El descarrilamiento

“No permitamos que nos descarrilen”, esta frase tan mencionada por el Comandante Chávez al referirse a las renovadas relaciones entre Venezuela y Colombia, reflejaba el encausamiento de los futuros destinos de ambas naciones, tras tormentosas estrategias políticas que llegaron inclusive a una inminente amenaza de guerra en el período del siniestro ex mandatario Álvaro Uribe Vélez, cuya gestión de gobierno colocaba constantes alza pies y traiciones desleales a las tensas relaciones bilaterales con el apoyo del ex presidente Bush, dueño y señor de las estrategias socio políticas del país neogranadino.

Primero, la célebre frase de “Para invadir a Venezuela, hay que tomar militarmente a Colombia”, que reflejaba la importancia de las bases militares estadounidenses, y segundo, la compartida torta económica entre el narcotraficante número 82 y el tea party, producto del narcotráfico y la guerrilla colombiana que garantizaba la combinación perfecta para mantener el flujo de caja y el presupuesto foráneo en primera opción en el Congreso norteamericano, a la hora de debatir el futuro de la primera economía mundial, y en segunda instancia, alguna mejoría para la subdesarrollada nación del sur.

Chávez, fue muy hábil como todo estratega militar y acorazó una línea política inmunizada a la diplomacia de micrófonos, dimes y diretes de una anti política deprimente como se dice criollito, “Chismes de viejas de barrio” y decidió junto al Presidente Juan Manuel Santos, encarrilar las nuevas relaciones diplomáticas bajo la solemnes tejas de San Pedro Alejandrino, logrando desde entonces excelentes cambios en la anhelada utopía de Simón Bolívar: Unir ambas naciones en un bienestar común.

Todo marchaba perfecto hasta que “Mr. Barbarazo” Capriles visitó Colombia, se fotografió con Santos y logró lo que faltaba para el record Guinnes: Hacer visitas como presidente de facto, con un aval de asaltante de embajadas, asesino convicto y confeso y el reconocimiento incondicional de la ultraderecha, que celebra a su paso la inoperancia de las instituciones de justicia en Venezuela. Mientras tanto, el tren del Comandante se descarriló de nuevo en las oxidadas vías de una comunicación inmadura.

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Elías Martínez


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