Para Platón (Atenas o Egina, ca. 427-347 a. C.), filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles, el bien es un elemento esencial de la realidad; el mal no existe en sí mismo, sino como reflejo imperfecto de lo real, que es el bien; el alma humana, dice Platón, está compuesta por tres elementos: el intelecto, la voluntad y la emoción; cada uno de los cuales posee una virtud específica en la persona buena y juega un papel específico. La virtud del intelecto es la sabiduría, o el conocimiento de los fines de la vida; la de la voluntad es el valor, la capacidad de actuar, y la de las emociones es la templanza, o el autocontrol. La virtud última, la justicia, es la relación armoniosa entre todas las demás, cuando cada parte del alma cumple su tarea apropiada y guarda el lugar que le corresponde. La persona justa, cuya vida está guiada por este orden, es por lo tanto una persona buena.
Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.), discípulo de Platón, consideraba la felicidad como la meta de la vida; en su obra sobre esta materia, Ética a Nicómaco (finales del siglo IV a.C.), definió la felicidad como una actividad que concuerda con la naturaleza específica de la humanidad; el placer acompaña a esta actividad pero no es su fin primordial. La felicidad resulta del único atributo humano de la razón, y funciona en armonía con las facultades humanas.
Aristóteles define el término medio como el estado virtuoso entre los dos extremos de exceso e insuficiencia; las virtudes intelectuales y morales son sólo medios destinados a la consecución de la felicidad, que es el resultado de la plena realización del potencial humano.
La filosofía estoica, por su parte, en tiempo Helenístico y Romano, bajo la figura de los filósofos Zenón de Citio, Cleantes y Crisipo de Soli, del siglo IV antes de Cristo, propusieron una visión de la naturaleza ordenada y racional, siendo sólo buena en condiciones de una vida llevada en armonía con la naturaleza. Los estoicos estaban de acuerdo en que como la vida está influenciada por circunstancias materiales el individuo tendría que intentar ser todo lo independiente posible de tales condicionamientos. La práctica de algunas virtudes cardinales, como la prudencia, el valor, la templanza y la justicia, permite alcanzar la independencia conforme el espíritu del lema de los estoicos, “Aguanta y renuncia”. De ahí, que la palabra estoico haya llegado a significar fortaleza frente a la dificultad.
En los siglos IV y III a.C., el filósofo griego Epicuro desarrolló un sistema de pensamiento, más tarde llamado epicureísmo, que identificaba la bondad más elevada con el placer, sobre todo el placer intelectual y, al igual que el estoicismo, abogó por una vida moderada, incluso ascética, dedicada a la contemplación. El principal exponente romano del epicureísmo fue el poeta y filósofo Lucrecio, cuyo poema De rerum natura (De la naturaleza de las cosas), escrito hacia la mitad del siglo I a.C., combinaba algunas ideas derivadas de las doctrinas cosmológicas de Demócrito con otras derivadas de la ética de Epicuro. Los epicúreos buscaban alcanzar el placer manteniendo un estado de serenidad, considerando que las creencias y prácticas religiosas eran perniciosas porque preocupaban al individuo con pensamientos perturbadores sobre la muerte y la incertidumbre de la vida después de ese tránsito. Los epicúreos mantenían también que es mejor posponer el placer inmediato con el objeto de alcanzar una satisfacción más segura y duradera en el futuro.
Esto lleva a considera el sentido real de lo que es la Ética Revolucionaria: una conducta orientada hacia el bien como elemento esencial de las virtudes intelectuales y morales, que los ciudadanos y ciudadanas deben cultivar como medios destinados a la consecución de la felicidad para una vida llevada en armonía con la naturaleza y con los semejantes; una vida moderada, incluso ascética, dedicada a la contemplación, que implica posponer el placer inmediato, a efecto de alcanzar una satisfacción más segura y duradera, donde el ser humano, por sobre todas las cosas, alcance una vida plena y de calidad.