La enigmática crisis venezolana

La inteligencia humana que a lo largo de su evolución ha demostrado la fantástica proyección de su capacidad, reconoce (humildemente) que hay dos cosas cuya solución le está negada para siempre: La panacea universal y la cuadratura del círculo. A la imposibilidad de estas dos conquistas, la misérrima oposición ha agregado una tercera, menos científica pero no menos quimérica: La comprensión de la enigmática crisis venezolana.

Este aporte se vislumbra cuando conspicuos dirigentes de la oposición venezolana le dicen al país que estamos ante una profunda crisis económica y social que solamente tendrá solución cuando la oposición asuma el poder, destruya la Revolución Bolivariana, instaure un gobierno encabezado por Henrique Capriles e inmediatamente desmonte el Control de Cambios para que cada quien tenga dólares a granel, aparezca el papel sanitario y se reduzca la inflación.

Resulta muy extraña una crisis donde los indicadores económicos reflejan que la tasa de desempleo ha disminuido y muestra un crecimiento del empleo productivo en detrimento del empleo informal. Ningún país en crisis puede mostrar una disminución de la pobreza, como ocurre en Venezuela, considerando como variables de medición: El acceso a la educación, la salud, la vivienda, el ingreso mensual del grupo familiar y la alimentación que recibe un sustancial subsidio con recursos provenientes de la renta petrolera. Tampoco hay en Venezuela una contracción de la producción aunque tengamos sectores privados que chantajean al Estado con paralizaciones que esconden propósitos políticos.

Enigmática crisis es esa donde el Estado incrementa los salarios a universitarios desde un 112% hasta 146% en reconocimiento al rango y tiempo de servicio. Aumenta en 96% los sueldos a trabajadores de educación media al igual que a médicos y empleados del sector salud. Establece compromisos con trabajadores siderúrgicos, de las empresas del aluminio y se firma un contrato colectivo con jugosos beneficios para trabajadores petroleros.

Incomprensible resulta hablar de crisis en un país que incrementa el monto mensual de las pensiones e incorpora más de 7.000 nuevos pensionados en el último mes. Entrega viviendas semanalmente y garantiza la ejecución de obras de infraestructura con la participación activa del pueblo trabajador como conciencia vigilante de este proceso de cambio político y transformación social.

Como hablar de crisis en un país donde los aeropuertos nacionales e internacionales están repletos de viajeros y los pasajes están agotados hasta el año que viene. Con centros comerciales, restaurantes y centros de diversión siempre llenos de “excelentes consumidores”.

Aquí no hay ninguna crisis económica. Ni siquiera las variables macroeconómicas, que deleitan a economistas, lo indican. Tampoco hay crisis de legitimidad porque Nicolás Maduro es Presidente de la República por decisión del pueblo venezolano y ejerce sus funciones en consonancia la Constitución Nacional. Su legitimidad se la otorgó el pueblo. El juicio sobre la eficacia del gobierno es cosa aparte y cada ciudadano puede expresarlo desde su postura política, ideológica y/o particular.

No hay crisis; en Venezuela tenemos una “guerra económica” dirigida a desestabilizar las instituciones, fomentar la desconfianza de la población en el gobierno hasta provocar el caos social. No hay escasez por parálisis de la producción o la importación, lo que impera es el acaparamiento deliberado y la distorsión de los esquemas de distribución que provocan una desmedida especulación. Cada comerciante coloca los precios que les parece y el gobierno no aplica las sanciones pertinentes, ni establece un control de precios con base a los costos de producción.

La oligarquía quiere manejar la renta petrolera. Al no controlar la industria, acuden a la especulación financiera con el dólar paralelo. Atacan la política cambiaria porque necesitan desmontar el Control de Cambios para acumular más dólares provenientes de la renta petrolera y para ello necesitan eliminar las Misiones Sociales, los programas de seguridad social y cualquier proyecto que implique desarrollo social.

Esta voracidad financiera de la oligarquía tiene el aval político de la oposición y la complicidad de una burocracia improductiva, dispendiosa y corrupta que se apoderó de las instituciones y construyó un andamiaje de complicidades. Es la vieja burocracia teñida de rojo y una casta emergente que acumula riquezas en nombre de la Revolución Bolivariana, son enemigos de la Patria.


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Darío Morandy


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