Furor revolucionario

Por allá, en los primeros años del siglo veintiuno, comenzaron las multitudinarias marchas chavistas, las que fueron convocadas por el Comandante Supremo, después de los reiterados y arteros ataques terroristas del imperio y sus aliados internos. Venía a Caracas gente de todo el país, de los más distantes rincones, donde los vientos del huracán bolivariano había despertado el furor patrio, allí donde había retumbado la voz del Comandante. Su llamado de trueno rompía el alba, como el clarín de la patria acallaba el llantén de los oprimidos. Era el látigo contra la modorra, el cruce del relámpago guiador en medio de la larga noche oscura. Llegaban a las grandes avenidas, a las autopistas de la capital a encontrarse con quienes bajaban de los cerros desfilando eufóricos como un pueblo redimido, de vuelta de la guerra, extenuado, sediento, mutilado. Venían como podían, en autobuses atiborrados de cojos, tuertos, mochos, desdentados, hambrientos, mal vestidos (de allí aquel fascista editorial de El Nacional que ahora no vale pena citar). Afectados por una larga guerra de resistencia, pero entusiasmados, vigorosos y esperanzados porque la patria reverdecía y El Libertador volvía a la carga guiando la vanguardia.

Fue ese el espíritu que le dio vida a las misiones. Brotaron voluntarios por doquier y fueron quienes en menos de dos años, alfabetizaron a millón y medio de ciudadanos y ciudadanas que hasta ese momento no habían conocido la maravillosa luz de la literatura. Peinaron quebradas, escalaron cimas, no hubo cerro ni cumbre, ni caño, ni desfiladero, ni bandas, ni malandros, ni lluvias torrenciales que les enfriara el guarapo. Bajo la mata de mango, el cobertizo, el garaje, nacieron los ambientes del “Yo si puedo”, y Robinson anduvo entre nosotros de nuevo. Esos millones de hombres y mujeres leyeron y escribieron bellos pasajes de esta revolución. Venían de haber derrotado los golpes de estado del 2002 y con los hermanos cubanos se metieron cerro arriba y crearon los primeros consultorios médicos en los barrios. En la salita, en el cuarto, en la pieza del fondo. Los y las patriotas prestaron sus habitaciones, sus humildes aposentos, a veces se fueron a vivir a otro lado para que en el sector viviera por primera vez en la vida, un médico. Sus primeras camillas fueron viejos sofás, mesas destartaladas, cajoncitos como escritorios y abnegadas voluntarias como enfermeras, las que andaban en bandas de hasta diez aguerridas mujeres conformando los Comités de Salud. De allí saltaron a la conquista de los "Vencedores" con La Misión Ribas, “Necesario es vencer” y volvieron los miles y miles de héroes y heroínas a sacrificarse en los salones de clases, a discutir en asambleas del poder popular, a quienes se le adjudicaba, entre la abundante necesidad, las poquísimas becas disponibles. En fin, fue la época de las misiones y las misioneras, de Los Comités, Las Mesas, Los Círculos, Las Escuadras, Las Patrullas, Las UB, de las y los defensores de la revolución quienes caían bajo las balas asesinas en cada arremetida del fascismo metropolitano de Peña. De los líderes comunitarios exterminados por el sicariato político mimetizado bajo la acción del hampa común, de los cientos de campesinos e indígenas cazados por el paramilitarismo “opositor”.

Vino el tiempo en que todo este inmenso esfuerzo revolucionario, aleación perfecta entre el líder y el pueblo, fue dando sus maravillosos frutos. No solo salimos casi que milagrosamente de las situaciones de crisis de todo tipo: pobreza extrema, desempleo, estanflación, desnutrición, analfabetismo, todo esto en medio de una guerra sucia no declarada, sino que la calidad de vida, arribó a niveles realmente humanos, alcanzando los objetivos del milenio mucho antes de lo previsto. Pero también se desataron algunos demonios en el pueblo, actitudes negativas producto de los bajos niveles de conciencia que alimenta el consumismo exacerbado. Vino también como consecuencia, la arrogancia y la avaricia que propició la abundancia de la redistribución de la renta petrolera, expresadas primero, en aquella aberración de “el pueblo que maltrata al pueblo”, la dirigencia popular que accedió a la administración pública, se tornó arrogante a todos los niveles, y fue traidora al menospreciar a los demandantes de atención. En segundo lugar, la inconsciente competencia por obtener los apetecidos bienes y servicios: vivienda, carros, electrodomésticos, alimentos, agua comunicación, energía, conocimiento, tecnología, financiamientos, atolló mas al pueblo en la vorágine capitalista. La clase media boyante, arreció en su burguesismo, y la oligarquía no solo siguió realizando fabulosos negocios con los recursos circulantes del pueblo, sino que además tuvo la holgura para financiar proyectos golpistas.

En el 2010, cuando nuestro Comandante en Jefe vio mermada sus potencialidades combativas, dado el atentado en contra de su vida, mermó también el furor popular en cuanto a los sacrificios que exige la construcción del socialismo del siglo veintiuno. Pero el chavismo, sustentado en el bolivarinismo liberador, sobre todo después de su ausencia física, ha prendido aun más en el pueblo por mera producción histórica. En consecuencia al chavismo y su infinita capacidad batalladora, hay que practicarlo en la cotidianidad, no para vivir de él, sino para lograr existir él. Habrá que volver a la épica revolucionaria de Chávez y su digno pueblo, con los sacrificios por delante, abriendo el camino a la justicia y la felicidad colectiva. Las condiciones están dadas, solo hay que autoafirmarlas, de lo contrario la llaga emergente del fascismo nos ganará la partida, lamentablemente con nuestra ayuda.

¡Chávez vive, La Hojilla sigue!


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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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