La octava pieza cinematográfica del cineasta Luis Alberto Lamata, Bolívar, el hombre de las dificultades, (2013) presenta a un personaje encerrado en un tema, para muchos espectadores y críticos de cine, novedoso y poco abordado.
Me refiero al tema sobre la sociabilidad o cotidianidad. Esto es interesante en el cine venezolano que intenta desacralizar a Bolívar para presentarlo como un héroe de lo cotidiano, de la trivialidad de la vida, donde son otros los rasgos de heroicidad que se muestran.
Por esto es una propuesta riesgosa que en el caso de Lamata, no logra obtener en su totalidad de hechura cinematográfica, densidad ni mayores aportes al tema señalado.
Apartando las necedades de una parte de quienes se niegan a verla o acuden en peregrinación roja, por razones ideológico-políticas y partidistas, que me parecen de un alarmante analfabetismo cinematográfico, considero que esta película tiene aciertos y unas cuántas caídas. Veamos.
El personaje que encarna Roque Valero posee rasgos físicos que le asemejan mucho al Bolívar histórico. Hace años leí la carta que el médico José Domingo Díaz Argotte –entrañable amigo y después furibundo enemigo de Bolívar- envía al director de un diario madrileño al enterarse de la muerte de este héroe. En esa misiva Díaz realiza una detallada descripción física y psicológica del mantuano caraqueño.
Voz chillona, delgado casi hasta lo famélico. Desgarbado y mal hablado. De ojos oscuros, brillantes y penetrantes. Así como de movimientos bruscos, nervioso y altanero, entre otros rasgos. Y esto es cierto, pues el médico fue por años frecuente asistente, junto con Bolívar y otros jóvenes, a las tertulias que se hacían en los amplios espacios de las casas de los patricios, como la llevada a cabo en la de los hermanos Ustáriz.
Sin embargo, el guión que a cuatro manos escribieron José L. Varela y José A. Varela entrecruzan una narración floja, dispersa y políticamente sesgada que no aprovecha la notable apariencia física del primer actor. La actuación de Valero se va al extremo de la parodia terminando en una cuasi caricatura del personaje. Quizá sean las caracterizaciones de personajes de telenovelas del protagonista que terminan aflojando el carácter bipolar de Bolívar hasta amansarlo en una orilla de playa, mientras otro personaje, Pepita Machado (Samantha Dagnino) le despoja de sus botas, muy parecidas a las que aparecen en El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez.
Otro personaje que se desdibuja en su actuación es El Polaco, caracterizado por Jorge Reyes. Tal vez por falta de documentación o porque el guión no logra darle densidad en su tratamiento, se va opacando en su pobreza actoral.
Salvan el filme las notables actuaciones de Gilbert Laumord, quien caracteriza a un Alexandre Petion de manera asertiva y convincente en su densa y lúcida interpretación como el primer presidente de una nación libre y democrática en la América hispana. Se aprecia su influencia sobre un Bolívar atrapado en sus emociones, debilidades y mundanidad libertinas.
También la experimentada actriz Beatriz Valdez, como María Antonia Bolívar, en una corta y discreta actuación.
Los demás personajes, en su conjunto, ofrecen cierta homogeneidad a esta versión de otro Bolívar, quien vive entre Jamaica y Haití una de sus más turbulentas experiencias, hacia mayo de 1815 a 1816, acosado por sus enemigos y despreciado por sus propios oficiales.
Lejos de ser una película de aventura es una comedia donde se abusa de episodios que repiten escenas de hilaridad, como la bebedera de agua de coco –una vez es más que suficiente. Sí resalto la buena fotografía que ofrece Andrés Agusti y las gratas, refrescantes, bucólicas y emotivas locaciones, tanto en La Habana como en Puerto Cabello.
Escenarios que se enriquecen con un inmejorable maquillaje y exquisito vestuario. No así la música de Francisco Cabrujas que deja vacíos y no aporta mayor lenguaje al filme. También un cierto manejo de cámara en algunos de sus primeros planos que no se encuadran y dejan dudas. Mientras el guión, p. ej., describe la salida del héroe a nuevos puertos y la cámara muestra la nave que se traslada de derecha a izquierda (?).
Por otra parte, cansa el arrastre de consonantes en boca de la joven haitiana, Jeanne Bourvil, interpretado por Camila Arteche. Uso de modismos que no ofrecen mayores detalles, a no ser por el sesgo de palabras, como patria, que se nota artificioso por tanta repetidera, en boca de Roque Valero.
El final es de lo más rebuscado y predecible en su narración, y por tanto, visiblemente novelero.
No es de las mejores películas de Lamata. Prefiero Jericó, (1990). Tal vez Taita Boves, (2010). O quizá la anterior a esta de Bolívar, Azú, (2013).
(*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis