(Con Ludovico Silva a pie)

Una súbita especulación cultural-política

En aquel siempre evocado opúsculo, como Ludovico Silva gustaba llamarlo, intitulado De lo Uno a lo Otro, en la cual aparecen sus ensayos súbitos, precisamente en la parte III, sobre las Cuestiones Filosóficas, varios trabajos podrían  constituirse - por supuesto que de ninguna manera en los únicos -  en puntos de partida para la reflexión, análisis y -por qué no- para evocar al pensador, a la luz de esta particular experiencia venezolana, que hemos dado en llamar Revolución Bolivariana.

Se trata de un primer trabajo intitulado: Una Conversación sobre la Ideología.   Entrevista que se realizaría en agosto del año 1970, en la revista Vea y Lea, una vez publicado aquel contundente libro: La Plusvalía Ideológica. Una andanada de preguntas, todas buenas y asertivas, siempre contundentes, todavía convocan a la aguda y gran discusión, toda vez que este proceso no sólo, en términos específicos, sigue en deuda en materia de legislación cultural con el país, sino que, desde una visión más amplia, en el campo conceptual, exige elaborar y participar en la creación de presupuestos teóricos que orienten la cotidiana práctica cultural revolucionaria, concretamente en la que tiene relación con la gestión pública cultural, a cualquier nivel del Estado. Es indudable que se ha iniciado el camino de la construcción de una normativa cultural, a propósito de aprobar la Ley Orgánica de este sector, no obstante sus terribles bemoles.

Algunas de aquellas interrogantes siguen vivitas y coleando: ¿Qué relación hay entre industria cultural y dependencia cultural? ¿Qué relación hay entre industria cultural e industria ideológica? ¿Quiénes la manipulan y sobre que valores se levanta? ¿Qué relación existe entre el capital ideológico y el capital material? ¿Qué, quiénes y cómo se establecen los valores del gusto? ¿Existe una ideología del gusto? ¿Tiene la belleza alguna relación con la verdad? Los tópicos se tornan candentes e imperecederos.

¿Presupone la cultura revolucionaria una nueva valoración de lo bello, el gusto y la sensibilidad? ¿Existe una cultura proletaria diferente a la cultura burguesa? ¿Tiene la burguesía venezolana  unos valores que le son propios? La práctica cultural durante el proceso revolucionario anterior a la toma del poder”- y se afirma, luego de varios años en el poder- “¿debe necesariamente prefigurar las características de esa práctica en un sociedad de nuevo tipo?  ¿Se puede hablar de subversión cultural? ¿Con qué instrumentos podríamos enfrentarnos a los fenómenos culturales tradicionales y a la industria cultural? Son éstas algunas de la ametralladora de interrogantes que le formularon a nuestro más lúcido pensador y al ensayista de más feeling de la Venezuela, en la década de los años setenta y siguientes. Sus respuestas, llenas de erudición y sapiencia, estarían enmarcadas en lo que sería el más genuino pensamiento del propio Marx. Tales interrogaciones, luego de muchos años, no sucumben al tiempo y, a propósito de este proceso, que experimenta la sociedad contemporánea venezolana, se tornan, demasiado, vigentes e, implacablemente, históricas, así como de abordaje impostergable. La elaboración de una Teoría Cultural Revolucionaria y la caracterización del Socialismo del Siglo XXI, necesariamente, pasan por transitar esos entresijos, afortunadamente, con el legado conceptual del poeta de Piedras y Campanas. Ludovico sigue a pie. Desde ante de nacer, sé que mi vida / es un puñado hambriento de materia, sentenció en uno de sus poemas.

Atentos a la herencia epistemológica que dejara, Luis José Silva Michelena, (Caracas,1937-1988), militantes culturales, intelectuales orgánicos, no sólo de las estrictas academia y la cultura letrada, sino salidos y formados desde y en el Barrio, en la cultura residencial y popular, creadores y creadoras, cultores y cultoras, participantes, todos, de los Poderes Creadores del Pueblo, desde esa realidad de Venezuela y de América Latina, en los albores del Siglo XXI, se asume un compromiso histórico de seguir con el testigo, entregarlo a las generaciones actuales y venideras, así como crear y atreverse a formular una Teoría Cultural Revolucionaria. En ese sentido, no hay duda del aporte teórico y conceptual; político y filosófico; poético y marxista del autor de Belleza y Revolución y de Teoría del Socialismo.

Una orientación ha sido heredada del contundente planteamiento de Ludovico Silva: El capitalismo es capaz de transformar en valor de cambio, (léase mercancía), todo cuanto toca: es el único valor verdaderamente valioso para él… poco a poco, algunos revolucionarios latinoamericanos han ido cobrando conciencia de que buena parte de su fracaso se debe a no haber atendido suficientemente (el) terreno de la ideología; habían creído que la ideología se combate con ideología, y no es así: se combate con teoría revolucionaria, con conciencia y claridad,… Si las masas llegaran  a saber un día –y pueden llagar a saberlo- el grado de miseria mental en que las sume el sistema para su conveniencia, no quepa la menor duda de que sería el momento de la conciencia de clase, que para Marx era precisamente el opuesto de ideología.

La ideología viene a ser esa región del universo cultural constituida por valores, signos; mensajes, representaciones, hábitos y estilos de vida, todos fetiches, impuestos al ser humano –aquí los medios de comunicación industriales masivos juegan un papel determinante– de tal manera que asuma como concepción del mundo y de la vida la justificación, desde el interior de la persona misma, un modelo de vida y de producción basado en la explotación y la propiedad privada; el consumo y el mercado como hecho natural e históricamente no superable.

Por el contrario, podemos llamar conciencia cultural a la conciencia del todo cultural, que por un lado examina críticamente los intereses que mueven la cultura y se comprende a sí misma como vinculada al todo material de la sociedad, y por el otro elabora tácticas y estrategias – en suma, una práctica cultural revolucionaria – para transformar la conciencia ideológica de las gentes  en una conciencia cultural.

Otro trabajo, trata el tema de los Intelectuales y Plusvalía Ideológica, en el cual el poeta autor de In Vino Veritas, tercer poemario del bardo y de Boom, correspondiente al año 1965 y prologado, nada más y nada menos, que por Thomas Merton, establece la diferencia conceptual y orgánica entre Trabajadores  Intelectuales e Intelectuales. Estas dos caracterizaciones conducen, obligadamente, a considerar y hacer el análisis a una similar categoría establecida en la Carta Magna del año 1999. Se trata de Trabajadores y Trabajadoras Culturales. No obstante, que el texto fundamental estable un derecho cultural constitucional, y por primera vez en la historia de Venezuela, desde las definiciones propuestas por el poeta y  docente universitario, resulta necesario confrontar tales premisas con las potenciales definiciones que requieren las categorías y términos expuestos en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. El asunto no es fácil pero a su encuentro es requerido asistir con entusiasmo y creación.

La Carta Magna no define categorías. Salvo la excepción hecha con la libertad de creación cultural. En todo caso, establece preceptos, supuestos fundamentales, incluso fundacionales, pero jamás la Constitución ni caracteriza ni define los términos, categorías o preceptos que establece o contiene. La conceptualización queda para otras figuras jurídicas. Por ejemplo, para las leyes inmediatas superiores: las normas orgánicas, incluso para las ordinarias y especiales. Ello remite, indefectiblemente, al estudio epistemológico, al análisis conceptual, a la consideración teórica de tales términos, desde distintos, disímiles y muchos puntos de vista. La razón fundamental viene dada por el hecho de que la ley no es neutra. La norma responde a intereses de clase, a concepciones del mundo.  Hacer el miramiento desde el planteamiento que hace Ludovico Silva sobre los Intelectuales y los Trabajadores Intelectuales en relación con las categorías que asume la Constitución sobre los Trabajadores y Trabajadoras Culturales puede ayudar a comprender mejor la dimensión histórico-social de éstos y su papel en la elaboración de esa Teoría Cultural Revolucionaria, que demanda un proceso como es que se está vivenciando.

El derecho cultural fundamental, que por primera vez se hace presente en la historia constitucional de Venezuela, está establecido en los siguientes términos: El Estado garantizará a los trabajadores y trabajadoras culturales su incorporación a al sistema de seguridad social que les permita una vida digna, reconociendo las particularidades del quehacer cultural… (Art. 100. CRBV, 1999). No suscribir este logro sería un despropósito. Es vital convertirse en militante de tal precepto cardinal. Constituye un derecho cultural alcanzado por vez primera en la historia cultural, en general, y en la historia de la legislación cultural, en particular, del país. Jamás durante la IV República, en la democracia burguesa, formal, representativo, los hacedores de la cultura residencial y popular fueron considerados trabajadores, en ningún sentido. En todo caso, cualquier calificativo despectivo era acuñado con racismo y prepotencia: bohemios, saltimbanquis, locos, desaliñados, impertinentes, bandoleros, peligrosos, desafortunados,  etéreos y pare de contar. Una cosa resulta incuestionable, cierta, definitoria: los cultores venden su fuerza de trabajo como cualquier trabajador. No les queda otra o, sencillamente, sus productos culturales de uso entran al mercado transformándose en bienes de cambio. El imperio del mercado rige la existencia cultural como la comunicación preside a la sociedad contemporánea. El capitalismo ha sido el único modo de producción mundial.

Ahora bien, quedan asuntos teóricos por resolver, por abordar, por trajinar. Desde el planteamiento del autor del Estilo Literario de Marx, las preguntas no se hacen esperar: ¿Son los trabajadores culturales una forma general de trabajadores intelectuales? ¿Si los trabajadores culturales son simplemente propagadores de la cultura; se reconvierten, en una justa medida, en una especie de trabajadores intelectuales? Al no abandonar su actitud y conducta resueltamente crítica, ¿Pueden los trabajadores culturales, por definición ser con considerados intelectuales? Al convertirse los trabajadores culturales en pasivos servidores del sistema capitalista ¿Se convierten en sustentos ideológicos del sistema de explotación? ¿Qué es un trabajador o una trabajadora cultural? ¿Existen trabajadores y trabajadoras culturales que ejercen una labor  física e intelectual? Si un trabajador, en el marco del capitalismo, es aquel que vende su fuerza de trabajo ¿No hacen igual los trabajadores y trabajadoras culturales, así como los intelectuales y los trabajadores intelectuales, que precisa Ludovico Silva? ¿Es posible que un trabajador o una trabajadora cultural asuman su conciencia de clase, milite en la crítica y en la denuncia contra la opresión y trascienda la interpretación del mundo a la transformación del mismo? Estamos en presencia de un escollo teórico pero ¡excelente! que esta discusión tome el cielo por asalto. Que reboten a la palestra todas las interrogantes habidas y por haber, incluso las obvias. Que no se le de descanso a la reflexión teórica-práctica. Que el pensamiento crítico se desborde. Una antinomia parece asomar sus más ásperos dobleces, su aguda torsión. Asistimos, gustosos, al debate de las ideas.

Por intelectual, dice Ludovico Silva, debe entenderse, en contraste polar con el “trabajador intelectual”, un hombre (o mujer) que utiliza sistemáticamente su pensamiento para distinguir y denunciar la estructura del sistema y no sus apariencias; para atacar frontalmente y destruir todos los mitos y fetiches que el sistema elabora y difunde a fin de justificarse ante la conciencia de los hombres ( y las mujeres); para restituir la verdadera noción de conciencia, que implica a la noción de crítica, y elevar a la percepción lúcida de las gentes el significado de todo ese cúmulo de imágenes-fetiches y representaciones-ídolos que el sistema ha instalado en su pre-conciencia; para ayudar a concebir la situación existente no como fenómeno natural, sino histórico y, por tanto, superable; en fin, para ayudar a concebir el mismo trabajo intelectual no como la parte funcional de un sistema, sino como el elemento conflicto que ataca al sistema en su entraña misma, denuncia su carácter explotador y explicita su podredumbre. En ese sentido, el intelectual no se diferencia de cualquier otro revolucionario, y no debe en verdad diferenciarse; sin embargo, es sensato atribuirle como finalidad específica la elaboración teórica de todos estos aspectos y de su vinculación con la práctica subversiva.

Si bien es cierto que la actividad específica de un intelectual tiene relación con la elaboración teórica, no menos cierto es que los creadores y creadoras culturales, en el marco de la propuesta del Socialismo del Siglo XXI, sustancialmente, tienen que emprender una labor, también, de contribución en la producción conceptual. De igual manera, en el proceso de creación y hechura de las leyes, es menester participar en la tarea de elaborar las unidades normativas y en ambas actividades resulta impostergable emplear la crítica demoledora del aparato burgués, tanto material como ideológico, el estudio permanente, la imaginación creadora, la aguda observación, la revisión histórica, el análisis lúcido y lucido. Se trata de realizar un proceso, verdaderamente, en su sentido del griego antiguo: un proceso de poiesis. Los trabajadores y trabajadoras culturales tienen, históricamente, que ser revolucionarios. Si éstos se convierten en funcionarios “eficientes” terminan siendo lo que Ludovico Silva llama trabajadores intelectuales. No obstante, algo expresa la contundente realidad: mientras los aquellos intelectuales, consecuentemente, saltaron la talanquera y transitaron el arrepentimiento de clase para convertirse en neoliberales rentables, los cultores y cultoras populares se han mantenido militando en la resistencia cultural y siendo trabajadores culturales, en el sentido de vender su fuerza de trabajo, continúan apegados a aquello de la utopía posible. Siguen siendo revolucionarios. Los trabajadores intelectuales son meretrices en decadencia. O sea putas viejas.

“…el arrepentimiento se ha convertido en una industria lucrativa. Todos los días nos enteramos de algún político, algún intelectual, algún politólogo, algún economista (ahora todos trabajadores intelectuales) y sobre todo algún oportunista concurren al confesionario del Imperio, o alguna de sus parroquias de moda, con toda su filatelia de pecados. En vez de elaborar el duelo de algún legítimo desencanto, reniegan allí de su pasado solidario, de su faena por causas justas, de su defensa de los derechos humanos, de su asco hacia la tortura. El mundo consumista los recibe con los brazos abiertos,…” (Benetti, 1999).

El hacedor de cultura, particularmente el cultor y la cultora del Campo Residencial y Popular, se convierte en trabajador asalariado. Vende su fuerza de trabajo o, en otro caso, sus bienes de uso, de su producción, se convierten en valores de cambio porque al entrar al mercado, para su subsistencia, la obra se convierte en mercancía. Los productos culturales residenciales y populares entran al rigor de la oferta y la demanda. Ese trabajador, en el marco del capitalismo salvaje y periférico, termina o siendo un trabajador dependiente o independiente, formal o informal, bien sea realice una labor física o intelectual, manual o de pensamiento. Los poetas también van al mercado.

La inferencia pareciera ser la siguiente: si los trabajadores o trabajadores culturales se convierten en pasivos servidores de un sistema, el capitalista, ejerciendo el rol de sustentos ideológicos del mismo; si el trabajador o trabajadora cultural es parte del funcionariato de la estructura de opresión; si, en suma, se convierte en “eficaz” funcionario; entonces no será otra cosa que trabajador intelectual o manual, en el estricto sentido que lo caracteriza Ludovico Silva. Un trabajador o trabajadora cultural no puede abandonar su capa de insurgente, parafraseando los versos del poeta Víctor Valera Mora. Entre revolucionario y contra-revolucionario no hay término medio. O para decirlo en la palabras de Jesucristo: eres frío o eres caliente porque si eres tibio de mi boca de vomitaré. Contundente, el pacifista Chucho, contundente. Se trata de destruir culturalmente al sistema burgués. Porque al imperialismo no se le puede confiar pero ni un tantito así, nada, enseñaría el Che.

Un segundo ensayo: Sobre la Práctica Cultural, (recomendaciones a un partido político). Los dos primeros citados guían para  presentar una propuesta sobre lo que se viene insistiendo en este proceso: la llamada lucha ideológica, que para el también pensador fosforescente, no es otra cosa que falsa conciencia, y en esta experiencia, democrática, de perfil socialista, se debería afinar conceptualmente. De tal manera que resulta vital e histórico apartarse, de una, de los manuales del marxismo ortodoxo, por aquello a lo que también hizo referencia Ludovico Silva: si lo loros fueran marxistas; serían marxistas dogmáticos, y colocarse, de una buena vez, en el campo del marxismo heterodoxo, hoy reunido en lo que se ha dado en llamar Socialismo del Siglo XXI.

La misma propuesta de elaboración teórica de este socialismo exige esa condición de creación permanente, libérrima, comunista, cristiana, ecológica, comunal, de cultura popular-residencial, porque este socialismo, necesariamente, hereda el pensamiento de Karl Marx, desde la Teoría de la Ideología y la Alienación, que en el mismo Lenin tradujo mal la categoría, hasta el Método Dialéctico, superando, en todo momento las tristemente célebres Leyes de la Dialéctica, afectadas por el imperio de la formación cartesiana de entonces. Al fin y al cabo, intentaron justificarse con el imperio del  método científico cartesiano, el cual había sido trasladado, en el más puro mecanicismo, a las Ciencias Sociales. La dialéctica como método viene a ser el gran aporte del  socialismo científico. Los caminos cualitativos vienen a confirmar distintos derroteros.

La práctica cultural revolucionaria exige veredas altamente comprometidas y diferentes. Debe constituirse, precisa Ludovico, en la opositora consciente, antagónica, constante e implacable de todas la formas de “conciencia ideológica” y de las correspondientes prácticas culturales tendentes a afianzar en la conciencia colectiva el status de explotación y desigualdad; sea dorándolo o presentándolo como un status próspero o “en desarrollo”…”. Debe utilizar la mayor cantidad posible de “medios” en la medida en que ello sea factible,.. Crear nuevos medios o medios paralelos y aquí comienzan a jugar un papel definitivo los medios populares, alternativos y comunitarios que con el proceso revolucionario alcanzaron presencia en la dinámica social comunitaria, parroquial y popular. La prueba máxima de democratización del espectro radioeléctrico son medios comunitarios.

Desde la anterior realidad resulta perentorio precisar estas tres categorías: popular, alternativo y comunitario. Constituyen líneas históricas de discusión y debate. El primer término, viene de la educación popular que implica, inexorablemente, un compromiso político con los explotados y los desasistidos. Existe allí una impronta de compromiso con la humanidad doliente. Un medio de comunicación popular tiene que ser políticamente revolucionario, de opción preferencial por los pobres. Comunitario significa que es expresión de un espacio histórico-étnico-cultural-geográfico determinado, específico. Y alternativo es que proyecta los productos culturales que surgen de ese campo cultural residencial. El campo industrial masivo pasa a un segundo plano. La microhistoria, los cultores y personajes de la localidad, la cultural festiva y el quehacer y crear cotidiano son los protagonistas del medio de comunicación comunitario.

Ante una sociedad que absolutiza lo individual, pregona un modelo insolidario, homogeniza los estilos de vida, impone los cánones del american way of life y la vida cotidiana es dinero, consumo y status; otra opción puede construirse: otro manera de asistir a la vida puede edificarse, hacerse: la sociedad del amor: socialismo, democracia participativa, futuro colectivo. Hizo la referencia Ludovico Silva: …Visto desde el punto de vista de la moderna filosofía social, especialmente la de los representantes de la Escuela de Francfort, el socialismo se presenta como una utopía concreta….

 

 



Esta nota ha sido leída aproximadamente 2169 veces.



Efraín Valenzuela

Católico, comunista, bolivariano y chavista. Caraqueño de la parroquia 23 de Enero, donde desde pequeño anduvo metido en peos. Especializado en Legislación Cultural, Cultura Festiva, Municipio y Cultura y Religiosidad Popular.

 efrainvalentutor@gmail.com

Visite el perfil de Efraín Valenzuela para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Efraín Valenzuela

Efraín Valenzuela

Más artículos de este autor