(Al excelente camarada y amigo Saúl Rivas)
Por aquí pasaron a destruir otras
provincias, que ellos llaman descubrir.
Bartolomé de Las Casas.
Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
La Europa cristiana reaccionó contra el secular dominio musulmán mediante las Cruzadas, expediciones de guerra que comenzaron con el segundo milenio de esta era. Acerca del carácter de las Cruzadas prevalece la imagen de que fueron excursiones de exterminio y destrucción. El fanatismo religioso que las inspiró resuena en el lenguaje usado para referirse a los pueblos no cristianos: sectas, herejes, idólatras. Es el espíritu totalitario el que aquí se expresa. El odio de estas palabras contrasta con el clima de tolerancia que parece haber sido la norma del imperio musulmán.
En la España musulmana debió establecerse un modus vivendi entre españoles y árabes, puesto que Ruy Díaz de Vivar (El Cid) se hace célebre defendiendo a un rey musulmán que era vasallo de su señor don Alfonso. Los pueblos dominados por el Islam conservaron sus lenguas y religiones y se enriquecieron en los intercambios con Oriente, siendo especialmente notorias las influencias recibidas en tal sentido por España, como lo han reconocido los propios españoles y como se constata en su arte y su cultura.
En 1204, una Cruzada asuela a Constantinopla; los cruzados venecianos saquearon esta ciudad “hasta dejarla reducida a la miseria”. Constantinopla estaba bajo dominio cristiano, aunque aquellos cristianos de Oriente eran acusados de herejes y de pactar con los musulmanes. Un historiador contemporáneo escribe: “El saqueo de Constantinopla, las matanzas de los griegos, los pillajes, y el acaparamiento de las tierras se hicieron con una saña sólo explicable por la existencia de unos antagonismos muy profundos entre hermanos de religión...” Si las Cruzadas llegaron a tales extremos entre cristianos, no se necesita presentar evidencias de los excesos cometidos contra los árabes.
Cuando los Reyes Católicos le encomiendan a Cristóbal Colón la organización de la expedición que ha de poner a Europa en contacto con América, acababa de caer el reino de Granada, último reducto árabe en España. La empresa nace preñada del espíritu de las Cruzadas y así lo hace saber el Almirante, en sus anotaciones diarias durante su primer viaje a nuestro continente.
El 12 de octubre de 1492 llega a tierras americanas una flota de tres naves: La Pinta, La Niña y la Santa María, bajo el mando del Almirante Cristóbal Colón. Este acontecimiento pasó a la historia oficial como el “Descubrimiento de América”. Los expedicionarios habían salido el 3 de agosto del puerto español de Palos y regresaron el 15 de marzo de 1493 al mismo puerto. Durante los 225 días que duró el viaje, Colón anotó diariamente los hechos más importantes que acontecieron en mar y tierra. Fray Bartolomé de Las Casas resumió las páginas del Diario, procurando mantener lo esencial y así se publicó.
Este 12 de octubre del 2005, se cumplen 517 años desde cuando las embarcaciones arribaron a la isla de Guanahaní, que el Almirante bautizaría con el nombre de San Salvador. Ahora conmemoramos la fecha con el nombre de Día de la Resistencia Indígena, para hacerle justicia a la verdad histórica.
Los americanos debemos detenernos a pensar en lo que aquello significó para la vida del continente, dividida a partir de entonces en dos partes por el arribo de la flota colombina. El Diario llevado por Colón durante su primer viaje a América es una guía valiosísima, para esta tarea de reflexión y análisis.
¿DESCUBRIMIENTO?
Ha habido una polémica acerca de la denominación con la cual este acontecimiento pasó a los libros de historia: Descubrimiento de América. Respondiendo a las críticas, la conmemoración, quinientos años después, se hizo bajo el rótulo de Encuentro de Dos Mundos. Germán Arciniegas, célebre historiador y escritor colombiano, consideraba que hablar de descubrimiento era una inexactitud. Dijo que no se podía llamar descubridores “a quienes en vez de levantar el velo de misterio que envolvía a las Américas, se afanaron por esconder, por callar, por velar, por cubrir todo lo que pudiera ser una expresión del hombre americano”. Según esto, habría ocurrido un encubrimiento. Pero si nos guiamos por la apreciación tajante de Bartolomé de Las Casas, se trató de un destruimiento.
Para los españoles y europeos, que no hacía mucho “descubrieron” a la China, era coherente hablar de descubrimiento, pero el continente americano ya había sido visitado por hombres procedentes de los primeros continentes poblados, que llegaron a estas tierras decenas de miles de años antes, ocupándolas y dando origen a una multitud de pueblos esparcidos desde Alaska hasta la Patagonia. Entonces, Colón habría conducido un redescubrimiento, aunque es más apropiado decir que fue el comienzo de una invasión. Además, lo que el Almirante intentaba era llegar a la India viajando hacia occidente, en lugar de bordear las costas de África, como era usual, sin pensar que entre Europa y Asia encontraría una gran masa continental cuyos pobladores llamaban América. Por eso hay quienes dicen que fue América la que descubrió a Colón.
Sin embargo, en Europa se tenía la certeza de que al otro lado del océano había tierra y los habitantes de las islas Canarias eran capaces de jurarlo, según asegura Colón en su Diario, así que el viaje era menos riesgoso de lo que nos han dicho siempre. Tampoco es verdad que en esa época se considerara que la Tierra era plana como un plato y se pensara que al llegar al borde las naves caerían en un abismo, puesto que prácticamente existía la convicción de que nuestro planeta tenía forma esférica, lo cual consta en muchos documentos anteriores a Colón, así como también se mencionaban las posibilidades de circunnavegación. Lo admirable de la empresa promovida por el Almirante y patrocinada por los Reyes Católicos es el espíritu de aventura, la audacia necesaria para lanzarse a explorar mares y territorios desconocidos, algo parecido a lo que sentiríamos nosotros si emprendiéramos una excursión a la selva amazónica.
Pero aun cuando no se le puede negar a Colón que era dueño de un espíritu valiente y emprendedor, él no estaba motivado solamente por el afán de aventura o por la curiosidad del explorador, al contrario, esas son las causas de menos peso en su iniciativa. Dos grandes aspectos se disputan la primera importancia, como razones que alentaron la expedición: el comercio y la religión. Innumerables veces, en su Diario, Cristóbal Colón expresa ideas que favorecen a una u otra de estas razones. La cristianización de los pueblos orientales y la búsqueda de oro, metales y piedras preciosas, especias y otros productos de la tierra, para vigorizar la actividad mercantil del imperio español. No obstante, entre dos razones importantes hay una que prevalece. ¿Religión o comercio? ¿Cuál de las dos empuja con más fuerza al navegante a buscar ayuda financiera, para lanzarse a través del océano, con una tripulación de aventureros, en pos de lo desconocido?
¡ORO!
A juzgar por las veces que menciona el oro en su Diario, esta era la razón de más peso en el ánimo del Almirante. Es obsesiva la preocupación que Colón manifiesta por el metal amarillo, al punto de que resulta difícil encontrar un día, de los pasados en tierras americanas, en que no aparezca anotada la palabra. Es la pregunta obligada a los aborígenes, de ello depende que la flota permanezca más tiempo en un lugar o se desplace rápidamente hacia nuevos territorios. Si hay indicios de oro, si los nativos lo traen en forma de adornos o señalan la existencia de minas en las cercanías, la expedición se demora para confirmarlo, si no se ve el oro o sólo lo hay en cantidades muy pequeñas, las naves apuntan su proa hacia parajes más prometedores. Martín Alonso Pinzón, capitán de La Pinta, llega a insubordinarse a la autoridad del Almirante, separándose del resto de la flota, acuciado por la codicia y se lanza a buscar las minas que algunos nativos le han asegurado que encontrará. Colón asienta, por lo menos setenta veces, algún comentario sobre el oro en su Diario.
En esa época tenían gran importancia los metales preciosos en las economías europeas. Las minas europeas estaban agotadas, así como las explotaciones mineras en los países africanos colonizados por España. Los costos cada vez mayores y los riesgos de transporte por las vías tradicionales explican la búsqueda de nuevas minas y facilidades de transporte, como motivaciones principales de la empresa colombina.
¡A DIOS ROGANDO...!
En su Diario, Colón refiere, dirigiéndose a los Reyes Católicos, frases que destacan las posibilidades que las riquezas encontradas le abrirán a España, para financiar nuevas expediciones contra los musulmanes, estableciendo así un lazo de unión entre las razones económicas y religiosas de su empresa. Pero, aunque hable de la conquista de Jerusalem y de llevar la fe cristiana a Oriente, es la colonización de nuevas tierras y la búsqueda de riquezas lo que origina la decisión de los Reyes Católicos. La Iglesia, que recibe tributo de los reyes y comparte el poder con ellos, obtiene claras ventajas materiales de las conquistas y colonizaciones. Lo mismo ocurre con el clero tomado individualmente, como se desprende de las declaraciones del dominico Remesal: “...los sacerdotes seculares que en los primeros años pasaron a estas partes, lo común era ser pobres idiotas e ignorantes... movidos de su interés temporal... y cuando no hallaban las manos llenas de oro, o se volvían... o se entretenían con las esperanzas de riquezas, sirviendo de capellanes en los ejércitos de los conquistadores, con las mismas calidades que los soldados que venían en ellos”.
El ropaje religioso de que se revistió la relación entre España y América, trajo consecuencias desastrosas para la población aborigen, pues justificó, en aras de la cristianización, el más grande genocidio, la mayor matanza de seres humanos que conozca la historia. Las Casas cuenta que en la isla La Española colgaban a los indios de trece en trece, para simbolizar a Cristo y sus doce apóstoles. La población americana se redujo de quince millones de individuos a siete millones. Además del exterminio físico de los americanos originales, hay que considerar la destrucción de sus culturas, creadas a lo largo de milenios, costumbres y lenguas, arte y técnica, edificaciones y carreteras, acueductos y ciudades ceremoniales, todo o casi todo arrasado con inaudita criminalidad. Los aborígenes huían o se refugiaban en lugares inaccesibles, se negaban a reproducirse o se suicidaban, otros se rebelaban con valentía desesperada, puesto que no disponían de armas ni de preparación para la guerra, debido a sus costumbres pacíficas.
“SON LA MEJOR GENTE DEL MUNDO Y LA MÁS MANSA”
Sobre el carácter manso y dulce de los aborígenes americanos, los testimonios más conmovedores provienen de la pluma del mismo Colón. En varias oportunidades abandona su obsesión por el oro, pues no puede evitar el asombro que le produce el desprendimiento y la benevolencia de los hombres con quienes entabla relación. De la contemplación de aquella abrumadora amabilidad sólo nacen reflexiones de verdugo: ¡Qué fáciles de cristianizar! ¡Qué fáciles de someter! ¡Qué fáciles de subyugar a los Reyes Católicos! ¡Qué fáciles de explotar! ¡Qué fáciles de vencer! ¡Qué fáciles de esclavizar! ¡Qué cobardes!
Por donde se mire, fue oscura la noche que cubrió nuestro continente, con el arribo de la expedición española aquel 12 de octubre.
Posteriormente, algunos sacerdotes, como Bartolomé de Las Casas, trataron de enmendar lo hecho con los aborígenes americanos, pero la destrucción había sido muy vasta y profunda. La religión, en definitiva, le sirvió de coartada al imperio español, que era un imperio económico, para apoderarse de cuarenta y dos millones de kilómetros cuadrados de tierras americanas y con ellas de sus riquezas y sus hombres y mujeres, niños y ancianos, para encadenarlos al yugo colonial. Ya no bastarían los brazos nativos y la esclavitud de los negros africanos vendría a sumarse a los crímenes cometidos en carne americana, como medio de acelerar la extracción de minerales y riquezas variadas, perlas, resinas vegetales y productos agrícolas, cuando comienzan a ser explotados nuestros suelos por el colonizador, que ocupa mano de obra aborigen y esclava. Si la religión católica no hubiese existido, el imperio español la habría inventado, para perpetrar sus propósitos de sometimiento y explotación.