fabricadas para exculpar ladrones, o las aberraciones planetarias de los terratenientes o las obscenidades degradantes del empresariado global todo pasa a ser tragable si se lo relata en medio de una boda, un romance, un episodio de cariño, un escenario de arrumacos, himno meloso, una love story, de cualquier tipo, donde los protagonistas son lindos y queribles, y por lo tanto, aparecen como buenas personas a las que, por amor, todo se les perdona. No escapan a las orgías sensibleras ni los papas, ni los cardenales, ni los curas ni los santos.
Con la sensiblería se garantiza un modo de invisibilizar la conducta delincuencial del capitalismo y se impone una forma irrefutable de chantaje anestésico para dormir, con emociones, la capacidad (y necesidad) crítica de la humanidad ante las aberraciones burguesas. Todo redondeado con chicas y chicos lindos, en el sentido mercantil con que la belleza ha sido reducida mercantilmente por el star system. No se repara en gastos, la sensiblería necesita galones de lágrimas y decibeles interminables de violines con trompetas, pianitos melosos y coros aterciopelados. Es una envoltura indispensable cuando se trata de inyectarnos resignación y ternura para que, entre alegatos emotivos, disculpemos a nuestros verdugos. Trampa brillante de la ideología dominante para manteneros emocionados y olvidemos la rabia, mientras nos saquea y nos explota. No hay atenuantes.
A cual más, todo el aparato mediático burgués se especializa en propinar golpes bajos emocionalizados y sublimes, especialmente cuando se trata del momento supremo consistente en que les compremos, emocionados, todas sus mercancías. Han ideado chantajes para el consumismo navideño, para el consumismo de verano, de otoño o de invierno. Han ideado formas inmisericordes de chantajearnos emocionalmente para comprarles sus condones, sus jarabes, sus pañales o sus papeles perfumados para la hora de defecar. Es motivo de extorsión emotiva la infancia, la adolescencia la juventud, la madurez y la vejez. Todo es susceptible de impregnarse con sensiblería para garantizar que se vuelva adictiva la adicción acumulativa de las mercancías. ¡Qué emocionante! Mientras tanto el capitalismo pisotea permanentemente la integridad emocional de la clase trabajadora.
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