Con las mejores ollitas que se tengan, para sentir que, de verdad verdad, se es ricos, que se está despreciando a “esos patasenelsuelo”, a los pobres, a los ignorantes y chavistas, de los cuales se excluyen, aunque pertenecen, en realidad, a esa misma clase social.
Eso es lo que se observa en los cacerolazos que se ofrecen en algunos sectores populares, en superbloques o edificios enclavados en diversas barriadas del país y que piden a gritos la muerte de chavistas y la defensa irracional y sumisa de figuras de ricos, de candidato como el fascista, ultraderechista y burgués Henrique Capriles Radonski y de valores que nada tienen que ver con la clase trabajadora, con los pobres, con los explotados.
Uno observa con mucha tristeza y preocupación, los niveles de alienación de estas personas que se autoniegan, que denigran de su condición real y llegan a pensar que porque voten por un candidato burgués, de manera automática se pasa a ser de esa misma clase social.
El fenómeno no es nuevo, aunque, como nunca, resalta en momentos como estos cuando se evidencian en acciones como ésta de cacerolear desde el ámbito de la pequeña burguesía, de la mal llamada “clase media” y –lo que es peor- desde algunas barriadas, especialmente urbanas.
La alienación social, la autonegación de sí, el rechazo de su condición de clase para sentirse parte de la imposible, en capitalismo, es un fenómeno inherente a las relaciones de producción capitalistas. El sentirse explotador o parte la burguesía, de los ricos, sin jamás alcanzar a serlo. Quizás tan sólo porque se obtuvo un título universitario o se mudó del precario rancho de tablas donde vivía a una elegante vivienda otorgada por la Gran Misión Vivienda Venezuela y enclavada en una zona más estable pero vecina. El cambio en alguna apariencia social puede ser un elemento detonador de esa esclavitud que subyace en algún espacio de pensamiento de personas captadas por los valores de la burguesía.
Es ese el fenómeno de la alienación, que se repite expresada de diferentes maneras y de la cual no es posible deslastrarse completamente, sino con la desaparición de la sociedad desigual y de explotación que la genera: del capitalismo. Y es por ello, el triste espectáculo de observar a pobres caceroleando a pobres, enfrentándolos o desafiándolos a luchas fraticidas, mientas los verdaderos ricos toman güisqui y disfrutan de sus placeres con sus verdaderamente iguales.
La esclavitud de quien alaba y defiende a su amo para que le siga dominando, es casi imposible vencer antes de que alcancemos la sociedad de las y los iguales, la sociedad socialista. Sin embargo, llamar la atención sobre esta enfermedad social, debería contribuir a entender y combatir lo que todavía ocurre hoy en nuestra Venezuela en revolución.
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