Todos hemos oído a alguna rubia consternada acusar a Chávez de haber dividido la sociedad venezolana. Y el asombro impide la joda. ¿Qué tendría que ver el fallecido presidente, ni siquiera Marx, con algo tan remoto como la división de clases?
¿Será que nunca vio Gladiator? En cualquier película épica se puede observar, como si fueran estratos geológicos, las capas sociales: sean sacerdotes, guerreros y esclavos, o más refinadamente, ciudadanos, metecos y “no libres”, o sencilla y crudamente, como lo muestra Excalibur, nobles y siervos.
En las sociedades modernas, a la división descrita diáfanamente por la serie inglesa Upstairs, Downstairs, se le coló una capa intermedia de vividores, comerciantes (es más o menos lo mismo) y agremiados, que en sus intentos por escalar se van cuesta abajo, convirtiendo el imaginado sándwich en una pirámide de esbelto vértice y lados chorreados.
Seguramente la rubia oxigenada no se fija en esos detalles. Le cuesta entender que, además de haber clases sociales, están distribuidas geográficamente. Imagina que Caracas está al este de Chacaíto, con algunos sectores del otro lado, donde viven gente como ella: El Recreo, San Bernardino, Candelaria, San Pedro o El Paraíso. Esa es su ciudad, la que vota por la derecha.
Sus convicciones se refuerzan por los resultados electorales de ciudades como Valencia, Barquisimeto, Maracaibo y la contrabandista San Cristóbal; donde las ávidas capas intermedias son, igualmente, numerosas. No le es fácil a la rubia de los Gucci sunglasses entender de dónde diablos salieron los votos zurdos. Menos con el poco tiempo que, entre Hola y Sex and the city, le queda para pensar.
Tal vez, luego de diecinueve elecciones recibiendo el mismo carajazo, y con el discursito del fraude ya convertido en comiquita, haya concluido que, no sólo ¡por culpa e’ Chávez! los pobres se convirtieron en clase ¡que además votan! sino que tal cosa no parece tener remedio. De ser así ya debería estar volando a Florida, donde todos los votantes, rubios o morenos, son diestros.