La derecha al descubierto

Una de las mejores cosas que han venido ocurriendo en los últimos tiempos es que las intenciones siniestras de los grandes grupos políticos dominantes se han puesto al descubierto, casualmente, con las mismas herramientas que ellos han creado para sojuzgar a pueblos más débiles. En otras palabras, les ha salido el tiro por la culata.

Las llamadas “redes sociales”, en su ambigua denominación, poseen asimismo un contenido antisocial o asocial, en la medida en que sirven más para enfrentamientos, batallas ideológicas, pugnas y riñas de todo tipo, que para comunicarse realmente. Ocurre un fenómeno inédito en estas redes: la cámara de televisión poncha la computadora y nos nuestra lo que correos electrónicos, twitters o facebooks dicen en pro o en contra de quien lo recibe, y luego lo exhibe a los espectadores. La TV es en este caso un medio para mostrar a otro medio que sustituye a la palabra dicha directamente. En todo caso, el medio no es sólo el masaje, como decía el viejo Mc Luhan; el medio también puede convertirse en el mensaje, y así la confusión creada es doble.

La única ventaja sería la velocidad. La información viaja tan rápido, que en un tris todo el mundo se entera de todo, de lo bueno y de lo malo, sobre todo de lo malo, elemento a través del cual muchos esperan averiguar las cosas más sórdidas. Vivimos en una batalla permanente, batalla campal que es ante todo ideológica y mercantil; pero cuando el golpe ha sido asestado a la parte que se considera legítima, noble o de buena fe, entonces vemos cómo el impacto es mayor: los pretendidos dueños del mundo se ven desenmascarados en sus intenciones nefastas; los débiles ya no son tan débiles porque el asunto central (la razón impuesta por la fuerza) ha quedado al descubierto.

Un gobierno interviene en la política de otro país o lo invade, pero pretende justificarlo con argumentos truculentos o sencillamente ridículos, basados en unas intenciones veladas de poder “pacífico”, “democrático” o “libre” (liberal), y entonces tenemos de inmediato a las máscaras rodando por el suelo.

Hay gente ingenua, o que finge ser ingenua, para tragarse estas razones de los supuestos dueños del mundo, en nombre de la modernidad o del progreso. En este caso, de un progreso moderno que no ha hecho sino demostrar su atraso desde el punto de vista humano, su incapacidad para ponerse al día con las urgentes aspiraciones de los pueblos, basadas en la equidad o la justicia. Usted enciende el televisor y ve, en las noticias, cómo un grupo de empresarios, banqueros o financistas bien trajeados y exitosos, le hablan a pueblos desempleados, sometidos o reprimidos en nombre del sacrificio moderno de la salvación del capital, le hablan de las infalibles operaciones económicas para rescatar la banca internacional. Pero ya la gente no se traga esos cuentos.

La gente ve cómo los grandes periódicos manipulan sus titulares y noticias del modo más descarado. Piensan quizá formar opiniones para devoradores compulsivos de panfletos con aspecto de diarios de prestigio, y tampoco nos tragamos el cuento. Se han tenido que crear medios alternativos para desbaratar toda esa farsa de la “libertad de prensa”, de la cacareada libre expresión o comunicación. Se comunica, eso sí, pura ideología superficial, puro maquillaje de los hechos y de las simples verdades, con juegos verbales o visuales. Puro masaje.

Cuando se les enfrenta enérgicamente, vienen entonces los actos descarados de sabotaje. El poder neoliberal que se piensa hegemónico tiene dos caras: el anhelo de dominio completo y el sabotaje. Uno, para mantener el estado de cosas a través de la ideología, y otro para hacerlo a través de medios compulsivos de descalificación y agresión del trabajo revolucionario. El juego derecha-izquierda, el maniqueísmo comunismo-democracia, o libertad-tiranía no les funciona ya. Los medios de la derecha –refrendados por una casta oligárquica-- tendrían toda la libertad del mundo para actuar, pero el gobierno no. El gobierno debe aceptar callado todos esos embates, o si no, hacer pactos políticos con los medios. El gobierno no tiene derecho a legislar sobre los medios y sus contenidos, sobre la violencia, las perversiones o falsificaciones que se emiten sin ton ni son; el gobierno debe permitir que envenenen a la población con todo tipo de informaciones y tramas retorcidas, con programas denigrantes de concursos, horóscopos, chismes de farándula y sexo. El gobierno debe quedarse pasivo y sonreírles, aceptarles, incluso aplaudirles. O hacer pactos con ellos para promocionar sus eventos y pagarles con publicidad, y así todos contentos. La gente ya no se come esa coba, la gente sabe cómo actúa la oposición y se mantiene en actitud de alerta.

El problema de la oposición venezolana no es que sea oposición –que debe existir en cualquier sociedad o proceso político— el problema de la oposición venezolana actual es que representa a la derecha más brutal, mentirosa y fascista. Es una derecha inculta, perversa, corrupta, que aspira al poder sólo para quedar nadando en dinero. No tiene un proyecto de país, o un programa de gobierno, porque su única política es el sabotaje, el escándalo, el plan macabro organizado con la anuencia del gobierno de Estados Unidos. Esto lo sabe hasta un niño.

Desde que Nicolás Maduro alcanzó la Presidencia, no ha tenido sólo una resistencia política sino sufrido del más descarado sabotaje, incluso mayor que el que le hicieron a Chávez. Con Maduro han sido peores, con Maduro han arengado a los votantes opositores a la violencia para dejar un saldo de más de una decena de muertos y numerosos heridos. Han hecho lo imposible para desacreditar el rumbo que desea la mayoría para el país, un rumbo que no sea el de la privatización y la entrega de la nación a las mafias empresariales, a los banqueros y a los políticos mediocres, a los agitadores que pagan a algunos estudiantes y profesores para que interrumpan el funcionamiento de las universidades. Les aterra la organización social en comunas.

Pero no van a lograrlo. El pueblo ya no hace el papel de pendejo porque tiene el poder de la opinión y posibilidades para lograr los cambios, pues participa de decisiones importantes, ya no es una masa pasiva dedicada a asentir todo lo que dicen los voceros de las empresas, el atropello de las trasnacionales, los voceros de los canales de la TV, los dueños de los periódicos o las promesas de los políticos oportunistas.

El pueblo se puso las pilas y va a defender el legado de Chávez, que es el legado que el mismo pueblo asumió para construir un futuro que va más allá de las realidades virtuales o electrónicas, o de las interpretaciones falsificadas que pretenden transmitirnos por los medios privados.


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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

 gjimenezeman@gmail.com

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