La economía capitalista presenta a la acumulación de capital financiero como su más depurada regla de dominación. En la acumulación financiera el capital circula con total independencia de la mano de obra que explota. Su falta de identidad respecto al trabajo lo convierte en un fetiche, motivo de adoración por los capitalistas, por cuanto se presenta ante sus ojos como dinero creando dinero. Aún más esta falsa realidad promueve varios niveles de ilusión donde los jugadores más despiadados especulan (inventan historias) frente a otros capitalistas y frente a la clase trabajadora respecto a la existencia o no de mercancías; así como, respecto al valor que tienen esas mercancías. Un valor que no tiene ninguna relación con el trabajo contenido en ella, sino que nace producto de la imaginación egoísta y tenebrosa de quien toma ventaja de las necesidades del otro. Inclusive el dinero, el oro y otros metales denominados preciosos son ilusiones creadas por el ser humano, exacerbadas por el capitalismo, para encarnar un valor (una importancia frente a otros seres humanos) que les permite cambiar “en una relación de igualdad” con otro valor, este sí concreto, convertido en mercancías (bienes o servicios).
Sin embargo, es esa ilusión la que esgrime la burguesía para establecer la diferencia entre los que pueden tener buena calidad de vida y poder sobre la sociedad y los que no la tienen. El capital y el dinero en cuanto manifestaciones humanas (creaciones) sirven de instrumento a los que dominan para convencer y obtener obediencia de los dominados. Pues, son los que obedecen quienes terminan convalidando las relaciones humanas que nacen de esa obediencia. Este sistema de ideas encontró en los hombres de armas a los primeros servidores que fueron seducidos por los beneficios de la ilusión y que se convirtieron en sustentadores del aparato ideológico que posteriormente se encarnó en la sociedad y el Estado capitalistas.
Sin embargo, esas relaciones sociales económicas capitalistas, basadas en el dinero y el capital, sustentadas y justificadas por su ideología carecen de todo contacto con la realidad por cuanto es el trabajo la único capaz de crear mercancías (bienes y servicios) que resulten relevantes a las necesidades materiales y espirituales del propio ser humano. El capitalista con la explotación del hombre por el hombre reitera y vuelve “natural” la ilusión del dinero como motor creador de relaciones sociales, donde muchos trabajen para unos pocos. De aquí que las limitaciones que presentan las personas para satisfacer sus necesidades no estén determinadas por su aporte al trabajo de la sociedad sino por la ilusión creada por los que dominan; en el caso del capitalismo, por la cantidad de dinero que se tenga.
De aquí que las reglas de juego del capitalismo con el dinero convertido en capital no se sustenten en el trabajo productivo sino que sean resultado de la ficción creada por el dinero, que postula relaciones “justas” con la clase trabajadora a fin de lograr su obediencia.
Por su parte, en una economía comunista la realidad sustituye a la ficción y el trabajo toma el lugar del dinero para motorizar la economía. En el comunismo, el trabajo determina la posibilidad y accesibilidad de los seres humanos para cubrir sus necesidades materiales y espirituales y no el dinero.
En virtud de que el trabajo sustituye al dinero como elemento fundamental de las reglas de juego económico, la economía comunista procura que las máquinas y las materias primas se encuentren donde lo requiera el trabajo transformador que crea mercancías para satisfacer las necesidades humanas.
En una economía comunista el sistema financiero tiene como objeto hacer circular los recursos que requiere el trabajo humano para producir mercancías en aquellos sectores donde la sociedad lo requiera. De allí que la especulación no encuentre posibilidades de acción en la economía y la sociedad comunista por cuanto los recurso del sistema financiero (máquinas y materia prima) se identifican y responde al trabajo concreto que requiera la sociedad. Un trabajo orientado a obtener la mayor y mejor calidad de vida para todos los trabajadores y trabajadoras de la sociedad. En el comunismo el trabajo es la moneda de cambio económico y solo hay que demostrarlo para que se cubran sus necesidades. Es por ello que la forma de diferenciarnos ya no es la desigualdad económica sino las capacidades y habilidades que nos hacen únicos y especiales. El disfrute no es de unos pocos a costa de muchos; sino de todos, producto del trabajo hermanado y sinérgico de todos.
Sin embargo, estas reglas de juego no caen del cielo sino que se construyen a partir de una economía capitalista. No existe en la historia el borrón y cuenta nueva. Debemos construir una economía socialista que a partir del capitalismo nos permita llegar a la economía comunista. De allí la necesidad de romper con las posiciones idealistas de alguna gente de izquierda que niegan la acumulación de capital socialista como fase previa para desarrollar una economía socialista suficientemente fuerte como para impulsar prácticas económicas y financieras propias de la economía comunista. En ese sentido, las palabras convencen acerca de la necesidad de construir una sociedad socialista; pero, la realidad económica, con reglas de juego arrastra. No es socialista un Estado que se auto denominado socialista y responde a una economía capitalista; así sea capitalismo de Estado o rentista. El socialismo para que tenga sus bases sólidas debe erguirse sobre una economía regida por relaciones de producción y reglas de juego socialistas (aún más comunistas). Viviremos y Venceremos, que viva el socialismo, ¡Carajo!