La avenida Baralt, columna vertebral del poder en Venezuela y del delito común

Como lo es la autopista Francisco Fajardo respecto del Dtto. Federal, la avenida Baralt es una de las columnas primordiales del centro de Caracas. Compite en importancia con otras como la Bolívar, Universidad, Urdaneta y Lecuna, para mencionar las que encuadran ese meollo que se conoce como el casco histórico de la ciudad.

La avenida Baralt (Rafael María), desde el norte de la ciudad hacia el sur, hace contacto con las siguientes parroquias: San José, La Pastora, Altagracia, Catedral, Santa Teresa y San Juan, 6 de las 22 que tiene el Municipio Libertador (ó 6 de las 32 que tiene el Área Metropolitana de Caracas).

En sus adyacencias (una manzana más o menos) están la Catedral de Caracas, la plaza Bolívar, El Palacio Municipal, El Palacio Federal Legislativo (llamado Capitolio, sede de la Asamblea Nacional), el Teatro Municipal de Caracas, la Iglesia San Francisco, el Palacio de las Academias, el Centro Simón Bolívar (CSB), el Palacio de Miraflores, el Correo de Carmelitas, el Panteón Nacional, el Cuartel San Carlos, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), el Consejo Nacional Electoral (CNE), el parque El Calvario, el Mercado de Quinta Crespo, la plaza Francisco de Miranda, la plaza La Pastora, etc., todos edificados patrimonios de importancia histórica o arquitectónica, económica y turística.

Cabe resaltar que en su recorrido, la Baralt se “baña” con cuatro de los cinco poderes que conforman el Poder Público Nacional de Venezuela, a saber: el Poder Ejecutivo (Palacio de Miraflores y la Presidencia de la República), el Poder Legislativo (la Asamblea Nacional), el Poder Judicial (el TSJ) y el Poder Electoral (el CNE), quedando muy alejado el Poder Moral, que está conformado por la Defensoría del Pueblo, el Fiscal General y la Contraloría General de la República.

Es decir, para resumir reiterando, 4 de los 5 poderes públicos de Venezuela tienen sede adyacente a esta importante avenida.

De manera que, por lo dicho, luce ocioso seguir desgranando la importancia que eventualmente podría revestir en la vida nacional y particular esta avenida: su perfil político, económico, administrativo, turístico e histórico es obvio. Para emblematizar con cierto ánimo de exageración, podríase decir que la avenida Baralt es al Distrito Capital lo que Caracas a Venezuela: un punto capital.

Semejante presupuesto esbozasdo no encontraría extraordinario que tales espacios demarcados por la vialidad de marras se mantuvieran perennemente resguardados, ordenados, pulcros, funcionales, bajo una constante campaña de concienciación ciudadana orientada a la valoración, a un enfoque patrimonial y a una habitabilidad o uso deseados.

Pero no, es ése no es el hecho. Si bien es cierto y loable que recientemente el casco histórico de la ciudad, así como puntos más alejados cual el bulevar de Sabana Grande, fueron recuperados por la Alcaldía de Caracas en una arduo trabajo de humanización citadina, no es menos cierto que los tales trabajos de embellecimiento formal no fueron acompañados por otro de concienciación ciudadana para el cuido de las nuevas formas creadas. Es decir, no fue trabajado el componente espiritual y cultural, de suyo la esencia de la forma. Al parroquiano se le crearon y ampliaron nuevos espacios, pero él siguió desplegando el mismo comportamiento de desidia, ignorancia y desamor al que se había acostumbrado durante la Caracas burda, desaseada, violenta y hacinada previa a la revolución Bolivariana.

Faltó el espíritu de la educación cívica y la renovación cultural. Faltó llenar el molde de lo fabricado con la esencia de la vida que late, del pensamiento que juzga, valora y ama. Aculturación, motivación, ciudadanía, escuela, ley, sanción. Penosamente no se comprende cómo, por ejemplo, aún sobreviven algunas plantitas sembradas durante los trabajos del mencionado plan de humanización: sus espacios son rebatidos por el comerciante informal o el peatón desalmado. Quien escribe vive en el área y testimonia con propiedad.

De tantos detalles de la inconsciencia ciudadana, dos aspectos se han desarrollado estruendosamente, y van más allá del acto solo ciudadano de cultivar la conciencia, requiriendo la intervención del Estado en su rol sancionatorio, resguardante y moral. Tales son la delincuencia (inseguridad) y la desidia patrimonial. Como cierre, se comenta el primero, descrito en el modus operandi mismo delincuencial, esperando que, a modo de crónica, quede como testimonio para el momento en que se escriben estas líneas.

El delincuente aborda lo más deportivamente una unidad de transporte público a la altura del Mercado de Quinta Crespo. Por lo general esa unidad transita la avenida Baralt hasta el TSJ, donde cruza hacia los lados de la avenida Panteón o hacia La Pastora. Roba a dúo a los pasajeros, se calza luego una gorra y se quita la camisa para quedarse en franela (y así despistar), apeándose a la altura de la plaza Caracas, donde se pierde entre los vericuetos del CSB huyendo con las pertenencias de esa suerte de rebaño en que ha devenido el ciudadano común que sale a trabajar o hacer una diligencia.

A la inversa, bajando por la Baralt, abordan la unidad de transporte a la altura de la esquina Pedrera (Capitolio) y se bajan en Bucare, igualmente con las pertenencias de la gente, con una repentina gorra puesta y un nuevo color de ropas. Huyen con sentido San Martín sin ser molestados por funcionarios policiales, ante la impasibilidad, desasombro o impotencia de los que presencian la “movida”.

Atracan también a los transeúntes del CSB, a plena luz del día, a gente que mira la mercancía de los locales frente a sus vidrieras. A las mujeres les espetan directamente que entreguen sus bolsos, del modo más cínico. Ni que hablar de los ancianos, a quienes despojan de la pensión cobrada. No hay contención e impera, por el contrario, una brutal impudicia.

Situación insostenible, sin duda, tipo bomba de tiempo con ojivas nucleares ciudadanas. La gente de a pie, el rebaño mencionado que aporta sus trozos de bienes para el sostén del delincuente, mira quizás de modo impasible, pero con seguridad alimentando algún depósito del desespero y la violencia humanos que buscará desborde en determinado momento.

Para el caso concreto que se comenta, es una evidencia que la capacidad preventiva de los cuerpos de autoridad y seguridad del Estado ha sido superada y que, del modo más enérgico posible, como fase subsiguiente mientras se recuperan los niveles de control, lo que procede es la aplicación de un plan represivo, dicho esto con toda la lamentación que merece la baza idealista humanizante, sin fruto hasta el momento, cuando no quebrada.

La gente muere a diario, es atracada y vejada, y pareciese que la tal humanización es sólo usufructuada por el delincuente.

Lógicamente, desde un punto de vista político, electoral si así se quiere enfocar, a propósito de la coyuntura presidencial del país, no hay nada más indeseable al momento que un delincuente sembrando incertidumbre en la psique ciudadana en pleno centro de Caracas, amén de erosionar el perfil de protección y amparo que debieran encarnar los cuerpos de seguridad estatales.

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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