Si fracasa la agricultura, la revolución se hará vulnerable a la injerencia política internacional; si fracasa la organización del Poder Popular Campesino, el campo queda desguarnecido y la tierra seguirá siendo de otros, de los amos del los valles; si fracasa la agricultura el Plan de la Patria habrá sido letra muerta. Un juego al fracaso de la agricultura es un paso más de la guerra económica y de la guerra contra la memoria del Comandante Eterno.
El discurso sobre la agricultura en la prensa escrita se ha reducido tanto, que pareciera innecesaria, o al menos denota una importancia muy baja para los proyectos políticos de la revolución. Pero, no es solo en la prensa escrita, en los espacios de la comunicación televisivos no se afanan en aumentar la cantidad y la calidad de programas que motiven la producción agrícola, ni menos la reversa al campo de las grandes masas de migrantes de origen campesino que se acumularon en las ciudades venezolanas, o de otros actores sociales que pudieran estar pensando en faenar la tierra. Es tanta la falta de un discurso sobre la agricultura, de diálogo permanente, de palabras motivadoras, que genera la percepción de estar en la presencia de una pulga pérdida en el inmenso cuerpo del elefante que distribuye la renta petrolera para las importaciones, fraudulentas en muchos casos.
Posiblemente no estemos fallando ni en las ganas, ni en el compromiso, sino en las estrategias para visibilizar la agricultura. Las universidades y los centros de investigación no están de espaldas a la agricultura, pero sus logros no se utilizan para impactar favorablemente los resultados de esta. Y mientras, sigue como pasivo, la importación de casi el 50 % de la demanda de alimentos, especialmente cereales, soya, aceites crudos y otras grasas visibles, proteínas de origen animal diversas, granos de leguminosas de grano comestible. Pero la agricultura no son solo eso bienes, importamos tecnologías, desde maquinarías hasta semillas, pasando por una gama de biocidas que forman parte del modelo de agricultura que queremos cambiar. Todo eso suma, el país desperdicia recursos financieros que pudieran servir para apuntalar otras carencias de la vida. Los efectos de las importaciones de alimentos son de todos conocidos: 1) mejoran la economía de otros países, 2) desalientan la producción interna, 3) genera vulnerabilidades políticas, 4) desarticula la economía general del país, 5) favorece la formación de desequilibrios territoriales, 6) incrementa la cultura de la dependencia, 7) la renta se convierte en la caja chica de la incapacidad para producir. Esa lista, bien la recuerdo de la boca de JJ Montilla, y su célebre frase: Nos importa la agricultura ¿Qué importamos?
Tengo tantos apreciados amigos en el gobierno agrícola, que me preocupa no estén escuchando los mismos truenos y viendo las mismas centellas que escucho y veo en contacto con gente afecta al desarrollo integral de la agricultura. Sembrar es un clamor, hay que empezar por allí, con un fuerte crecimiento de la agricultura vegetal, de manera que la producción animal tenga también que comer. En Venezuela quisimos hacerlo al revés. Se deforestó una buena parte del país, convertimos la Patria en un gran potrero. Pero, la agricultura también ofrece un espacio importante para lo no alimentario, los textiles, maderas y algunos cultivos que subsanados los problemas de disponibilidad para los humanos, pueden tener otros usos o aplicaciones industriales.
Es una verdad que todas estas debilidades de la agricultura que la V República recibió como herencia son parte de un listado enorme, que están documentadas, que la gente conoce, las vive, las palpa, acogotan cerebros, pero también es verdad que no se generan las decisiones que respondan al clamor de sembrar.