Comienzo esta intervención mía saludando al Presidente Correa de la hermana República del Ecuador, figura política mundialmente reconocida y hace muchos años esperanza de la humanidad progresista. Después del muy lamentable fallecimiento del Presidente Hugo Chávez, no cabe duda acerca del liderazgo de Rafael Correa en lo que concierne a la conducción de la ALBA y, más allá de esta, de todo el bloque de UNASUR, por no nombrar otros escenarios, también interesantes. Es hasta difícil sintetizar los logros de Correa, quien ha estabilizado como nunca antes a la República del Ecuador, resolviéndole una crisis secular, ha encaminado la Revolución Ciudadana obteniendo con ello –después de estar más de siete (7) años en el poder– una fuerte mayoría al cosechar una entusiasta reelección. Se le reconoce, pues, desde las filas revolucionarias como un conductor de pueblos capaz de poner en marcha y hacer avanzar grandes iniciativas prácticas, enrumbadas hacia utopías concretas.
Digo todo esto en homenaje de una experiencia política exitosa y en plena etapa de cumplimiento. Pero también hago estos señalamientos iniciales para dar a entender, despejando todo malentendido, desde dónde me dirijo al Presidente del pueblo ecuatoriano, sin irrespeto o malicia alguna; como a un hermano y aliado en la noble causa de los pueblos oprimidos del mundo, en la cual me enorgullezco de militar hace muchas décadas. Escogí de manera bien puntual el verbo “enorgullecer”, porque a veces no es bueno disfrazarse hipócritamente con el peto de una extrema modestia, que solo pretende encubrir complejos de toda índole y otros sentimientos malsanos. Estoy asumiendo este importante Diálogo como luchador social que también he obtenido considerables éxitos desde las profundidades del siglo o milenio pasado, especialmente en la defensa de la diversidad societaria.
De manera que al plantear el caso Yasuní, uno de los espacios con mayor biodiversidad en América o Abya Yala y en el mundo –foco también de una amplia sociodiversidad con sus indoblegables pueblos amazónicos– estoy tomando la palabra como quien predijo y contribuyó a echar las bases a un hermoso proceso de reivindicación, recuperación y no pocas veces revitalización de los pueblos nativos de nuestro Continente y aun más allá, en lo referente a sus derechos colectivos, tierras, culturas e idiomas.
Amo profundamente al Ecuador, país que he tenido el privilegio de visitar en múltiples ocasiones y con cuya historia, culturas e inigualables ecosistemas –piénsese también en el Archipiélago de los Galápagos– me siento con derecho a estar plenamente identificado. Más allá de la hermosa capital Quito y otros pujantes centros urbanos, he visitado con humilde pero consciente sentido de solidaridad una porción de su geografía telúrica y humana. Todavía me laten los recuerdos de Napo, de la Amazonía Ecuatoriana, donde el grupo de visitantes oficiales internacionales del cual formaba parte se encontró, entre otras gratas sorpresas, con el dinamismo de una comunidad kichwa amazónica, que supo darnos una magnífica lección. Esta versaba sobre lo que ya para ese momento –todavía muy dentro del horizonte temporal del siglo pasado– yo entendía como una versión acrisolada del modo de vida indígena por encima de sus legítimas diferencias étnicas y lingüísticas; que hoy día recibe el nombre de “sumak kawsay” y va despertando cada vez más entusiasmo en el mundo entero. Fuimos recibidos con una hospitalidad inesperada, en medio de unas demostraciones de capacidad organizativa propia que nunca pudimos olvidar.
Las y los voceros de esta comunidad –no la voy a nombrar por considerarla como parte de una vivencia generalizable– nos hicieron una descripción y una explicación convincentes de cómo ellos ordenan su vida presente y futura; sobre la base de su historia y cultura, su larguísima experiencia colectiva igualitaria y solidaria; su propia versión de la Educación Intercultural Bilingüe en Educación tanto Inicial como Básica; una muy variada economía agrícola, totalmente armonizada con la naturaleza circundante; incluso el riquísimo arte gastronómico amazónico que pudimos disfrutar en toda si sabrosura y originalidad, antes inédito para la mayoría del grupo visitante. También me conmovió sobremanera una actividad de aula, la clase impartida a un conjunto de niñas y niños de la Comunidad, en la cual la docente, en su mejor vestimenta típica incluyendo una hermosa corona de plumas en la cabeza –no como se hace ante la presencia de unos turistas y otros curiosos, sino en la plenitud de su deber profesional y ciudadano– dictó una clase que yo denominaría magistral, con una fluidez y control absoluto de su sonoro idioma, mostrando a la vez una cantidad de objetos presentes en su medio, de uso cotidiano. Posteriormente, ella tradujo al español sus propias palabras. Luego continuó con explicaciones metodológicas, siempre en alegre y exuberante diálogo con el auditorio, y no tardó en expresar en forma inteligente, crítica y autocrítica, sus importantes logros como comunidad, pero también las fallas y necesidades. Lo bueno no supone lo perfecto y además la interculturalidad implica enriquecerse con los aportes bien dosificados de la sociedad nacional y aun de la supranacional. Ni ellos ni mi persona somos nativistas exagerados, ni románticos incorregibles, si bien en lo personal admiro profundamente la creatividad sociodiversa que reinó durante el Romanticismo.
En ese Evento estuvieron presentes uno/as amigo/as y compañeros/as kichwa de la Sierra Ecuatoriana, quienes entendían perfectamente la variante lingüística de la zona selvática; pero no desaprovecharon la oportunidad de conversar con respeto y departir amigablemente con sus connacionales selvícolas llamando la atención sobre las diferencias, claramente perceptibles, entre sus formas de hablar el mismo idioma. Ello se evidenciaba en sus fonemas, su gramática y sobre todo en el vocabulario utilizado: una magnífica unidad en la diversidad. En ese mismo viaje visitamos también los alrededores de Otavalo, Provincia de Imbabura, donde encontramos comunidades kichwa igualmente organizadas, limpias y hospitalarias, celosas conservadoras de su lengua y cultura; pero cuidado, también en una actitud de interculturalidad dialogante con la nación ecuatoriana en su totalidad, que no admitía ambigüedad alguna: Ellos se consideran los más ecuatorianos de todos los ecuatorianos, en el mejor sentido afirmativo. La experiencia plurinacional ecuatoriana y boliviana nos demuestra claramente no solo la viabilidad sino también el valor intrínseco del pluralismo multidiverso.
En otra oportunidad, tuve la suerte de asistir a un rito ceremonial en las inmediaciones de Cuenca, donde me llamaba especialmente la atención el hermoso y a la vez sobrio vestuario femenino –en esa ocasión impecablemente blanco– y sobre todo la impresionante belleza de las mujeres jóvenes de la nacionalidad kichwa en esta región del país. Lo afirmo no con la novelería a veces enfermiza del viajero superficial, sino en tanto profesional de las ciencias sociales provisto de suficiente base teórica para apreciar, en sus justas dimensiones, todas aquellas manifestaciones de la sociodiversidad –así como de la biodiversidad– que hacen nuestra existencia planetaria merecedora de ser vivida. Si esta clase de experiencias no existiesen, ¿para qué viviéramos todos nosotros?. En tal sentido haré mías las palabras emitidas en una publicación de la Universidad Indígena Amawtay Wasi, Casa de la Sabiduría, ahora en mi condición de Rector de nuestra Universidad Indígena Venezolana de Tauca: “Sumak yachaypi alli kawsaypipash yachakuna. Tukuylla tukuypurarishpallami, sapan ñukanchik kikin uchilla llaktakunapika “sumak kawsay” yachayta rurashpa katinata ushashunmi” (Aprender en la sabiduría y el buen vivir: esto nos invita a todos y a cada uno a que desarrollemos nuestra capacidad de hacer nuestros propios recorridos, nuestros propios juegos, a fin de hacer de la vida en nuestras localidades un permanente proceso de construcción y reconstrucción del bien vivir).
Me esforzaré en resumir estas y otras experiencias análogas en la forma siguiente. Sé que lo relatado no presenta ni representa todo el Ecuador contemporáneo, sus urbes, sus instituciones. Eso para mí está claro. Ni siquiera agota la sociodiversidad ecuatoriana como tal, por no abarcar a los afrodescendientes de Esmeraldas; a los voluntariosos montuvios; tampoco hago mención ni alusión a varias de las nacionalidades indígenas, por ejemplo los omnipresentes hermanos shuar. Pero también es verdad que lo reflejado en estas breves páginas corresponde a una imagen impactante del Ecuador profundo –siguiendo la orientación del maestro mexicano Guillermo Bonfil Batalla– que establece una pancronía uniendo lo histórico con lo más actual e inmediato, lo telúrico con lo humano. Yo me decía en aquel entonces: “a este país impresionante en su concentrada megadiversidad solo le hace falta un sistema político y un gobierno que le resuelva los problemas carenciales enrumbándolo por las vías de un verdadero progreso”. Y como respondiendo a esa aspiración y ese deseo sentido por muchos, llegó un estadista talentoso con arrolladora vocación transformadora en la persona del Presidente Rafael Correa.
Efectivamente, el actual Presidente interpreta a Ecuador como nadie, en sus haberes y en sus necesidades. Me sorprendió gratamente su dominio del idioma kichwa, su justo reconocimiento de los pueblos y movimientos indígenas, para ser coherente con mis planteamientos iniciales: incluso una ejemplar preocupación por el ambiente y otros valores trascendentales. Con la mayor sinceridad de la que me creo capaz confieso que le aplaudí su ofrecimiento de salvar el Parque Yasuní, pero exigiendo paralelamente al resto del mundo una importante contribución financiera. No es justo que Ecuador, país más bien pobre en lo estrictamente económico, tenga que renunciar a la explotación de un recurso tan rentable como el petróleo, en forma unilateral, mientras que los países poderosos del mundo, muy a pesar de su henchido discurso ecológico, le den la espalda de la manera más cínica. Todo esto lo comparto con el Presidente Correa y verdaderamente lamento que no se haya movilizado el Planeta entero, para colaborar entre todos por la salvación de un rincón del orbe bendecido por una sin par biodiversidad.
Entiendo y comparto plenamente –casi de manera empática– estas duras realidades y los problemas que confronta el Presidente Correa. Sin embargo digo también, con plena conciencia del peso de mis palabras: Más allá de la sucia jugarreta de los Estados dominantes, de los emporios de poder económico, político y militar, de los amos del universo; por decirlo en una forma sintetizada, juzgo y sostengo que la respuesta de Ecuador no deberá ser el sacrificio de Yasuní I.T.T. (Ishpingo, Tambococha, Tiputini). No me sentiría conforme con la pérdida de la biodiversidad que este alberga y que se perdería irremisiblemente; al igual que los indígenas que allí habitan, los huaorani en especial, algunos de los cuales han optado inclusive por el aislamiento voluntario: en vista del marginamiento, deculturación y mortandad epidémica que vienen sufriendo sus hermanos más aculturados. Tengo documentos que acreditan la inmensa preocupación que el mismo Presidente siente y sigue teniendo por esos hermanos indígenas, que parecen condenados a correr la misma mala suerte de los arahuacos taínos de las Antillas cuando llegó con sus huestes el almirante Cristóbal Colón; quienes al poco tiempo comenzaron a entregarse a una febril explotación del oro, con sus terribles efectos esclavizantes y genocidas.
Es cierto que algunos defensores de la apertura petrolera propagan la idea de que actualmente se cuenta con una tecnología suficientemente avanzada para poder reducir cualquier impacto ambiental y sociocultural al mínimo; además de que la explotación como tal afectaría solo una mínima parte del Yasuní I.T.T. En el fondo todos sabemos que no es así; las experiencias ecuatorianas y de otras latitudes dondequiera en el mundo contradicen terriblemente tamaño optimismo. Si la extracción petrolífera fuese tan inofensiva, toda esta discusión estaría de más; pero los indicadores disponibles nos alertan sobre gravísimos peligros. Esto es válido para Ecuador y toda la Amazonía; es decir, para países como Brasil, Perú, Bolivia y la propia Venezuela, que cuenta con reservas petroleras para un medio milenio: si es que el país y el Planeta soportaran el extractivismo petro-minero intensivo por tanto tiempo. Mas el deterioro del Planeta ya hace rato comenzó y según cálculos fidedignos, objetivos y no sensacionalistas, avanza mucho más rápido que las previsiones más pesimistas.
Sabemos que el Presidente Correa ha exteriorizado más conciencia y preocupación ambientalista y humanista que la gran mayoría de los jefes de Estado y que está tomando estas últimas decisiones con el mayor dolor que cabe imaginar. Por eso insistimos en que la apertura petrolera en reservas biológicas y resguardos de comunidades altamente vulnerables como lo es Yasuní, patrimonio vivo del Ecuador y de la Humanidad, está lejos de ser la única respuesta posible o la más idónea frente a ese arrogante desafío de la economía capitalista mundial. Es tiempo de irnos dando cuenta de que el extractivismo y el hiper-desarrollismo constituyen una trampa mortal, que el capitalismo en su fase final decadente tiende sobre todo a los países y gobiernos más progresistas. Lo hace para desviarlos de su propósito y con ello apuntalar y salvar ese pútrido sistema de explotación del ser humano, de la Madre Naturaleza –de la Pachamama o Mamapacha si se quiere– por una mafia viciosa de gobiernos y corporaciones, que se niegan absolutamente a dejar de dominar un Planeta moribundo.
Considero este punto demasiado importante para dejar mis consideraciones de este tamaño, por lo que trataré de glosar mis ideas de una manera más inteligible. Ya el mundo capitalista, ante la definitiva crisis ambiental, el levantamiento de los pueblos, la rebelión de miles de millones de indignados que son el 99% de los habitantes de la Tierra, se sabe perdido y entiende que está disparando sus últimos cartuchos, pese a que sus apetencias imperialistas nunca han cesado. ¿A qué treta puede recurrir, entonces, ese establecimiento capitalista y neoliberal ante su inevitable declive? La respuesta no parece fácil, pero nosotros hemos ideado una hipótesis que parece dar la talla. El capitalismo, a través de sus operadores más audaces, ha resuelto inocular su ponzoña, su veneno destructor, en los sistemas políticos que últimamente han surgido para cuestionar y hasta desarticular su omnipresencia y prepotencia en diversas partes del mundo, especialmente en América Latina. Es como si yo oyese su mórbido discurso cuando exclaman: “Está bien, ellos serán socialistas, progresistas, revolucionarios y todo lo demás; pero nosotros vamos a inyectarles el veneno del capitalismo, no importa que se trate por ahora –en lo fundamental– de un capitalismo de Estado”.
Por otra parte, los dirigentes políticos de los países progresistas, quienes lógicamente necesitan inmensos recursos para hacer frente a su gran tarea transformadora, pueden terminar cediendo a la tentación de pelear con las armas del enemigo, práctica que solo contadas veces da resultado positivo. En ese confuso escenario arremeten las transnacionales; junto con los países que las respaldan, los grandes compradores de materias primas, incluso los neocapitalistas como China y los emergentes como India y Brasil. Hay toda una secuencia perversa de pasos regresivos que conducen a la creciente reprimarización de economías otrora agroindustriales, industriales y de servicios sofisticados. Las potencias necesitadas de fuentes energéticas y materias primas llegan a ofrecer precios elevados por esos productos, ante lo cual suelen capitular los países más pequeños, deslumbrados por la afluencia de divisas. Como consecuencia, a veces se sienten poco estimulados a lidiar con una economía propia compleja, ni tan preocupados por autoabastecerse en alimentos y otras mercancías, pues resulta menos costoso y más fácil importarlos del exterior.
Volviendo a la apertura y explotación petrolera, tan tentadora inclusive para los países más progresistas, he de hacer la siguiente confesión. Yo, como ciudadano venezolano, me siento francamente incómodo al ser partícipe involuntario de una economía petrolera. Esto me atañe solo indirectamente, ya que mis limitados ingresos provienen principalmente de la actividad académica. Mas también es verdad que soy pagado por el Estado –del cual yo formo parte– en tanto profesor universitario, y ese Estado saca sus recursos casi íntegramente de la exportación petrolera. Y ese negocio –típica arma del enemigo– es el más ultra-reaccionario y antirrevolucionario que existe en la faz de la Tierra. Internamente desestimula cualquier actividad de la población, quien tiene la expectativa de beneficiarse del falso maná que, mal que bien, distribuye el Estado: este debe velar por la subsistencia de las mayorías, asegurando de paso sus votos en las elecciones periódicas. Pero ese ingreso estatal, relativamente fácil, seguro y fruto de muy poco esfuerzo, se invertirá luego en un consumismo a menudo desaforado, el uso continuado y exagerado del automóvil y otros vicios típicamente capitalistas, por más que el Estado “progresista” se esfuerce por evitarlos.
Hacia el exterior los efectos de la petro-adicción son similares y tal vez más perniciosos todavía: Nosotros, al exportar petróleo, prolongamos indefinidamente el uso predominante de la energía fósil, contribuyendo así decisivamente a la contaminación y muerte del Planeta, que según los indicadores más confiables parece tener los días contados. No me siento ningún ingenuo o comeflor en materia de análisis socioeconómico, a pesar de ser básicamente un cultivador de la antropolingüística y, en un ámbito de mayor amplitud, de la antropología crítica y comprometida. Bien sé, al igual que la mayoría no extremista de la gente relativamente informada, que incluso en el mejor de los casos el cambio a partir de las energías contaminantes a las no contaminantes y limpias requiere unas décadas de transición; pero también estamos enterados de que ya se podrían dar los primeros pasos. Hay suficiente investigación sobre esta temática, además de las experiencias que así lo comprueban. Estoy plenamente convencido de que Venezuela, para seguir con el ejemplo, sería un mejor país si no fuera productor de petróleo, o por lo menos si ese combustible no fuese tan abundante incluso a futuro. ¡Cuántos países se han levantado y se han abierto camino sin contar casi con los llamados recursos naturales!. Ningún Estado petrolero se ha salvado de las taras del llamado “oro negro”; ni tan siquiera la escandinava Noruega, con su aislamiento espléndido, su giro político a la derecha aparejado a una crisis ideológica.
Pero no nos aventuremos tan lejos todavía. Es tiempo de redondear mi petición al querido y apreciado Presidente Correa, con respecto a la tan deseable no petrolización presente ni futura del incomparable “Parque Yasuní”, del cual reivindico mi parte como ciudadano del mundo progresista. Estoy inclusive dispuesto a contribuir con una cuota proporcional a su sostenimiento, tomando en cuenta mis módicos ingresos. Estoy seguro de que al cabo de una buena campaña concientizadora, mucha gente haría lo mismo. La humanidad conformada por los ciudadanos de todos los países –especialmente en Ecuador a través de su Revolución Ciudadana– está cada vez más ávida de participar en las grandes decisiones que se toman a distintos niveles y en diferentes lugares. Además, si bien no todos somos Gobierno, todos somos Estado. Queremos participar y no mediante simples referendos para votar “sí” o “no” sino en reuniones, actos y eventos donde podamos expresar inteligentemente nuestros argumentos. Que se nos brinde la oportunidad de razonar y aplicar el pensamiento complejo a la hora de formular las decisiones. Como pütchipü´ü o palabrero del pueblo wayuu –sin importar mi condición de alíjuna o no indígena– elegido en una reunión internacional e intercultural en la Baja Guajira, rechazo las disyuntivas y las comparaciones inapropiadas. También soy y me considero discípulo del gran cacique salish Seattle –pronunciado correctamente Si´ahl- cuyo discurso tuve la suerte de poder leer en la versión e idioma originarios. Me atrae mucho más el diálogo fecundo que la confrontación estéril. De allí mi petición sincera y transparente al estimado Presidente Correa, para que considere y reconsidere tantos argumentos y propuestas que, partiendo de diversos actores sociales, han sonado sobre este delicado tópico: vuelto emblemático para el Continente y para sus procesos libertarios.
Reitero que los pueblos y ciudadanos del Mundo estamos plenamente conscientes de que Ecuador –al igual que tantos otros países todavía en proceso de descolonización y autoafirmación– requiere de ingresos, sobre todo de divisas, para realizar sus planes de inversión social, en una cantidad muy superior a la que dispone actualmente. Pero hay otras formas de obtenerlos sin sacrificar parte de su patrimonio biológico e histórico, tangible e intangible. En términos algo metafóricos, no veo la necesidad de amputarnos un pie sano para obtener un millón de dólares a cambio. Y esto es igualmente válido para todos los países del Planeta, absolutamente todos sin excepción. Un Presidente tan inteligente, preparado y muy bien informado como el respetado Rafael Correa, sabe perfectamente cuáles son las grandes potencialidades de Ecuador en agricultura y agroindustria, industria ligera y pesada, servicios y turismo; sobre todo turismo social y educativo, para evitar la contaminación y la destrucción de paisajes en veces demasiado vulnerables. No tengo duda alguna de que el pueblo entero colaboraría, ese famoso 99% que quiere protagonizar su propia historia, en Ecuador, en Venezuela y en todas partes.
Además, ningún interlocutor responsable y serio se pronunciaría por eliminar, especialmente de un día para otro, toda la industria petrolera y minera, aparte de la imposibilidad e impracticabilidad de tal propósito. Repetimos que la sustitución de energías fósiles ocurriría a mediano y largo plazo. En tal sentido, es muy oportuno señalar aquí que las reservas de Yasuní I.T.T. solo constituyen una parte de las existentes en el subsuelo ecuatoriano. De manera que el sacrificio hecho por el Estado sería relativo y la ganancia sumamente importante, al salvaguardar algo tan valioso e irremplazable para Ecuador y la Humanidad. Otro renglón que habría que examinar, especialmente en los países progresistas, es el gasto militar, artificialmente exacerbado por los perros de la guerra, también símbolos de un capitalismo extenuado y desnaturalizado. Es verdad que todo país tiene que estar preparado para defenderse de posibles ataques exteriores e incluso alguno que otro percance interior. Pero ante la proliferación de armamentos en el Mundo, es extremadamente improbable la utilización incontrolada de armas de destrucción masiva hasta por parte de las potencias imperialistas, por estar consciente de que con ello firmarían también su propia sentencia de muerte. Un uso recíproco del arsenal nuclear –del cual ya disponen varios países- haría imposible la permanencia de la vida a escala planetaria, salvo tal vez algunos nichos y especies biológicas residuales muy alejadas de la humana.
Y para concluir, me dirijo nuevamente al Presidente y al Gobierno de la queridísima República del Ecuador, para que por el bien de todos, reconsideren su decisión de someter a un proceso de explotación petrolera y minera al Parque Yasuní I.T.T. Tengamos en cuenta, quizás por vez primera incluso en un proceso revolucionario, los Derechos de la Naturaleza o la Pachamama como bien dice la avanzada Constitución Ecuatoriana. El Presidente Correa está en mejor posición que muchos Jefes de Estado para realizar esa innovación en política pública, que hace tiempo viene constituyendo un desiderátum de suma importancia. No le tengamos miedo a la Pachamama ni a su nombre; aprendamos más bien algo en concreto de la experiencia milenaria de los pueblos indígenas, como ya lo propuso la Conferencia de Río muchos años atrás. Ecuador tiene la posibilidad de hacer una contribución sin igual a la instauración de un Nuevo Paradigma Civilizatorio, para ser seguido primero por los países progresistas y luego por el resto del globo terráqueo. Todavía podemos salvar al Planeta y a sus pueblos de seguir sufriendo más daño. Démosle paso a la verdadera Revolución del siglo XXI, en cuya formulación los valores ambientales y espirituales, culturales e interculturales, se sitúan cada vez más en primer plano y, por vez primera, con amplia posibilidad de realizarse.
Rector de la Universidad Nacional Experimental Indígena del Tauca