La corrupción ¿cultura o contracultura?

Con su bocaza aventurera Filippo Buenaventura, un inmigrante infantil de los años 50 del siglo pasado, ahora rico y jactancioso de haber financiado la vida de unos cuantos burócratas venezolanos, libaba parte de las ganancias de sus corruptelas, sentado bajo la sombra agradable de una sombrilla gigante, en su yate.

Con acento siciliano Filippo dijo a su amigo de trácalas y médico de cabecera: Dotore esa vaina de la corrupcione es más vieja que el modo de cagare agachado. Verdad es, le dijo en respuesta su amigo que le abrió tantas puertas. Este urólogo trataba los males comunes a muchos políticos que en esa época buscaban su apoyo y discreción para aliviar algunas dificultades protáticas, siempre después de la invasiva revisión con su largo dedo anular. Terminada la consulta dejaba caer sobre sus pacientes, como gotas de oportunidad, la información sobre Filippo, su amigo. Decía que andaba buscando un socio para un buen negocio. De esta forma, y después de ese análisis protático, parecía que si se le confió el culo al médico, por qué no confiarle las ganas de hacer buenos negocios. En ese ambiente cálido del mar Caribe, ambos, Filippo y su médico se recontaron historias de sus tropelías.


Pero, Filippo en casa era otro, hacía gala de haber construido una familia centrada en los valores de una cultura del trabajo, de amor a Dios por sobre todas las cosas, respetuoso de la ley, observante de toda norma o regla que se conociera, incluyendo las de la buena convivencia con sus vecinos. Lo conocí, y ahora, después de descubierto como un mafioso contumaz, sorprendido me pregunto si esos valores de Filippo son parte de una cultura que nunca profesó o su desatinado amor por el dinero público es una contracultura contra todos los principios que deben ser parte de la vida republicana.

Que Filippo y su médico sean corruptos, no es la generalidad del país.


Esas son las preguntas que debe resolver esta revolución incipiente, nacida contra todo aquello que significó el pasado corrupto y que a falta de émulos, está a riesgo de caer abatida por los mismos males que combate. Chávez fue sabio, llamando a la reflexión y expresándolo en el primer plan socialista. Dejó ver que solamente mediante un afianzamiento de los valores socialistas, ajenos a toda posibilidad de caer en las tentaciones del capitalismo, es posible cambiar el estado de desastre moral de la Patria. Ejemplificando, Chávez hacía citas y recordatorios sobre la calidad revolucionaria que no es más que una cultura centrada en valores irrestrictos, irrevocables, incuestionables e impostergables.

En una reciente entrevista por televisión, un político con fama de decente arremetió contra el periodista que le increpó sobre la existencia de una cultura de la corrupción. Si esto fuese cierto, habremos perdido una vez más la República. El triunfo de pequeños grupos que van contra el peculio público es una tragedia humana, es una enfermedad curable con el ejemplo y con la ley. De allí que, dijo, Maduro debe recibir todo el apoyo posible para que arremeta infatigable contra esa lacra que ha tenido el aguante de soportar desde la revolución de la independencia hasta nuestros días, coleándose y tratando de crecer en medio de una gran mayoría que está dispuesta y guerrera para lograr la transformación del país.

Los revolucionarios somos por convicción una cultura de la vida en valores fortalecidos en la práctica social. Aquellos que toman distancia apoderándose de dineros y privilegios de la cosa pública, son los Filippo y su médico, escoria que con sus andanzas le secuestran al pueblo recursos que han de servir para mitigar o curar los problemas y carencias heredades de un pasado infeliz.

A aquellos Filippo de esta Patria debemos preguntarles ¿Cuándo robas a la patria, sabes a quiénes estás robando?

mmora170@yahoo.com



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Miguel Mora Alviárez

Profesor Titular Jubilado de la UNESR, Asesor Agrícola, ex-asesor de la UBV. Durante más de 15 años estuvo encargado de la Cátedra de Geopolítica Alimentaria, en la UNESR.

 mmora170@yahoo.com

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