El 17/04/2012, Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea Nacional, tomó la decisión de no conceder el derecho de palabra en la plenaria del parlamento a aquellos diputados que no reconozcan a Nicolás Maduro como Presidente de la República. Esta medida fue tomada durante la discusión del acuerdo de respaldo que hacía el Poder Legislativo a la proclamación de Nicolás Maduro como Presidente Electo, hecha por el Poder Electoral.
A raíz de esta decisión, los diputados en rebeldía al reconocimiento del Presidente de la República y del Poder Electoral, en plañidera cruzada, acudieron a Globovisión, santuario de la manipulación y la perversión informativa, a pedir la restitución del derecho supuestamente vulnerado. No al Poder Judicial -quién podría dar un dictamen sobre la legalidad o no de tal medida-, sino a una planta televisora privada que utiliza el espacio radio eléctrico venezolano para la conspiración permanente contra las instituciones y los poderes del Estado Venezolano.
Globovisión enfatizó que Diosdado le había negado la palabra a los diputados que "no acepten los resultados” electorales del 14 de abril y que con ello se les negaba el derecho inalienable a la libertad de expresión a quienes habían sido electos por el pueblo. Obviaron, por supuesto, el argumento esgrimido por el Presidente de la Asamblea Nacional y director del debate: La necesaria reciprocidad que debe existir dentro de una sociedad democrática y en sus instituciones: ¿Cómo reconocer a quién no reconoce ni le otorga autoridad alguna a los poderes del Estado? Sobre todo, cuando quien niega aspira a ser reconocido apelando a la misma fuente de donde derivan los poderes negados; esto es, la soberanía popular y la Constitución Nacional de la República Bolivariana. ¡El mismo poder electoral que refrendó la legitimidad de la que gozan los diputados opositores es el mismo que proclama a Nicolás Maduro como Presidente Electo!
Vi por televisión, en vivo y en directo, los incidentes de esa sesión de la Asamblea y, en razón de ello, me permito hacer algunas precisiones:
1. Lo que dijo Diosdado no fue que la medida afectaba a los diputados que “no acepten los resultados” sino a los diputados que no reconozcan a Nicolás Maduro como Presidente. Y eso, aunque parece, no es lo mismo. Como tampoco es lo mismo no conceder el derecho de palabra en la Asamblea Nacional –que en sentido estricto se restringe al uso del micrófono en la sesión plenaria- a negar el derecho a expresión contemplado para todo ciudadano en la Constitución República Bolivariana.
En el caso de los resultados electorales, los diputados tienen el derecho de impugnarlos y presentar las pruebas que demuestren irregularidades en el acto de votación o en las actas que hayan alterado esos resultados y, una vez evaluados los hechos y si estos corroboran tales irregularidades, también tendrían el derecho a solicitar al organismo electoral que sea revocada la proclamación. Pero, en el caso de no reconocimiento del Presidente Nicolás Maduro, se trata de desconocer la decisión del poder competente para el acto de proclamación: al CNE y desconocer la aplicación de la medida tomada: Nicolás Maduro es el Presidente. Y, al hacer tal cosa, están desconociendo la Constitución Nacional Bolivariana y las leyes que le otorgan esa potestad al Poder Electoral.
Ahora bien, como sabemos, todos los venezolanos estamos obligados a obedecer y respetar el ordenamiento jurídico de Venezuela, que incluye la obediencia a los poderes y sus decisiones y a la Constitución de la República Bolivariana. Los diputados, además, al momento de asumir el curul, hacen un juramento que reitera este deber. Luego, el Presidente de la Asamblea Nacional, quien tiene la responsabilidad de dirigir el debate, ante la manifiesta actitud de negación de los poderes públicos por parte de algunos miembros de la Asamblea, toma la decisión de no conceder el derecho de palabra a los diputados que no reconocen a los órganos del Estado.
No sé si el Presidente de la Asamblea está facultado para tomar esa decisión; o si es el Poder Judicial quien debe tomarla, o el pleno de la Asamblea. Pero, me parece que esta es una medida sensata y, además, es política y moralmente saludable ante una oposición irresponsable que en todos sus actos niega al Estado Venezolano e incita a su desconocimiento. ¿Podemos permanecer con los brazos cruzados frente al uso de los recursos de la institucionalidad para el socavamiento de los poderes públicos?
2. En enero la oposición decía que el país no tenía Presidente porque el Presidente Electo Hugo Chávez Frías, electo en las elecciones del 7 de octubre, no había podido juramentarse el 10 de enero, fecha prevista para la juramentación. Sobrevenida la muerte del Presidente y hecha las precisiones jurídicas pertinentes por el Tribunal Supremo de Justicia, los diputados opositores desconocieron no sólo la condición de Presidente Encargado de Nicolás Maduro sino la decisión misma del máximo tribunal de la República. Para esta semana, a su cadena de desconocimientos, suman la rebelión contra el Poder Electoral y califican de ilegítima la proclamación de Presidente Electo hecha en la persona del candidato ganador de las elecciones del 14 de abril. Suponemos que después de la juramentación de Nicolás Maduro, como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, persistirán en su actitud de negación y de conspiración.
La decisión del Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, debe comprenderse como la necesaria respuesta a esa terca insolencia de negación al Estado de Derecho Venezolano por parte de la oposición parlamentaria. Es una situación similar a la que enfrentó Cicerón ante la descarada conjuración de Catilina contra el Senado romano. Bueno es recordar las palabras del insigne orador:
¿Hasta cuándo, Catilina, has de abusar de nuestra paciencia? ¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos se arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la guardia nocturna del Palatino, ni la vigilancia diurna en la ciudad, ni la alarma del pueblo, ni el acuerdo de todos los hombres honrados, ni este fortísimo lugar donde el Senado se reúne, ni las frases y semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No ves que tu conjura fracasa por conocerla ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que has hecho anoche y antes de anoche; donde estuviste, a quienes convocaste y qué resolviste?
“¡Oh, que tiempos! ¡Que costumbres! ¡El Senado sabe esto, lo ve el cónsul, y sin embargo Catilina vive! ¿Qué digo vive? Hasta viene al Senado y toma parte en sus acuerdos, mientras con la mirada anota a aquellos a quienes designa a la muerte. ¡Y nosotros, hombres fuertes, creemos satisfacer a la República previniendo las consecuencias de su furor y de su espada! Hace tiempo, Catilina, que por orden del cónsul debiste ser llevado al suplicio para sufrir la misma suerte que contra todos nosotros, también desde hace tiempo, maquinas... a Catilina, que se apresta a devastar con la muerte y el incendio al mundo entero, nosotros, los cónsules, ¿no lo castigaremos?”
Sólo que Catilina, más valiente y con más vergüenza que los conspiradores criollos, ante tal emplazamiento se fue al frente de los conjurados y al mando de su ejército, ahora si, atacó las fuerzas de la República, aunque consiguiendo la muerte en el intento. Pero en el caso de la derecha conspiradora venezolana, cada desenmascaramiento sólo sirve para que emprenda otra aventura tan insensata y condenada al fracaso como las anteriores, ocasionando en cada caso, graves pérdidas humanas y materiales a la sociedad venezolana.
La decisión de Diosdado, aunque buena, fue apenas un coscorrón a quienes sin duda merecen castigos más severos.
Digámoslo como Cicerón: Quo usque tandem abutere, rhachíticus, patientia nostra?
O en castellano: ¿Hasta cuándo, escuálido, abusarás de nuestra paciencia?
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