El presidente Nicolás Maduro, tan aparentemente bisoño como político en su cargo, y tan vilipendiado por afectos (“Maduro no es Chávez”) y extraños (“es un chofer, no político”), acaba de asestar un magistral golpe político y ganar las elecciones municipales en Venezuela con mayoría amplia para su tolda pesuvista.
Se aguantó hasta las últimas de cambio, muy cerquita de la contienda electoral, para proclamar su magnífica guerra económica y, principalmente, para actuar en contra de especuladores y ricachones, consiguientemente en favor de una mayoría poblacional, potencialmente electora, trajinante masa popular que consume, compra y patea las calles de Venezuela. Al punto tal fue su efecto que alguien podría exclamar con sorna y como corolario: “¡Gracias, Daka; gracias Pablo Electrónica!”
Fuera de los necesarios y anónimos esfuerzos de quienes hicieron posible la campaña y la elección, las llamadas hormigas trabajadoras del partido, y también aparte la acción de las grandes dirigencias, que encauzaron la disciplina y la claridad en el logro del objetivo; el golpe de timón provino de Nicolás Maduro desde el poder central. Fue contundente en el resultado de las elecciones municipales y lo perfila como un hacedor político de inusitada capacidad para el combate.
Pero esto de “inusitado” es per se, visualizando a Nicolás Maduro por sí mismo como una abstracción histórica en la Presidencia; porque harto conocido es que Hugo Chávez lo postuló para sucederlo en el cargo, y tal recomendación no la habrá realizado el líder supremo del socialismo en Venezuela sobre la base de un vacío, sino de algunos talentos y virtudes que circunstancialmente han empezado a emerger, como se ha dicho.
Y a propósito, para decirlo con Chávez, quien no se hartaba de proclamar que lo político va de la mano de lo económico, el golpe de Maduro es una confirmación de una sentencia en materia marxista: las fuerzas económicas determinan el ser político de una sociedad y en amplia medida su historia. Y para decirlo con el socialismo, hijo doctrinario (aunque no histórico) del marxismo, la movida de pieza de Maduro evidencia también el rol determinante del Estado sobre los bienes y medios de una sociedad, con incidencia sobre su configuración social, política y hasta psíquica, aparte, lógicamente, del efecto histórico.
Lo cierto de hecho, aparte ya de consideraciones cuasifilosóficas o sociológicas, es que Nicolás Maduro suple así de modo satisfactorio, y como en primera prueba, la expectativa de lo que habría de ser del país fuera de la conducción concreta de Hugo Chávez.